El Fobaproa redivivo

El Fobaproa redivivo

Juan M. Negrete

Por si nos escasearan los malos augurios, vino a visitarnos Zedillo, el expresidente del Fobaproa. Ya nos había acostumbrado a no meterse en las discusiones de la vida nacional. Pero le concedió una entrevista a Nexos y a Letras Libres y en ella soltó su ronco pecho. Dijo que la joven democracia mexicana ya está muerta. La mató la 4T. Como decían los viejos: calladito te veías más bonito. Pues ahora que soltó prenda, no nos queda sino revirarle la atención a su esperpento, el Fobaproa, de pésima memoria. Vamos a dar un paseo para medio revivirlo.

Al arrancar la implantación del neoliberalismo aquí, puso a nuestros próceres a privatizar cuanto encontraron. Y se desataron, como río crecido. El gobierno se deshizo de las empresas paraestatales. Cambió de manos toda la industria nacional. La minería, la siderurgia, los puertos, las señales radiofónicas y televisivas, los teléfonos, los bancos… La riqueza nacional, pacientemente acumulada por dos generaciones de laboriosos mexicanos, fue atracada. Completita, pasó a manos de los empresarios favoritos del régimen, especialistas en heredar fortunas y despilfarrarlas luego.

Les atacó la fiebre de la privatización, como una vorágine vertiginosa. Pero no lo vivimos como atraco en despoblado. Figuraron la puja con el garlito legal de la compraventa. La enfundaron en operaciones mercantiles. ¿De dónde sacaron su fortuna todos estos compradores compulsivos, si no había en el país magnates poderosos para hacerse de bienes tan caros? Les hizo el quite la inventiva conspirativa hecha gobierno. Primero privatizaron los bancos, que habían sido nacionalizados por López Portillo en 1982, En 1991 le dieron la vuelta de tuerca. Era su maniobra clave. Tras ella, nos arrolló su avalancha.

Los bancos facilitaron créditos abundantes a quienes iba a favorecer. Les “prestaron” inmensas cantidades para realizar las transacciones. Fueron préstamos irregulares, sin avales, sin respaldos, a fin de que no iban a ser pagados. Así fue como estos señoritos, nuevos ricos, con dinero prestado abundante, presentaron posturas y realizaron su extraña compra. Extraña porque los bienes a adquirir no le pertenecían al vendedor y el comprador tampoco los trocó por dinero propio. Varios años después, estos señoritos se mostraron insolventes. No pagaban a los bancos prestamistas la deuda comprometida. Los intereses estaban corriendo. La banca se declaró en quiebra total. El futuro de nuestra economía lucía inviable. Se desfondaba. Su hoyo negro eran esos altísimos préstamos impagables.

Fue cuando Ernesto Zedillo se sacó de la manga ese engendro que llamamos FOBAPROA. Envió al parlamento la iniciativa para la creación de un fondo, en el que se soportara la ausencia de tales pagos: una bolsa que imantó a su panza todos los créditos impagables. Dispensó de sus obligaciones a los deudores privilegiados, beneficiarios de compras de oportunidad de bienes de la nación, y trasladó su pago real a la tasa impositiva, la que nos retrinca a todos los ciudadanos productivos. El secreto consistió en regalar tales bienes a esos favoritos. ¿Se condonó la deuda? No. Fue permutada para ser pagada mediante el tesoro público, el que se monta cada año con los impuestos de los ciudadanos productivos. Se  nos puso un plazo ‘decente’ de treinta años, como para no sentirlo.

O sea que los contribuyentes seríamos los paganos. O sea que los trabajadores cubriríamos tales adeudos. O sea que a la generación presente le fue expropiada la herencia de lo acumulado por dos generaciones anteriores de productores. O sea que la generación actual de despojados, y la que siga, va a pagar todo el banquete sin haber comido ni migajas. O sea que nos quedamos sin tesoro y lo repondremos, como si no hubiera sido nuestro. O sea que, para sentarse en la riqueza nacional, los rateros ni se despeinaron. O sea que criamos la élite de ladrones, para que controlara y dominara el futuro, la sentamos en el poder y la hicimos inmensamente rica. O sea que criamos los buitres que nos sacarían los ojos. O sea que, como sembramos vientos, cosecharíamos tempestades.

La suma estratosférica dada a conocer por tales días fue de cien mil millones redondos de dólares. Fue otro engaño decir que ciertos fondos de esa suma eran recuperables. Fue mentira oficial, como muchas otras y siempre. Pasaron treinta años mentados y no se recuperó nada. Estamos pagando toda la deuda principal y además los intereses usureros que se han estado generando. Hemos sido hipotecados. Nos robaron nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. No nos hemos sacudido tal ignominia ni en metálico, ni por vía de acuerdos ad hoc. Se nos ha dicho que todas las vías posibles de arreglo están clausuradas. No le han aflojado la cuerda al ahorcado, que es juan pueblo, el pagano de siempre. Éste es el contenido de la triste historia del Fobaproa de don Zedillo.

Van otros datos, tomados de la guasa política, que no pueden obviarse, para que mejor se encuadre el asunto. La gran estafa cruzó la aduana política sin tocar baranda. En todo el proceso el único partido, que en el parlamento se opuso a la gran estafa, fue el PRD. Los otros dos, PRI y PAN, dizque enemigos en justas electorales, actuaron de consuno, aprobándolo sin chistar. Celebraron convenios de interés con las cadenas de información masiva y cerraron rosca.

A la hora de las siguientes votaciones, hablando de la elección federal del año 2000, salió a brote la gran desinformación, en que nos mantenían sumidos. El PRI y el PAN, los instrumentos políticos para el gran atraco del Fobaproa, se llevaron tranquilos el 80% de los votos. El PRD fue por aquellos días el gran bastión opositor. Pues alcanzó apenas 20% de los sufragios. Está claro que los pillos eran dueños de la carpa, del circo, de las pistas, de los payasos y de los espectadores. ¿Cambiamos para bien?