El camino a la tragedia

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El Rincón de Clío

Criterios

 

La migración, sea por decisión o por obligación, no es un acto en solitario. Las estrategias domésticas se tornan en la centralidad familiar cuando de abandonar el terruño se trata.

─Si yo me voy, ustedes se vienen conmigo”─afirmó Óscar a su esposa Tania y a su pequeña hija Valeria de poco menos de dos años de edad.

Las dos mujeres, convencidas que las familias migrantes experimentan la movilidad tanto al quedarse como al irse, tomaron unas pocas de sus pertenencias para emprender la búsqueda de algo que no habían tenido jamás: un lugar para vivir.

─Preferimos irnos contigo a que nos dejes solas aquí─exclamó Tania, al tiempo que abandonaban su casa.

Resulta imposible nombrar la catapulta que los lanzó de El Salvador: ora la violencia callejera; ora la precariedad laboral; ora la incapacidad del gobierno para brindarles condiciones mínimas de subsistencia; ora la cancelación del futuro en medio de un presente incierto producto de un pasado ofensivo. Al final de cada jornada, los tres llegaban con más urgencia y menos certezas. El aguante alcanzó su límite.

Lejos de ahí, pero también lejos de las prácticas para humanizar la sangría poblacional de doscientos salvadoreños por día, se piensa en combatir la corretiza de centroamericanos que solo quieren atravesar nuestro país.

Óscar y Tania lo saben. Valeria lo ignora, como ignora porqué sale a cuestas de su padre de la maltrecha vivienda que la vio nacer.

3 de abril. Es el día que ingresaron a México. Como cientos de exiliados económicos y bélicos del triángulo del norte centroamericano, se acercaron a la Estación Migratoria de Tapachula, Chiapas. La petición es simple: una visa humanitaria que les permita moverse por la República con cierta seguridad. No mayor a la experimentada por cualquier mexicano que recorre las ensangrentadas veredas nacionales.

La desesperanza del trayecto no los dobla. A pesar de tener todo en contra, Tania y Óscar confían que en Estados Unidos encontrarán algo mejor que lo que fueron sus empleos en una pizzería y un restorán de comida china.

─Al menos sacaremos a Valeria de la pobreza y la violencia que inunda la periferia de San Salvador- comentan sus progenitores a un grupo de migrantes en el comedor de un albergue cualquiera, gran apuesta para los tiempos que recorren Centroamérica.

Distante de ahí se decide profundizar la criminalización de la migración. Alejado de esa realidad, apostado en los escenarios elegantes y confortables del poder, retumba la afirmación del senador mexicano, Ricardo Monreal: “con las acciones del gobierno federal se evitó la crisis financiera”.

Estúpida aprehensión de valores que soporta el ejercicio legislativo del “representante popular”. La declaración ni siquiera la alcanzarán a escuchar Óscar, Tania y Valeria.

Son semanas enteras de cargarse a ellos mismos. Semanas completas de pedir ayuda para llegar al norte. Semanas infinitas que transcurren bajo las plantas de sus pies. Semanas insuficientes para dejar el lastre de la pobreza sempiterna. Semanas donde se endurecen las prácticas y los discursos de las “buenas conciencias” que exigen detener el paso de los migrantes: “no queremos aranceles, menos a los centroamericanos”.

Semanas cuyos días no son hartos para comprender porque no los dejan andar. Semanas que tienen que sucederse para llegar a las puertas de un lugar para vivir.

─Ahora solo es cuestión de solicitar asilo al gobierno de Donald Trump─dijo Óscar a su familia, en las empolvadas calles del maltrecho Matamoros, Tamaulipas.

─Lo más complicado ya pasó, cruzamos México sin que nos sucediera nada─ afirmó Tania con más deseo que certeza.

Ellos no lo sabían: las puertas no se abrirían. El cerrojo de la indiferencia y la convicción de que su futuro se encuentra irremediablemente anclado a la miseria sin adjetivos de la tierra que los vio nacer, serán los escenarios que terminarán por arrojarlos a las traicioneras aguas del río Bravo.

Tocaron y volvieron a tocar. Nadie atendió el llamado. Los oídos sordos de las autoridades estadunidenses y la complacencia de la Guardia Nacional mexicana convertida en el muro humano para detener la migración, fueron el maridaje perfecto para la última “decisión” desesperada de Óscar: entrar a la Unión Americana nadando a través del río.

-Me han dicho que es muy peligroso-se escuchó decir a Tania, al tiempo que su esposo se alistaba para nadar con la pequeña Valeria en su espalda.

El domingo parecía un buen día para dejar atrás el pasado. Solo era cuestión de alcanzar la otra orilla y encontrarían una nueva vida en Brownsville, Texas.

Quizá no fue suficiente la mirada de Valeria para dar a entender las dudas y los temores que recorrían su cuerpo al instante de ingresar a las aguas en brazos de su padre. Quizá experimentó un sentimiento ambivalente de temor y seguridad al sentirse protegida por su padre.

Al otro lado de la orilla se alejaba la mirada de su madre, quien, sin saberlo, observaba la última escaramuza de su familia.

Óscar alcanzó la otra orilla, solo faltaba volver por Tania para cumplir el sueño. Eso no lo entendió Valeria. No tenía porqué. Cuando miró nadar a su padre, se internó en el río. Óscar regresó por ella. Ambos fueron arrastrados trescientos metros por la corriente frente a la mirada desmoralizada de Tania.

Al final del intento, Tania terminó en soledad.

El camino a la tragedia está ausente de responsables. Esto debe terminar.

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