Diálogo entre los Tlamatinime aztecas y los frailes franciscanos

Dialogo entre los Tlamatinime (sabios) aztecas y los frailes franciscanos

Gabriel Michel Padilla

Primera de dos partes

Cuando al Agua y al Monte se acercaron

los señores, los doce frailecillos,

discípulos del padre San Francisco,

al corazón de la ciudad muy noble,

a Tenochtitlan-México, vinieron;                       5

a los jefes del pueblo convocaron,

los que mandan en México, los guías.

Así los arengaron, les dijeron:

-Escuchad nobles Águilas, Jaguares,

abrid vuestras oídos, vuestros ojos,                  10

vosotros los tenochcas, tlatelolcas.

-Considerad, señores, oh muy nobles,

lo que vamos ahora a declararles,

a proclamar como Palabra Nueva,

poned vuestra atención, pues es sabido            15

que no sólo es a uno sino a muchos

a los que dais el título de dioses,

a ellos adoráis, les brindáis culto,

muchas son las deidades que apreciáis,

que se labran en piedra y en madera.                20

Si ellos fueran auténticas deidades,

como Ipal Nemohuani, Dios genuino,

¿por qué de vuestro pueblo han hecho mofa?

No tienen compasión de sus creaturas,

las que fueron talladas por sus manos.               25

¿Por qué los dioses causan tanto daño,

por qué les acarrean tanto infortunio?

Muy bien sabéis, estáis bien informados,

que día tras día les piden sacrificios,

exigen corazones, piden sangre.                          30

Ellos son dioses malos, espantables,

ellos provocan ansiedad y miedo.

Son sucias sus imágenes, obscuras.

Así, nobles señores, son de crueles,

a quienes dais el título de dioses,                       35

a ellos ofrecéis los sacrificios.

Ellos son los que tanto daño causan,

los que en el pueblo siembran tanto miedo.

 

Cuando llegó al final aquel discurso,

la palabra expresada a los señores,                 40

la de los doce padres franciscanos,

se levanta al momento un soberano,

un guerrero jaguar, un señor noble,

dejando su sitial, abrió su boca

y solamente un labio, quizá dos,              45

con eso respondió a los doce padres,

su venerable aliento, su discurso,

de su boca salieron obsidianas.

-Oh muy nobles personas, finos jades,

de lejana distancia, habéis viajado,         50

para llegar aquí hasta vuestra tierra.

Habéis venido llenos de nobleza,

majestuosos llegáis a vuestra agua,

a vuestro monte, aquí a vuestro sitial.

¿Pero de dónde, oh nobles príncipes, venís?        55

¿De qué lejana tierra procedéis?

A la orilla del mar habéis llegado,

del misterioso mar habéis salido

en las casas flotantes, navegando,

de en medio de la bruma habéis salido,         60

de en medio de la niebla habéis llegado.

¿Qué diremos, señores, finas piedras?

A pesar de que somos gobernantes,

nos comportamos como madres tiernas,

somos padres, abuelos de la gente.                      65

¿Habremos de destruir ante vosotros,

nuestra regla de vida, nuestra norma,

que tanto ponderaron nuestros padres,

que las abuelas tanto valoraron,

que nuestros gobernantes admiraron                   70

y que tanto apreciaron nuestros príncipes?

Aquí se encuentran los que aún gobiernan,

los que cargan al pueblo en sus espaldas,

los que son nuestros jefes, nuestros guías,

en relación con el sagrado culto,                     75

en los ritos que ensalzan nuestros dioses,

de quienes somos un regalo, un mérito,

somos el ala, sólo somos cola.

Ellos son nuestros nobles sacerdotes,

los encargados de ofrecer el fuego,                    80

expertos en el don de la palabra,

su oficio en el transcurso de la noche,

su labor en el día: incienso y fuego,

espinas de maguey, ramas de abeto,

el ritual del sangrado. También miran                     85

el curso misterioso de los astros,

la división sagrada de la noche.

Ellos también inquieren en los libros,

y despliegan los folios de los códices,

los pintados con tinta roja o negra.                           90

Ellos nos muestran el camino recto,

revisan la conducta de los años,

las cuentas de los meses, de los días,

escrutan con sigilo los destinos.

Es el oficio suyo, su trabajo,                                     95

preservar las palabras de los dioses.

Respecto de nosotros los caudillos,

solamente tenemos un oficio:

que es el del agua de los dioses, fuego,

que significa oficio de la guerra.                               100

Además, recaudamos el tributo,

los aranceles que tributa el pueblo.

Regaladnos ahora, nobles hombres,          

vuestro gentil poder, vuestro permiso,

para que aquí ante ustedes se presenten                    105

los más reverenciados sacerdotes,

quizás ellos respondan, os repliquen,

vuestro sagrado aliento, la palabra

del dueño de los cielos, Iluicahua.

Entonces los divinos sacerdotes,                              110

los sabios de la tribu se acercaron

a entrevistarse con los doce frailes,

los padres que se dicen franciscanos,

así les respondieron, replicaron,

de sus labios salieron piedras finas.                             115

[Continuará…]