El cinismo perdido

El cinismo perdido.       

Alfonszo Rubio Delgado

Lejos de estar agradecidos por la falta de cinismo, debería ser lo contrario. Estamos tan acostumbrados a nuestro grado de confort que no medimos el peligro. Tampoco las consecuencias. Mucho menos a actuar como Diógenes . Esto, al momento de rescatar nuestra dignidad. Ello, haciendo alusión a lo dicho por aquel cuando un ministro le dice: “no deberías comerlas si fueras más sumiso”. A lo que Diógenes contestó: “Ay de tí, hermano. Si aprendieras a comer un poco de lentejas, no tendrías que adular tanto al emperador”.

Actualmente, la dependencia de los seres humanos es muy destacable. El tráfico de influencias y la actividad social se han cerrado, al grado de marcar la diferencia entre comer y no comer. Me explico. Grandes masas de individuos dependen de la decisión de cada vez menos personas. Aquellas, en su afán de satisfacer las exigencias de los pocos individuos, se esfuerzan cada vez más. Poco a poco, y de forma paulatina esos directivos elevan la carga impositiva de trabajo.

En ese imperceptible, pero constante fluir, se va imponiendo y elevando la actividad del trabajador, Al grado de que, a la postre, termina siendo sometido. Y el asalariado aludido pierde su autonomía, su tiempo de descanso, sus valores y todo aquello con lo que legalmente contaba. El patrón cada vez exige más y paga menos. El operador cada vez pierde más derechos y contrae más obligaciones. Aunque existe una legislatura, poco a poco se convierte en letra muerta.

La patronal, al ser exigida, por entes “más elevados”, exige a su vez al último eslabón de la cadena. Mismo que, dada la tradición, no reacciona. Cuando lo hace, se da por la via legal. Ésta ha sido vulnerada. El poder, en franca descomposición, transgrede los límites auto impuestos por la sociedad. Las partes de ésta entran en un terreno pantanoso. Empiezan a  jugar un juego destructivo. Cuando éste se activa, tampoco es perceptivo. Paulatinamente va subiendo de nivel. Se va elevando. Sus grados superiores, no son formas civilizadas de convivencia. Son totalmente diferentes. Son destructivos, movimientos mortales y purgantes. Socialmente despojantes. Poco amables y contrarios a toda forma de manifestación medianamente aceptable.

Tampoco eso es perceptible por aquellos individuos engolosinados con el poder, mismos que piensan que aquello nunca se acabará; que la gloria sentida, por su “gran labor”, será recordada por las generaciones; que sus nombres inscritos en letras de oro serán; y que la fama siempre acompañará sus apelativo. Obvio, nada más alejado de la realidad.

Lo que están experimentando es ni más ni menos el inicio de la revolución. De un movimiento social que en automático, les llevará al siguiente grado, quedando, en la siguiente etapa, sólo aquellos elementos aptos para las exigencias propias del nivel cursado. Personas viciadas con valores arcaicos, no podrán pasar el filtro revolucionario. Este inexorable proyecto, ya está en marcha. ¡Aunque su imperceptible fluidez lo haga aparecer como inocuo!

Saludos amig@s

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