Dostoievsky, el mal y nosotros

Dostoievski, el mal y nosotros

Pseudo Longino

Según Luigi Pareyson, en los personajes de las novelas de Fiódor Dostoievski se expresan sobre todo ideas e ideales que conducen a diversas variaciones del mal.

Así, Raskolnikov, el protagonista de Crimen y castigo, ha llegado a la conclusión de que la moral es para los débiles y los mediocres, que los grandes hombres, como Napoleón, están más allá del bien y del mal, que pueden cometer los más grandes crímenes, provocar guerras con miles o millones de muertes y, aun así, ser elogiados como héroes.

Para probarse a sí mismo que no es un “piojo” sino un Napoleón, Raskolnikov planea y ejecuta la muerte de una anciana avara, con la intención de robarle dinero. Finalmente, lo hace, pero se da cuenta que no ha dejado por eso de ser un insecto y que no se ha convertido en un superhombre. Es más, su intención de elevarse por encima de la mediocridad termina por sumirlo en la abyección y revelarle su ínfima condición de paria.

Decide entregarse y acepta su condena en Siberia.

Stavroguin, el protagonista de Los demonios,  también imagina estar más allá los marcos morales. Es un joven adinerado, guapo e inteligente, que lo tiene todo, pero que está atrapado en el ocio y el vacío existencial. No encuentra un sentido, una forma digna de canalizar sus fuerzas físicas y anímicas. Todo le resulta indiferente. Se piensa como un “príncipe” al que no le perjudican los conceptos de lo bueno y lo malo. Cree poder comportarse como le plazca sin remordimiento. No es un “gusano” como los que le rodean.

En medio de esa indiferencia, Stavroguin desarrolla un morboso deleite por la crueldad. Comete robos y realiza estropicios para culpar a alguien más. Goza al señalarlos y ver cómo sufren al ser reprendidos y castigados. Va más allá y termina por violar a una niña, por el solo deseo de verla padecer.

Sin embargo, este crimen le revelará su verdadera condición. Ha llegado tan bajo en su intención de demostrar su superioridad, que ha encontrado su verdadera identidad en el fango. No es un príncipe, es sólo un gusano.

Eso lo lleva al suicidio.

En Los hermanos Karamazov, Iván ha adquirido la suficiente formación como para considerarse un ateo. Eso lo pone también más allá del bien y del mal. Sin dios, razona, todo está permitido. Sus disquisiciones filosóficas causan un gran impacto en su hermanastro Smerdiakov, un hombre de pocas luces, casi un idiota, que trabaja para Fiódor, el padre de ambos.

Guiado por las palabras y los secretos anhelos de Iván -que parece adivinar- Smerdiakov asesina al odiado Fiódor, un hombre sin escrúpulos, dominado por sus impulsos, mujeriego, que tiene como único objetivo en su vida llevar a la cama a la mayor cantidad de mujeres, ya sin importar su belleza, su condición social o su salud mental.

El asesinato de su padre, cometido por su hermanastro, impresiona a Iván, que se siente responsable, culpable directo de ese crimen. Él odiaba a su padre, deseaba su muerte y había inculcado en su hermanastro la idea de que todo estaba permitido en un mundo sin dios.

Atormentado, Iván se despeña hacia la locura.

En una época en la que los poderosos del mundo parecen creer que también pueden estar por encima de la moral, que ordenan la invasión de países enteros y mandan a la muerte a cientos de miles de seres humanos, que dirigen bombardeos, despliegues de ejércitos, operaciones, destrucción de ciudades, que provocan cantidades ingentes de sufrimiento.

En una época en la que hay muchas versiones de la realidad, en la que cunden la desinformación y el engaño, en la que pareciera que cada uno puede elegir la interpretación que más le convenga, de acuerdo con sus intereses, en la que la verdad depende de lo que cada uno quiera o prefiera creer, en la que no se trata de ser alguien sino de simularlo, en la que la propaganda se ha puesto por encima del análisis objetivo.

En una época de guerra, violencia, fake news globales, desigualdad, pobreza, hambre, cambio climático, líderes irresponsables, ideas retrógradas, concentración de la riqueza y el poder.

En una época como la nuestra, en suma, bien valdría estudiar el problema filosófico del mal. Y la obra de Dostoievski es una fuente preciosa de enseñanzas.

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