El bastardo troyano

El bastardo troyano.

Alfonszo Rubio Delgado

Que vociferas joven guerrero. ¿Aún no asimilas la derrota? ¿Acaso aún dudas de la caída de Troya y su reciente destrucción aún perceptible en el áureo ambiente?  No Anacreón, gran guerrero y amigo. No lograrás hacerme creer la dura derrota. Cuando se es derrotado con el poder de las armas y la legítima estrategia, es dulce la derrota. Cuando tu enemigo vence con el poder de las más sucias artimañas y que tú no puedas más sostener aquel combate, es creíble la sórdida derrota.

Pero lo que hicieron los aqueos eso no creo que tenga ápice de honor ni gloria. Ni tan siquiera el perdón de los felices dioses. Esa lúgubre derrota, semejante es a la victoria en el juego, después de haber soltado la pieza en el tablero, o la carta en la mesa. Cierto, aunque al respecto no hay forma de retar al destino, joven y osado guerrero. Los dioses lo han permitido de esa forma. No hay manera de remediar lo acontecido.

Ahora y con las naves al Ponto, buscamos un nuevo refugio. Aparte, tú siendo un gran guerrero, consolarte debes. Pues ante el gran Eneas, héroe invencible, te has entregado y ganado un lugar de alta envidia. Razón por la que debieras estar agradecido.

No es así gran Anacreón, nada me ha sido regalado. Yo me he ganado el lugar que ahora ostento. En la batalla demostré ser uno de los hábiles guerreros. En cuanto a mi cuerpo, en nada se diferencia del de los hijos de los felices dioses. Tampoco mis habilidades en combate fueron inferiores a los de aquellos concebidos por las diosas.

Aunque es muy cierto lo que dices, gran Sifístocles, también es cierto que a ti se te conoce por ser un bastardo. Y espero que mis palabras no te ofendan.

Lejos está tu dicho de ofenderme, pues hablas con verdad sobre mis hechos. Pero eso no ha disminuido el poder de mi brazo guerrero. Tampoco ha mermado mi desempeño en las jornadas. Es más, a ti te consta, que me ví cara a cara con el gran Aquiles. A no ser por la intervención de los eternos, quien sabe que hubiera pasado. Pero, ¿qué tiene que ver mi bastardía, en este momento de la peor caída?

Arde Troya. Con ella nuestro orgullo. Pensarás que no me siento orgulloso de mi madre Eugea. Que mi padre cayó víctima de sus encantos. Cada quien cosecha lo que siembra.

¿Acaso no fué Heracles, el más grande de los semidioses, un bastardo? Hijo de nuestro padre Zeus y Alcmena esposa de Anfitrión. ¿No lo es nuestro amigo Eneas, general y guía de las huestes en fuga? Hijo de la risueña Afrodita y del campesino Anquises. ¿Siendo consorte de aquella el gran herrero Hefestos? ¿Acaso, los eternos son ajenos al deshonor que marca a los humanos? ¿Es mancha el nefasto título solo cuando de hombres trata? Cuando los dioses lo hacen, ¿en gloria se convierten las maldades?

Espera, espera gran Sofístocles. Ha ordenado el gran Eneas, encallar las naves. El Ponto nos tiene reservado un destino nuevo.

Saludos, amig@s

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