El ejército

El Ejército

Alfonszo Rubio Delgado

Los cuerpos castrenses, desde siempre, han sido elementos indispensables en las sociedades. Su preparación y adiestramiento son un tanto diferentes, casi siempre al margen de la masa a que pertenece. Han existido pueblos entregados totalmente a la guerra, al saqueo y a la destrucción de otros grupos. Culturas como la griega en que sus ciudades estado tenían ejemplos de masas dedicadas a la guerra. Otras enfocadas en cultivar las virtudes humanas, la ciencia y la filosofía. Es el caso de las ciudades estado, Esparta y Atenas. Valga decir que, en nuestros días, como humanidad, no hemos logrado superar esa actitud primitiva. Todavía existen a quienes les interesa ese nivel de primitivismo.

Dada la situación imperial en la antigua Roma, el ejército romano permaneció la mayor parte del tiempo leal al emperador. Aunque llegó a tomar conciencia, no siempre actuó de forma ciega, como lo hacen actualmente los ejércitos. A muchos soldados les hacen creer que son un ente superior. Esto por la disciplina, el conocimiento, el atuendo y demás arreos propios de esas fuerzas.

Ahora bien, la conciencia despierta en el ejército romano, se dio propiamente en la guardia pretoriana. Misma que, como fuerza de seguridad personal del emperador, le protegió. Aunque dicha guardia también vigilaba los intereses del imperio. El emperador Calígula se sintió apoyado por “su guardia”, lo cual le hizo incurrir en excesos. Luego el Pretorio, atento a los intereses superiores del imperio, ejecuta al emperador. Acto seguido, nombra a Claudio como el nuevo jefe del imperio. Esta situación no fue vista como un golpe de estado. Más bien se tomó como un acto de equilibrio. Calígula, dentro de sus excesos, había destruido a la oposición y se preparaba para actuar como un tirano.

A lo largo de la historia han existido diferentes manifestaciones de la milicia. Desde golpes de estado, hasta individuos castrenses que, postulándose para puestos políticos elevados, salen electos. Pero las fuerzas armadas, por la forma en que les han hecho creer que son, han permanecido inconscientes la mayor parte de su existencia. Con excepciones como el caso de la guardia pretoriana, los ejércitos siempre han estado ahí, fieles a la ideología impuesta desde el poder. Muchas veces defendiendo tiranos. O a tipos que, como seres humanos, dejan mucho que desear. O bien, por la misma inconsciencia, defendiendo a grupos de potentados, cuyo mangoneo se da a la sombra. Esto es, los dueños de los grandes capitales. Tipos que, como ratas, se esconden de aquellos a quienes han expoliado y dilapidado. Esos exigen, dado el gran poder acumulado, protección de los ejércitos del orbe.

Aunque, dadas las circunstancias, en un acto un tanto extraño y raro, los ejércitos del planeta despertarían de ese letargo. Voltearían a ver a aquellos bárbaros acumuladores de miseria. Luego les dejarían en la total indefensión. Permitirían al pueblo oprimido hacer justicia. Esto es, realizar la purga. Diezmar a aquellos destructores pasivos y activos. Mismos que al verse desnudos ante la sociedad, tendrán que aceptar el castigo impuesto. Ello por los excesos en que incurrieron. También porque, al estar conscientes de lo hecho, se entregaban a actos de corrupción y despojo.  Esto, claro está, no es una ficción. Cuando nuestros mayores elementos de equilibrio salgan del letargo a que los han sometido la mayor parte del tiempo. Parafraseando al gran Marx, don Carlos, diré: ¡Guerreros del orbe, uníos!

¡Saludos amig@s!

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