Días de gritos y desfiles
Juan M. Negrete
Como acontece en los días feriados, se la piensa uno para lanzar tiros rutinarios. Los asuetos así queman y uno se atiene a ellos. Y si no llegan pronto, los andamos inventando. Los mexicanos tenemos fama de construir los puentes más largos de la tierra. El más prolongado de todos, si no nos fallan las cuentas, viene siendo el famoso tramo de Guadalupe – Reyes, que simplemente no tiene parangón con otro. Se lo jugamos al que nos traigan y de donde lo traigan, como competencia. O sea, somos campeones en este rubro y aquí le paramos a tanta vanagloria insulsa.
De antaño nos viene también vivir un festejo prolongado por las fiestas patrias. Desde luego que su lapso es más corto que el que mencionamos arriba, pero ahí se dan. Tan es así que todavía le llamamos mes patrio al septiembre que corremos cada año. Lo que nos revela que no festejamos uno o dos días, o tres acontecimientos, sino una buena tira de ellos. Y como nos pintamos solos para estas suertes, pues ya está.
Sólo para meter de memoria algunos de nuestros acontecimientos memoriosos, de los que han venido componiendo este mes patrio, hay que decir que hace algunas décadas todavía este mesesuco arrancaba desde el día primero con el informe presidencial. Era el día del presidente, se nos decía. Y se desarrollaba en palacio, o en el congreso, toda una parafernalia que había que ver. Salía la comitiva de palacio nacional y en todo el trayecto veíamos que había tiraderos de confeti y de serpentinas, con la misma abundancia con que se tira el arroz en las bodas, o mejor.
Tras el informe, que era interrumpido decenas de veces por multitud de aplausos y vivas decorativas del personal legislativo, venía la glosa del mensaje. Puros panegíricos y loas, si no nos falla la memoria. Y tras esto, los banquetes, un famoso besamanos al presidente. Y lo peor, si ya se acercaban las elecciones o los relevos del poder presidencial, entraba al juego en serio la suerte del tapado. Había ciertas variantes en este circo, pero de que eran días de guardar, ni quien lo discuta.
Un breve lapso tras el día del presidente y se preparaba todo el mundo para los meros días patrios. Empezaba la zambra con paradas y concentraciones en las plazas por el recuerdo y homenaje a los niños héroes. Esto ocurría el día trece, que parecía ser el banderazo de salida. El día catorce teníamos desfiles de charros y su buena caballada en todo el país, por ser el día de la charrería y por presumir que se trata del más mexicano de los deportes. Bueno, hasta los charros sindicales andaban de fiesta ese día.
El quince nos es memorable desde hace mucho tiempo ya. En la escuela nos enseñaban a los infantes que la mera fecha de la independencia es el día dieciséis. Pero algunos avatares del destino pasaron el grito para el día quince. Muchos historiadores malpensados nos han ilustrado que fue enroque que le debemos a Porfirio Díaz. Como el angelito celebraba su cumpleaños los días quince, pues tuvo la ocurrencia de poner el grito a la noche del día previo de la fiesta nacional, el dieciséis. Y lo montó con cena y baile en palacio. Y como nuestros abuelos no eran nada de rogados, pues no se opusieron, y ya.
Eso de que Porfirio fuera dictador y que se reeligiera cuantas veces lo quiso hacer, y de que sostenía con este hecho particular un capricho bien personal y de que a chuchita la bolsearon, tuvo sin ningún pendiente a nuestros abuelos. Ellos nos heredaron estos dos días magnos de fiesta patria en lugar de uno. La víspera, que fue el grito, y luego el mero día, para el que se dejaron en cartelera los desfiles, los certámenes deportivos, los juegos populares y hasta los castillos de luces.
Son proverbiales los juegos del palo encebado, que convertían la tarde del mero dieciséis en un fandango de risas y chacoteos que no conocían término. También soltaban en la plaza a unos puercos encebados y el que pudiera agarrarlo se lo llevaba a su casa. Por la tarde y noche, después de guardar el lábaro patrio con escoltas de honor y toda la cosa, se desataban estos jolgorios. Había kermeses, puestos de cena tradicional, bailables, serenatas y muchas otras mojigangas. Casi siempre se cerraba la fiesta con la quema del castillo, adosado al paseo de un torito cargado de buscapiés y palomitas tronadoras.
Habrá que decir por cierto que, por las fechas memoriosas, las que estamos recordando, la industria textil no se había desbordado todavía. Al menos no había llegado la explosión y derrama de sus mercancías a todos nuestros pueblitos. De manera que la vestimenta con la que transitábamos casi todo el año era más que pobre y escasa. Pero el día patrio por excelencia, el diez y seis, todos estrenábamos prendas de vestir. Eran días de remojo general y de cuelgas al por mayor. Rememoramos un México que ya se nos fue. No sabemos decir si era mejor o peor que éste actual, por el que vamos transitando con tantos esfuerzos. Pero se nos fue.
El 27 se conmemora el día de la consumación de la independencia. Pero es fecha a la que no le hacemos tanto ruido. Como el bueno de Iturbide fue el que montó este tinglado, y como nunca pasó de ser tenido sino como personaje colateral de nuestro santoral cívico, pues no le tenemos montado ningún altar de la patria. Pero de que cae también en septiembre, ni hablar. Y con tal fecha cerramos nuestro mes patrio, como debe ser.