El catire pelucón

Foto: X | @POTUS

El catire pelucón

Juan M. Negrete

En uno de los pasajes de máxima tensión en la Ilíada, leemos que los troyanos y los griegos, hartos de matarse entre sí después de diez años ininterrumpidos, inventan un expediente ágil para concluir el conflicto: Que Paris, el raptor de Helena, se enfrente a Menelao, el esposo ofendido, y que quien se alce con la victoria, posea a la mujer-litigio con todas sus riquezas. Así concluirá la guerra. Nadie más intervendrá.

Este pasaje se encuentra en la rapsodia III. Alejandro, o Paris, rival de Menelao en amasiato por Helena, la había raptado siendo huésped del rey Menelao en Esparta. Según acuerdan ambos ejércitos, se encuentran de manos a boca en el campo de batalla. El raptor troyano se esquiva para no enfrentarlo, primero, pero su hermano Héctor le obliga a regresar a la lisa. Menelao supera a su archirrival y se alza con la victoria, teniendo como testigos a todos los guerreros que, sentados sin romper las filas, presenciaron la lucha. Triunfa, pero no puede dar muerte a Paris, pues Afrodita, su diosa protectora, le sustrae de la vista de todos los combatientes.

Atenea aconseja al arquero Pándaro, hijo de Licaón, que atraviese a Menelao con uno de sus certerísimos dardos. Y lo hizo. “(…) La amarga saeta atravesó el ajustado cinturón, se clavó en la magnífica coraza y, rompiendo la chapa que el héroe llevaba para proteger el cuerpo contra las flechas y que le defendió mucho, rasguñó la piel y al momento brotó de la herida la negra sangre…”  Las hostilidades se reanudan con más encono por haber roto los troyanos el acuerdo alcanzado.

De la lectura de esta historia han hecho derivar muchos analistas el báratro existente, se decía, entre la cultura occidental y el mundo asiático. Asia está representada por los troyanos. Son el atraso civilizado, el mundo tribal, la horda primitiva. Grecia simboliza en cambio un paso adelante. Es Europa, sí. Y no se trata de una mera cuestión regional o étnica. Acá se saben respetar los acuerdos, porque se someten al veredicto racional, al eslabón inviolable de la palabra, de lo hablado. La responsabilidad de la reanudación del conflicto es imputable a los troyanos. Eran bárbaros. No habían alcanzado todavía el nivel racional del respeto a los pactos. No estaban en condiciones aún de entender la fuerza abstracta de la ley.

Este pasaje homérico no es un canto a la fatalidad. Es una legitimación de las soluciones de fuerza. Es rotunda la lección en torno a la veneración por los acuerdos, por los pactos, por los productos racionales. El castigo al infractor se legitima precisamente por la violencia que ejerce sobre el producto del diálogo, del debate y del acuerdo. La lección, propalada luego a lo largo de los siglos por Occidente fue que los que quedan del lado de la defensa de la racionalidad están autorizados a usar la fuerza para hacer valer a la razón.

Con el conflicto presente entre Israel y la vieja Persia, se están reeditando las mismas coordenadas vitales de lo narrado en estos pasajes de la Ilíada, que han servido de base para la formación de nuestras comunas y países actuales. Generaron los formatos éticos y políticos con que se estructuraron nuestras ciudades-estado y no perdieron su presencia en la vigencia de nuestros estados-nación. O al menos se invoca siempre a estos principios como sus fulcros indispensables. Como los discursos políticos suelen ser tan etéreos, podemos deducir que se trata del sustrato de las convicciones generales de la democracia y de la civilización misma.

Pero los avatares históricos nos obsequian sorpresas inesperadas. Ahora estamos parados ante una de estas sorpresas. Había un proceso de entendimiento entre dos rivales viejos. Por un lado Irán, la antigua Persia, y por el otro Israel, un país nuevo que no lleva existiendo más de ocho décadas en los territorios actuales, arrebatados a la brava a Palestina .

La postura indeclinable e indescifrable de Israel, avalada por el poder gringo desde siempre, consiste en que Irán no debe trabajar el renglón de la energía atómica, pues de hacerlo obtendrá armas de destrucción masiva. Es una postura hipócrita y asimétrica, pues es bien conocido que el sionismo tiene en su poder un buen caudal de armas nucleares. Entonces, ¿con qué autoridad moral busca imponer esta normativa a Irán? ¿Por sus pistolas, nada más?

El respaldo yanki a favor de la postura israelí siempre aparece, venga o no al caso. Pero en el caso particular presente, se vivió hace unas semanas la iniciativa de diálogo con Irán promovido por el propio presidente gringo, Donald Trump. A propósito de este personaje, se impone aclarar el apodo con el que se titula esta colaboración. Los venezolanos utilizan el vocablo catire para señalar a un individuo güero, desteñido. Pues al buen Trump ya lo calificaron como: el catire pelucón.

Estaba pues esta instancia de poder gringa en entrevistas con sus pares iraníes, buscando llegar al acuerdo pertinente para darle opción a la necesaria paz mundial. Pero sin decir agua va, el infumable Netanyahu lanzó un bombardeo sobre Irán y el diálogo fue interrumpido, hasta donde vamos. De acuerdo a la arcaica lección política, de la que presumía Occidente, salir con la batea de babas era hábito de incivilizados, de orientales. Pero ahora, los infractores, los bárbaros vienen a ser los gobiernos occidentales: USA, Israel, la OTAN, la UE.

¡Vaya que sí es sorpresa mayúscula! Y ¡Vaya que sí han puesto en peligro la convivencia pacífica mundial, justo quienes se propalaban como los artífices y defensores a ultranza de la libertad, de la democracia y de la racionalidad, los adalides de los procesos civilizados y del cuidado mismo del planeta! No esperemos sino lo peor con este trastocamiento.

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