El feminicidio en la era neoliberal

Foto: Archivo

feminicidio Foto: Susana Gil (Notimex).

 

Eduardo Jorge González Yáñez*                                                            

 

La semana pasada, Ingrid Escamilla, de 25 años, fue asesinada por su cónyuge, en el departamento donde vivían en la alcaldía Gustavo A. Madero, en la Ciudad de México. El evento sucedió mientras, según la confesión de Eric Francisco Robledo —tras haber sido detenido en la escena—, sostenían una discusión cargada de violencia y agresiones con un cuchillo de cocina. Los detalles han sido largamente narrados en innumerables medios de prensa y diarios de circulación nacional. Gracias a eso, sabemos que fue una muerte brutal, inhumana y cargada de odio. La manera de desechar el cuerpo no se le hubiera ocurrido ni a Mary Shelley. Ingrid Escamilla se une ahora a las miles de mujeres que han sido asesinadas en México, objetos de un continuo proceso de violencia en razón de género que culmina con el feminicidio.

Ojalá terminara ahí.

En el capitalismo tardío de la era neoliberal el mercado crea las necesidades de la gente y encuentra la manera de atenderlas. Toda oferta encuentra demanda y toda demanda tiene cabida en las mentes amaestradas por la economía de consumo. La gente pide y el mercado otorga. Al día siguiente del feminicidio, numerosos tabloides hicieron espacio en sus portadas para publicar las fotos de los restos de la víctima. Su rostro no vende. Su nombre no importa. Las portadas amarillistas del sensacionalismo periodístico normalizan la violencia y revictimizan a Ingrid, con titulares desagradables sin valor informativo y fotos filtradas de su cuerpo destrozado. Los medios de comunicación masiva ofrecen en primera plana las desgracias espectaculares que seguro tendrán éxito en el mercado.

Es, precisamente, solo a través de la desgracia, y por casualidad, que las olvidadas resurgen de la ignominia para ser protagonistas en el imaginario colectivo. ¿Cuántas mujeres tienen que ser desolladas para que sean noticia y aparezcan, aunque sea por unos días, en el mapa social? Como dice Eduardo Galeano, el mundo se convierte en el escenario de un gigantesco reality show. Un feminicidio se convierte en un producto y se vende al por mayor. Algunas personas lo compran y alimentan el nuevo giro de la industria del espectáculo. Otras lo condenan.

Al respecto, la antropóloga feminista argentina, Laura Rita Segato, se ha pronunciado firmemente en numerosas ocasiones para denunciar que los femicidios se repiten porque se muestran como un espectáculo. Segato sostiene que, sin duda, la información debe circular; sin embargo, el proceso mediante el cual se glamoriza, para después presentarse como espectáculo, involucra la múltiple revictimización de una mujer que ha sido asesinada. Así, se ignora lo que ella califica como la cualidad contagiosa del feminicidio, pues se repite, se lo analiza, se buscan detalles y no se tiene ningún cuidado para el mimetismo que produce en la gente. La industria noticiosa muestra al agresor como un monstruo protagonista potente y posiciona personajes aspiracionales para algunos de los hombres que consumen la noticia. Se alimenta la curiosidad morbosa, en mi opinión, característica del consumidor en la era neoliberal. Es poco o nada lo que se informa. Se atraen espectadores y se promueve el crimen.

Es, como lo llama Segato, la pedagogía de la crueldad. La comunicación de los feminicidios como parte de la industria del espectáculo, forma parte de las prácticas sistemáticas del capitalismo tardío, que reducen a los seres humanos a su función dentro de la ley de la oferta y la demanda. Mano de obra o consumidores. Así, nos condicionan para aprender a ver la vida y el cuerpo como cosas, de una forma total y meramente instrumental.

Si, como ella lo entiende, el acto violento encerrado en el feminicidio es, realmente, un acto político que intenta reafirmar la dominación de hombres sobre mujeres, este debe ser entonces entendido como un mensaje, donde la acción enunciativa contenida dentro de la violencia, se transforma en un lenguaje que se legitima por la manera en la que los medios masivos de comunicación hacen su trabajo y por las personas que los consumen. Debería entonces abrirse un debate serio con respecto a la manera en la que se socializa la violencia, así como en la que uno mismo se informa.

Es esa la pugna de las manifestaciones que han tenido lugar esta semana en la Ciudad de México y en algunas otras ciudades del país. Un llamado que grita ¡Ingrid no ha muerto, Ingrid somos todas!, y que exige justicia para las miles de mujeres que en México, no han sido solo víctimas de feminicidio, sino también objeto de nefastas prácticas periodísticas, síntoma de una industria que, como muchas otras en la era neoliberal, con cualquier cosa hace negocio. Al momento, seis policías y peritos son investigados por la filtración de las imágenes.

 

 

*Estudiante de  Relaciones Internacionales del sexto semestre del Tecnológico de Monterrey.

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