Felipe Cobián Rosales
El ensayista y pensador francés Joseph Joubert (1754-1824), cuyos pensamientos se publicaron hasta después de su muerte gracias a su viuda y a un amigo mutuo, decía con gran tino:
“Sin dogma, la moral no es otra cosa que un conjunto de máximas y sentencias; con el dogma, conviertese en mandamiento, obligación y necesidad”.
Cierto: de nada sirve la mejor preparación universitaria, las licenciaturas, maestrías o doctorados si no hay una convicción profunda de hacer siempre las cosas lo mejor posible, de buen comportamiento, de conducirse con honestidad en la vida, siendo persona con alguna creencia o sin ella. Si no existe esa disposición interior que se mama desde la niñez en el hogar, de nada sirven tantas leyes, disposiciones, reglamentos, máximas o proverbios.
Esto lo traigo a colación por una nota que que se publicó la semana pasada en la que se informaba que el gobernador Jorge Aristóteles Sandoval había clausurado un “Diplomado en sistemas anticorrupción” promovido y auspiciado por el Supremo Tribunal de Justicia del Estado, en el que participaron 90 funcionarios y que, a decir de las mismas autoridades, “es el primero en su tipo en todo el país”.
El curso de un semestre llegó a buen puerto gracias al respaldo del Centro Empresarial de Jalisco y a la participación de académicos de la UNIVA (Universidad del Valle de Atemajac) y de la UP (Universidad Panamericana).
De acuerdo con la noticia en cuestión los animadores y ejecutores del diplomado, conminaron a los egresados, presumiblemente todos en calidad de servidores públicos, a impulsar la rendición de cuentas y a consolidar el Sistema Estatal Anticorrupción
Por su parte, Aristóteles destacó que la lucha efectiva contra las malas prácticas es una tarea de toda la sociedad y debe comenzar desde la niñez y la juventud a fin de formar una cultura contra actos ilegales y la corrupción. Para ser más claro debió hablar de una educación moral o ética desde la familia, formación que la mayoría de los políticos parecen no haber tenido jamás. O simplemente, ante la tentación, caen fácilmente en ella.
Como es de todos sabido y el propio mandatario lo recordó: en la corrupción siempre hay dos vías, la de quien ofrece y la de quien recibe un bien o dinero a cambio de un favor, contraviniendo disposiciones legales o morales que no siempre son lo mismo.
Pues bien, si el diplomado se basó más en dotar de herramientas o instrumentos técnicos para detectar la corrupción y no principios y convicciones profundas para extirpar la deshonestidad de raíz con el propio ejemplo, de nada servirán.
Menos si algunos o muchos de esos servidores públicos no tuvieron, desde su formación infantil y juvenil algo parecido a lo que fueron las Tablas de la Ley mosaica como lo plantea el ensayista Joubert. Esperemos que no haya sido así.
Es de confiar en que las instituciones privadas que participaron en este curso hayan infundido o recordado al menos a los diplomados, por su propio carácter de origen religioso, la profundidad de los dogmas.
La verdad ahora es que ya no se teme a nada y los mandamientos los violamos con gran facilidad.
Anteriormente, los hombres, como decía otro pensador, “tenían dos frenos: la vergüenza y la horca”. Hoy ya nada detiene a los malhechores; porque también malhechores son los corruptos y los corruptores.
Pero no hay que ser tan pesimistas.