El Mareño: Comandante de la PJF ordenó masacrar a familia para librar a Caro Quintero

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Felipe Cobián Rosales

Supuesta búsqueda de quienes secuestraron, torturaron y asesinaron al agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar y al piloto mexicano, Alfredo Zavala Avelar, el comandante de la Policía Judicial Federal, Armando Pavón Reyes, ordenó atacar la granja El Mareño a bordo de la carretera Bellavista-Zamora. Ahí masacraron a un matrimonio y al hijo discapacitado que vivía con ellos. A su llegada, los otros dos hijos también fueron acribillados. Más tarde arribaron sus esposas y familiares. Todos fueron capturados y enviados a Guadalajara acusados de narcotráfico y causa de la balacera. Tras la publicación del reportaje en La  Jornada (5 y 6 III-1985), cuya información fue reproducida en importantes medios estadounidenses, Pavón fue encarcelado. El subcomandante Alfonso Velázquez Hernández, lo señaló de haberle ordenado el ataque.

Todo, se sabría posteriormente, para dejar a salvo a un grupo de narcotraficantes, entre ellos al ahora aprehendido de nuevo, Rafael Caro Quintero, a quien la justicia norteamericana acusa de ser el responsable del asesinato de Camarena y Zavala Avelar, Esta crónica es parte de un libro en preparación.

 

La Angostura, Michoacán.- Aparentemente serenos, pero con una tristeza enorme que se adivina en sus ojos, Hugo Alejandro Bravo Navarro y Manuel Bravo Torres, ambos de 11 años de edad, únicos sobrevivientes de la balacera del sábado en El Mareño, aseguran que  sus progenitores (y abuelos) fueron asesinados por la policía luego de vendarles los ojos “porque mi abuelito o mi abuelita, o los dos, habían matado a un judicial creyendo que era ladrón”.

Los dos menores viven en Zamora, pero con frecuencia se quedaban a dormir con sus abuelos, como lo hicieron el viernes pasado en el rancho El Mareño, a un kilómetro de esta población, al borde de la carretera Zamora-La Barca (en Jalisco).

Con los ojos aún irritados, Hugo y Manuel, narraron lo que vieron y oyeron el sábado 2 de marzo de 1985 cuando fueron asesinados el agente judicial José Manuel Esquivel Jiménez; los esposos Manuel Bravo Cervantes (exdiputado y María Luisa Segura –abuelos de los menores y dueños del rancho-, así como sus hijos Rigoberto, Manuel y Hugo Bravo Segura.

“Al cinco para las siete del sábado despertamos, pero seguimos acostados y exactamente, cuando dieron las siete oímos disparos como de metralleta o ametralladoras y las balas rompían vidrios y pegaban en todos lados de la casa.

“Oímos luego que mi tío Rigoberto gritaba que eran ladrones; mi abuelito salió a disparar y al poco rato alguien gritó: “ya cayó la ruca”. Luego se metieron a la casa; con una metralleta abrieron una puerta y enseguida empezaron a golpear a mi tío Rigo que tenía una placa en la cabeza porque había sufrido un accidente en la carretera y lo mataron a puros golpes contra la pared y contra una camioneta que traían los judiciales…

“Nosotros nos escondimos en un cuarto, pero entraron los policías judiciales y nos agarraron de los cabellos y nos empezaron a golpear también y nos decían que nos iban a matar también. Nos tomaron fotos y nos preguntaban dónde estaba la mariguana y dónde estaba enterrado el señor Camarena y nosotros respondíamos que no sabíamos nada y que si mis abuelitos tuvieran mariguana ya fuéramos ricos, pero ellos ni siquiera fuman.

“Ellos, los policías, hasta al mucho rato después gritaron quiénes eran y le dijeron a mi abuelito que se rindiera, que estaba rodeado. Pero seguían disparando; luego lo mataron.

“Cuando había pasado como una hora o más de puros balazos, llegaron nuestros papás de Zamora y sin decirles nada los agarraron porque eran hijos de nuestros abuelitos y empezaron a golpearlos con rifles por todas partes del cuerpo.

“Después, cuando había pasado mucho rato de que los habían golpeado y torturado, sacaron a nuestros papás de vuelta a puros golpes y mi papá Manuel decía maldiciones y decía que mejor lo mataran porque él no sabía nada y que no tenía nada que ver, que sólo habían ido a defender a sus papás porque alguien les dijo lo que sucedía.

“Más tarde, uno que parecía que los mandaba gritó: “Véndenles los ojos y a ver qué hacemos. Y se los llevaron a golpes de rifle y metralleta a nuestros papás. Les vendaron los ojos y a nosotros nos llevaron a una camioneta. Nos pusieron bocabajo. Nos amenazaron con darnos un tiro si volteábamos y al poco rato todo quedó en silencio. Volteamos tantito cuando oímos algunos ruidos y gente que hablaba y vimos que los arrastraban.

“Después vimos que nuestras mamás estaban en una camioneta roja. Más tarde ya no supimos qué les hicieron, pero se las llevaron a un cuarto y las golpearon y les jalaron los cabellos y les hicieron quién sabe cuántas cosas.

“Enseguida, cuando había pasado ya mucho rato, vimos que mi tío Vences (Wenceslao Segura Vázquez) había llegado a la casa a ver qué pasaba. Lo tenían con los ojos vendados y colgado (de cabeza) con una riata que tenía amarrada a un pie. Los policías se lo aventaban unos a otros y le daban puntapiés en todo el cuerpo y luego lo bajaban y lo metían a una tina con agua para ahogarlo y le hacían muchas preguntas.

“Cuando se había calmado todo, como a las cuatro de la tarde, llegaron unas ambulancias de La Barca y a nosotros dos nos sacaron. Vimos que estaban varios cuerpos tendidos en la casa tapados y unos parecía que estaban vendados. Nos llevaron por la carretera caminando hacia Vistahermosa y no nos querían decir que ya todos estaban muertos.

“Nosotros sabíamos que sí y empezamos a llorar”.

El domingo, en la noche, los vecinos colocaron los cuerpos en otras tantas cajas luego de que estuvieron más de 30 horas en el Centro de Salud de Vistahermosa. Los velaron en la casa de Wenceslao Segura Vázquez, y en fila en un largo corredor de La Angostura, los acompañaron toda la noche todos los del pueblo y más gente de alrededor.

Uno de los familiares que ayudó a colocar los cuerpos en los ataúdes, declaró que todos, a excepción de María Luisa Segura -hermana de Wenceslao-, tenían un tiro de gracia.

Los cinco integrantes de la familia Bravo Segura fueron inhumados en este poblado municipio de Vistahermosa, el lunes 4, sin la asistencia de Celia Navarro y Eleuterio Torres, viudas de Manuel y Hugo Bravo Segura y madres de los menores antes citados y testigos sobrevivientes de la masacre.

Ellas fueron torturadas, arrestadas y llevadas a Guadalajara en calidad de cómplices de esposos y suegros, acusados por los policías judiciales federales de haber desaparecido y dado muerte al agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar y del piloto Alfredo Zavala Avelar. Y así lo dieron a conocer al día siguiente de los hechos todos los medios informativos en sendas notas y fotografías con el arsenal que supuestamente les habían confiscado.

Dos días después, la noche del lunes 4, el Ministerio Público Federal las dejó en libertad a ellas y a los señores Ramón Ramírez, Salvador y Wenceslao Segura Vázquez por la falta de pruebas y sólo con un simple: “Todo se debió a un error; nos equivocamos”.

En tanto, el gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas, emitió un comunicado al procurador general de la República, Sergio García Ramírez y al gobernador de Jalisco, Enrique Álvarez del Castillo en el que presenta “una respetuosa y enérgica protesta por los hechos ocurridos en el rancho El Mareño, “de los que no enteraron previamente ni a la Procuraduría General de Michoacán ni a este Ejecutivo”.

En la Angostura, el pueblo entero se solidarizó con los dolientes de la tragedia durante el sepelio y manifestaron ampliamente sus dudas sobre si los muertos eran realmente narcotraficantes o robacarros, como fueron acusados por los, alrededor de 40 uniformados federales y jaliscienses que fueron a atacarlos. Los cuerpos fueron velados y sepultados con grandes muestras de tristeza, esperanza y solidaridad con los cinco familiares detenidos.

Celia y Eleuteria, entrevistadas por separado posteriormente en sus casas en Zamora, afirmaron que a los cinco detenidos los liberaron a las 22:00 horas de aquel lunes.

Sollozando y apretando fuertemente a su pequeño hijo, Celia Navarro refiere que lo que la policía ha dicho a los periódicos “es pura mentira, pues ni mi esposo Manuel ni mis cuñados, ni mis suegros eran narcotraficantes, ni robacarros, y los hechos no son como los presentan”.

Ya un poco más calmada dijo que como a las 7 y media de la mañana recibieron, ella y su cuñada, una llamada en Zamora, que a sus suegros los estaban tiroteando, por lo que sus esposos, Manuel y Hugo, salieron inmediatamente hacia el rancho preparados con pistolas y municiones porque pensaban que se trataba de un asalto.

Más tarde, Celia y Eleuterio decidieron pedir auxilio a la Policía Judicial domiciliada en Zamora, por lo que seis u ocho elementos las acompañaron y al llegar al kilómetro 36, donde se encuentra El Mareño, sintieron primero una sensación de alivio cuando vieron a muchos policías disparando sobre la casa, porque pensaron que ya habían llegado en auxilio de sus suegros, sus esposos y de sus hijos.

Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando se presentaron los judiciales federales y los de Jalisco, que desarmaron a los policías que las acompañaban y los aprehendieron, a los policías y a ellas. A las dos las vendaron y las encerraron en un cuarto en donde por buen rato las mantuvieron atadas de manos.

Eleuteria dijo que mientras estaban encerradas en el cuarto del rancho, todavía escucharon por un buen rato el tiroteo y que golpeaban a sus esposos Hugo y Manuel y a su cuñado Rigoberto, sin saber más de lo que estaba sucediendo por las condiciones en que se encontraban.

“Luego, unos agentes nos sometieron a torturas y vejaciones que no podemos decir por vergüenza y así nos tuvieron hasta las 6 de la tarde en que nos quitaron las vendas para tomarnos fotografías y después ya nos llevaron a Guadalajara.

“Fue entonces cuando nos enteramos que nuestros esposos estaban muertos”, clamó Eleuteria, quien en esos momentos cayó en unos segundos de histeria al recordar los hechos que sufrieron.

Por otra parte, se informó que, a tres días de los hechos, decenas de agentes de la Federal de Caminos y de judiciales federales al mando del comandante Armando Pavón Reyes, arribaron nuevamente al rancho y hasta emplearon un helicóptero para rastrear nuevamente la huerta de limas de la familia Bravo, en busca de los cadáveres de la Camarena y Zavala Avelar, porque, según el Consulado y de la DEA, podrían encontrarse en dicho lugar.

 

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