Después de la tempestad
Juan M. Negrete
Llamemos tempestad, para ajustar bien el recuadro de las vivencias presentes del país, a la etapa que comprendió desde las elecciones del dos de junio pasado hasta la conformación de las bancadas parlamentarias y su instalación. Le conviene un sustantivo de tal naturaleza porque estuvimos viviendo jaloneos e injurias al por mayor, al grado de que ya no sabíamos en dónde guarecernos. Parecía que se nos iba a desplomar el cielo en la tierra. Pero ya se instaló el parlamento; ya hasta están aprobando leyes los señores de las curules y todo mundo se está preparando para los festejos del relevo de las personalidades del poder ejecutivo.
Fue especial la disputa en torno a la reforma del poder judicial. Ya se dijo, en todos los tonos posibles, que se trató de una iniciativa enviada al congreso por el ejecutivo saliente, junto con otras diecinueve enmiendas. La pusieron por delante, para que fuera la primera en debatirse y, en su caso, aprobarse. Seguramente lo hicieron así para medirle bien a bien el agua a los camotes, o para ver de cuál cuero iban a salir más correas. El acomodo cuantitativo ocupó el centro de los debates en los días pasados, porque de esta definición se hizo depender todo el enjuague. O la nueva fuerza parlamentaria iba a actuar revestida de mayoría calificada o no. Si no lo hacía, tendríamos otros tres años fofos, absurdos, sin definiciones claras.
Ya reseñamos y sabemos cómo se concluyó esta etapa, en la que quedó instalada sin ninguna duda esa tal mayoría, la de los dos tercios, para la fuerza oficialista. Ya no nos resultará ni novedad, ni nota, ver que las siguientes enmiendas se aprueben y hasta que no se impugnarán, porque las avalará la contundencia de la tal mayoría mentada. Así nos quedamos pues y vamos a tener que seguir arando, como el zancudo.
En todos los espacios imaginables se tornó y se volvió a decir lo delicado de modificarle los métodos de elección y selección al personal del poder ejecutivo. Se nos dijo pues hasta con herejías que se nos iba a desplomar el firmamento. De aprobarse la propuesta o iniciativa, se pondría fin a la democracia mexicana, que apenas anda haciendo solitos. Dejó de gatear y ya se iba a lanzar a dar sus primeros pasos. Pues ya no lo haría más. Y esto fue lo menos que se peroró. Pero como ya concluyó el sainete, nos toca hacer que retorne la calma y, como decían los viejos: capítulo de otra cosa.
Tan lo asumieron así ya los propios legisladores, que vino la reforma de lo estatuido para nuestros pueblos originarios y tanto las fuerzas del oficialismo como las de la oposición se pronunciaron unidas todas por el sí. De no equivocarnos, la suma total a favor vino a ser de 492 votos, cero en contra y cero abstenciones. Más claro no canta un gallo.
Ahora debaten sobre el viejo refrito de que si la guardia nacional sea integrada o subsumida a las estructuras de la Sedena o que si no. Otra vez se abrieron los bandos, como amenazando con darse con las gamarras. Pero como el oficialismo es mayoría, los diputados atinados les volvieron a dar una recia a los de la bancada opositora, con 362 votos a favor. Es decir que ni siquiera se despeinaron. Es de creerse que el resultado con los senadores pase el susto con menos complicaciones de las que tuvieron que torear con lo de la reforma al poder judicial. Ya se verá.
El hecho es que ya parece coger la ruta inercial el trabajo en el parlamento y no habrá más sustos o novedades que compliquen el ritual de la entrega del poder ejecutivo de AMLO a Claudia. Para la próxima semana, las notas a cubrir nos llegarán de las minucias particulares de estos eventos y las arengas y retos que habíamos vivido y revivido, esperarán mejores tiempos. Volverán, eso sí, porque como dijo el poeta Bécquer, vuelven hasta las oscuras golondrinas. Pero por lo pronto andaremos de plácemes y hasta nos vestiremos con ropa de carácter para el juramento nupcial venidero. Digo nupcias, porque la emperatriz Claudia (dijeron los conservadores), o la reina (según otros fifíes) nos hará el honor de ocupar el trono y coger el cetro del mando de la república en sus manos. Ni modo que sea truco.
Entonces, de los dos grandes hatos de espectadores que hay en el escenario de la cosa pública, por primera vez en varios siglos, los del peladaje seremos los que cantaremos victoria. Nos han dicho y calificado ya antes de muchos modos. El título más reciente es el de chairos. Entonces, la chairiza será la que se verá como la más contenta. En cambio, los rotos, los mochos, los fifíes, los hijos de papi, los chicos de la ibero, los guarros, los ricardos, los de la conserva, los lindos, los bien peinados, los xochilovers, los ¿qué más será bueno aplicarles?) … tendrán que quedarse esperando para la próxima elección, para dentro de seis años. Y eso, si arman un buen paquete electoral y nos disputan en serio la batuta, no como en la contienda recién concluida.
Por eso decimos ya pasada la tormenta, que ahora se nos viene la calma y que hay que gozarla en serio. Y aquí hemos de ser generosos: hay que gozarla todos, porque en los buenos días se reparte el bien sin distingos, ni excepciones. Habrá que ir inaugurando nuevas etapas de convivencia nacional y dejar atrás las viejas crispaciones, que nunca nos han traído nada bueno. Hasta el rato y que pasemos todos buena fiesta.