[En la foto aparece Valentín Campa, el penúltimo a la izquierda, en su visita a La Barca, en la campaña de 1976. Al centro Arnoldo Martínez Verdugo]
¿Dónde quedaron los comunistas mexicanos?
Juan M. Negrete
Las efemérides políticas nos recuerdan que en este año se conmemora el centenario de la fundación del partido comunista mexicano, PCM. En muchos foros se ha dicho que fue el primer partido político organizado en el país. Pues no es una verdad estricta. Fue el primero tras el apaciguamiento de la revolución, que extendió su manto cruento por todo el territorio nacional. La segunda década del siglo XX, desde 1910 hasta 1917, la voz cantante la llevaron las bocas de los fusiles. Para muchos mexicanos actuales los avatares de estos rudos acontecimientos ya no significan gran cosa ni en su cuadro de convicciones, ni en su actuar cotidiano. Pero para quienes vimos la luz cuatro o cinco décadas posteriores a ella fue nuestro punto de referencia obligado.
El PLM, partido liberal mexicano, fue estructurado y dirigido por los hermanos Flores Magón. Se extendió en el país antes del estallido del levantamiento armado. De liberal sólo tuvo el nombre, porque en realidad sus propuestas centrales apuntaban al anarquismo. Es más, muchos buenos historiadores lo ponen como la columna vertebral del movimiento armado, desatado en la segunda década y que llamamos Revolución Mexicana, por antonomasia, pues hemos tenido muchas. Para el año de 1910 este partido tenía medio centenar de grupos armados, que se flejaron a los cocolazos a la hora que se dictó la consigna de salir al campo con las armas en la mano.
Hay otro partido anterior al comunista, jugando cartas electorales, el anti reeleccionista, que postuló a Madero para la jornada de 1910. Dio su participación la pauta legal para enfrentar a Porfirio Díaz, a su ejército y a su aparato de gobierno, como fraudulentos y tiranos. La lacra contundente, enarbolada por los alzados y acogida por el grueso de la población mexicana agraviada, fue la de ‘dictadura’. Todavía esgrimen nuestros textos dicha calificación. Ha habido esfuerzos, aunque vanos, por enmendar la plana. Lo de la dictadura porfirista es parte ya de nuestro entramado histórico.
Recién concluida la lucha de Madero por deponer al tirano, se organizó una nueva jornada electoral para ocupar la silla desocupada. El candidato natural vino a ser el chaparrito Madero. No había en el paisaje contendiente alguno que se la quitara, pero había que cubrir el expediente. Por ahí se coló la formación de un nuevo partido, cuyos electores postularon también a Madero para la silla presidencial. Fue un llamado ‘partido católico nacional’. Como eran momentos de euforia, se le registró como tal y contendió.
Madero arrasó. En la gran suma iban los sufragios del llamado partido católico. Pero como luego se volvió a desatar la trifulca, a sus resultas finales el tal partido católico no sólo desapareció del escenario sino que fue expresamente proscrito. El cargo era que habían aplaudido el asesinato de Madero, el que había sido su candidato. Cuando Huerta dio el golpe de estado, recluyó a Madero en prisión y lo pasó por las armas, sentándose luego en la silla presidencial, la curia celebró un te-deum en la catedral metropolitana, que viene siendo un homenaje de acción de gracias. La postura de los católicos salió a la luz pública, en manos de sus turiferarios oficiales. La proscripción a su partido era paso esperado y lógico. Nacieron derrotados.
En tal ambiente, una vez que se pacificaron los campos y vino el levantamiento del naufragio nacional, se promulgó en 1917 la constitución que aún nos rige, es decir la suscripción del nuevo pacto social. Dos años después, los rojos del país decidieron organizarse de manera civilizada. Armaron las condiciones, se dieron a la tarea de los reclutamientos y se registraron oficialmente como partido, dado que la nueva ley amparaba tales actividades ciudadanas. Así apareció en el horizonte mexicano el PCM, partido comunista mexicano. No fue sino hasta diez años después que, desde los corrillos del poder surgieron las siglas del que vino a ser la organización política hegemónica o partido de estado, el PRM, partido de la revolución mexicana, el abuelo del PRI.
Con la aparición de esta construcción partidista oficial se eclipsó todo esfuerzo ciudadano no bendecido desde las esferas del poder. Aunque los comunistas mexicanos salieron muy empecinados y luchones. A pesar del vapuleo sufrido desde los espacios del poder, que no se detuvo en la proscripción de las siglas, ni en la persecución abierta de sus militantes, sobrevivieron a un medio siglo de catacumbas y clandestinidad. Participaron en las elecciones de 1929, en las de 1934 y en las de 1952. Por sólo mencionar algunas de ellas. Para las de 1976, el PRI postuló a López Portillo. El candidato del PRI también era postulado por los partidos satélites de entonces, el PPS y el PARM. El PAN agitaba la bandera de independiente y opositor. Pero esta vez no jugó. El PRI se fue solo.
El PCM estaba prohibido. Pero se lanzó a la lisa. Su candidato fue Valentín Campa, el viejo líder ferrocarrilero, que acababa de salir de prisión. El secretario general del partido, Arnoldo Martínez Verdugo, encabezó los trabajos para conseguir el registro oficial de los comunistas en la palestra nacional y lo logró. Organizó las primeras elecciones con dichas siglas en 1979, consiguiendo una votación del 15%. Posteriormente fue postulado él mismo como candidato de la izquierda en 1982, aunque ya no con las siglas del PCM, ni la bandera de la hoz y el martillo, sino con las siglas de una nueva organización partidista para cobijar al espectro izquierdista del país.
La nueva bandera se conoció como PSUM, partido socialista unificado de México. Siete años después, el PSUM, que venía de un enésimo esfuerzo de unidad de las izquierdas, el PMS, partido mexicano socialista, le entregó militancia, banderas e infraestructura partidista al PRD, partido de la revolución democrática. Esta propuesta, fechada en 1989, consistía en enfrentar al gobierno fraudulento, a su partido de estado y sobre todo a su oligarquía tan malinchista, en todos los frentes posibles y democratizar al país.
A muchos dirigentes de ese PRD les ganó la tradición de satélites, o sea su vergonzante vocación priísta, y terminaron doblando la cerviz ante el estado. La ruptura de AMLO con tales especímenes y su propuesta de crear un partido del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, léase MORENA, tiene que ver con la propuesta latente y viva de esa vieja izquierda mexicana, que arrancó poniendo la mira en el emblema de la hoz y el martillo, aunque la denominación haya cambiado varias veces a lo largo de este azaroso peregrinar. No toda la militancia morena es comunista, no habrá que malentender lo dicho. Pero esas arcaicas convicciones están vivas y laten en el pulso del actual poder nacional, llevado a dicho sitial por una aspiración tan mexicana y tan añeja.