El gran desacuerdo de América Latina: indecisión por un pragmatismo eficaz

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Mónica Salcido Varela américa latina


América Latina. Región tan antigua, hogar de lo que fueron grandes civilizaciones como la azteca, la inca, la maya. Tierra de grandiosas pirámides, ciudades antiguas y recursos naturales en abundancia. Y, a la vez, región tan nueva, con poco más de dos siglos de independencia. Su historia se ha contado muchas veces. En ocasiones tan sencilla y en otras tan difícil de explicar, porque ¿cómo comenzar a contarla? No es tarea fácil, si tantas cosas, tantas experiencias ha vivido (o sobrevivido) esta región.

En su historia ha experimentado conquistas, colonizaciones, saqueos, un proceso de evangelización y mestizaje, pasando por guerras de independencia y de revolución; ha probado la democracia, la dictadura y el socialismo; la amistad o enemistad con los Estados Unidos; hizo suyas las medidas impuestas para el desarrollo y fue conejillo de indias del neoliberalismo; ha volteado a la izquierda y a la derecha; ha probado la abundancia y, ciertamente, ha probado la pobreza. Tantas cosas. Tantos contrastes, matices y colores que esta región del mundo ha sido, y aún así se describe como una región que se caracteriza por la pobreza y la desigualdad.

Esta historia se ha contado muchas veces. Vale la pena contarla de nuevo, buscando encontrar nuevas causas, consecuencias y soluciones.

Un argumento que ha prevalecido por mucho tiempo en el imaginario latinoamericano es que sus males fueron causados por el imperialismo de los Estados Unidos. Por muchos años, Estados Unidos se nombró el jefe de la pandilla latinoamericana sin realmente pertenecer a ella, imponiendo sus intereses, productos y sistema económico al resto del continente. Aunque es cierto que el imperialismo yanqui ha tenido una gran influencia en la historia de América Latina, sería un error asegurar que este ha sido el único o más importante factor, cuando la realidad es que ha sido una suma compleja de múltiples eventos. Uno carga el mayor peso.

La cuestión es que en América Latina nunca nos ponemos de acuerdo. El problema se remonta al momento de las independencias: el vacío de poder que dejaron los españoles resultó en múltiples guerras, revoluciones y golpes de Estado, en una revuelta por decidir qué tipo de gobierno debía ser establecido. Desde liberal o conservador, capitalista o socialista, neoliberal o proteccionista, etc. No nos ponemos de acuerdo en “cómo” hacer las cosas, por lo que éstas nunca llegan: democracias representativas, instituciones fuertes, respeto a los derechos, las libertades y las leyes. Mientras que América Latina dedica sus esfuerzos para determinar qué ismo, candidato o partido es el más adecuado, otros países adoptan un enfoque más pragmático, donde la importancia radica en la obtención de resultados. ¿Cómo puede remediar América Latina este problema?

Priorizar antes de especializar

Es justo decir que, como humanos, nunca estaremos de acuerdo en todos los puntos de una decisión, y eso está bien; para una democracia es saludable la existencia de una pluralidad de opiniones que tengan una voz para expresarse y portales donde ser leídos y escuchados. El asunto es construir un sistema en el cual las opiniones de todos puedan coexistir, pero en donde las necesidades, los derechos y los elementos básicos de una democracia sean una certeza. En este sentido, América Latina necesita poner en práctica lo general, antes de llegar a lo específico. Priorizar, antes que especializar. Me explico.

Podríamos asumir que todos estamos de acuerdo en que nos gustarían mejores condiciones de vida: mejores empleos, viviendas dignas, salud y bienestar en general. Son ideas que no dudaríamos en aceptar. Sin embargo, los países latinoamericanos tienden a priorizar cuestiones ideológicas antes de crear las condiciones para satisfacer estas necesidades básicas.

¿A qué necesidades me refiero? Tomemos como referencia la pirámide de las necesidades de Maslow: en la base de la pirámide se encuentran necesidades como la alimentación, la seguridad física, de empleo, de salud, descanso, etcétera. Conforme subimos de nivel en la pirámide, aparecen otras necesidades como la amistad, el respeto y el autorreconocimiento. En el extremo superior de la pirámide encontramos la moralidad, creatividad, falta de prejuicios, resolución de problemas, entre otras. Todas son necesidades. Todas son importantes, pero en diferente nivel, en diferente orden prioritario. Esto quiere decir que el humano buscará satisfacer sus necesidades fisiológicas antes que necesidades ideológicas o partidistas. Por ejemplo, un humano no buscará resolver un debate entre socialismo y comunismo sin antes cerciorarse de que habrá comida en su mesa; será para éste mayor prioridad tener un techo sobre su cabeza, antes de decidir qué corriente económica le parece más apropiada.

Así, América Latina debe priorizar necesidades como la alimentación, vivienda, empleo y seguridad dignas, antes de especializarse en la promoción de una ideología, antes de concentrar sus esfuerzos en convencer a la población que tal partido o candidato es mejor. Los sistemas de pensamiento políticos e ideológicos son importantes, pero algunas cosas simplemente van primero para impulsar la correcta estructuración de otras (Cabe mencionar que esto no quiere decir que mientras exista la certeza de ciertas necesidades básicas, se puede prescindir de otras necesidades como la libertad y la libre expresión. No es una cuestión de “esto o lo otro”). Es por ello que hay que piorizar ciertas necesidades antes de especializarse en otras, y buscar el bienestar general antes de concentrarse en lo específico.

 

Consenso superpuesto y política, no metafísica

Ahora, ¿cómo llegar a estos acuerdos? Aún pensando en necesidades establecidas como básicas, existen desacuerdos entre diferentes pensamientos y puntos de vista basados en ideologías, filosofías y religiones que discuten y apuestan por el que creen será el mejor método a utilizar en problemas concernientes a temas como la alimentación, la salud y la educación. Para solucionar esta cuestión, me inclino hacia lo que el filósofo político estadounidense John Rawls postula como política y no metafísica y su concepto de consenso superpuesto.

Rawls explica que existen muchos caminos para llegar a una decisión, pero que mientras nos concentremos en el acuerdo que necesitamos para el propósito en cuestión, no necesitamos llegar a una resolución sobre cuestiones metafísicas. Es decir, supongamos que se está discutiendo sobre la inclusión de un sistema electoral en un país latinoamericano. “Debe incluir a los grupos más vulnerables y ser manejado en su totalidad por el Estado”, podrán decir los de corte de izquierda. “Debemos seguir la tradición del sistema electoral” Podrán decir los de derecha. “El Estado no debe intervenir en lo absoluto y debe ser únicamente responsabilidad individual”, podrán decir los neoliberales. “Los partidos religiosos deben tener un mayor peso”, dirán los grupos religiosos. Opiniones diferentes para grupos con pensamientos diferentes. Lo importante aquí no son las razones de cada uno de los grupos, sino que todos acuerden que debe ser un sistema inclusivo. Es decir, todos podrán tener una opinión diferente sobre cómo hacer las cosas. La cuestión es que, si bien todos estamos de acuerdo en el mismo resultado, no tenemos que estar de acuerdo por las mismas razones. Cada uno elegirá el camino metafísico o ideológico que quiera tomar para llegar al destino; lo importante es que lleguen a ese destino común. Es centrarse en lo político, no lo metafísico, para llegar a lo que Rawls llama un consenso superpuesto. Dicho consenso incluye todas las doctrinas filosóficas opuestas y busca un terreno común o neutral entre las mismas, como un diagrama de Venn en donde existen superposiciones entre los diferentes círculos de opiniones. Dichas superposiciones se desempeñan como la base de un orden político funcional.

No se trata, pues, de buscar probar un principio metafísico como científico que pueda presumirse como superior a los demás y ganar en el terreno filosófico, por así decirlo. Se trata de encontrar un enfoque consensuado que traiga consigo resultados útiles y eficientes. Aunque en muchas situaciones existirán detalles por definir, lo importante es que siempre que estemos de acuerdo en el mismo resultado, no tenemos que convenir por las mismas razones.

 

De manera que…

Pocas historias pueden superar el conflicto del que ha sido testigo América Latina. Muchos han sido sus problemas. Con todo, limitarlos a una sola causa, a un solo actor o a una sola solución, significaría que no los comprendemos con exactitud. Sin embargo, hay que reconocer que la indecisión de América Latina ha jugado un papel de suma relevancia.

Mucha gente se empeña en la idea de que se puede encontrar (o se jacta de que ya encontró) la mejor forma de gobierno, la clave para el bienestar, el sistema que dará paz y organización a los humanos, un sistema universal que funcionará para todos. Esto simplemente no es posible; no existe un sistema que se pueda probar como el mejor, como el científica o filosóficamente avalado como el más conveniente, el que debe ser. No se trata de dejar de buscar un mejor sistema, ni dejar de señalar los defectos de los sistemas actuales. Se trata, pues, de llegar a un acuerdo, por lo menos en cuestiones generales.

Quizás, el ismo que más necesitan los países latinoamericanos es el de un pragmatismo eficaz y eficiente. No sólo pragmatismo sino una cualidad que combine practicidad con resultados rápidos, transparentes y efectivos en donde los países reconozcan, y por tanto trabajen –por las razones que consideren– por las necesidades básicas de la población y lo que eso significa: mejores gobiernos e instituciones.

Puede que no sea la alternativa más completa en términos metafísicos o filosóficos, pero suena bien por el hecho de presentarse como una forma más práctica de lograr sociedades preparadas, equitativas y funcionales en América Latina.

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