El muñeco de ventrílocuo

El muñeco de ventrílocuo.

Alfonszo Rubio Delgado

 

En mi vida, he conocido a muchos individuos. Agradables unos, otros no tanto. Unos envidiosos, aunque, a decir verdad, no entiendo que pudieran envidiarme. Otros de perfiles varios que oscilan entre formas primitivas y posesivas. Éstas tratan de mostrarte caminos que no han recorrido. invitándote a explorarlos. Conocimientos que no han adquirido tratando de enseñarlo. Experiencias que no tuvieron aparentando reunirlas. En fin, entes “racionales” que teniendo la riqueza vital para reunir y saturar su universo con todo tipo de experiencias, temieron la realidad.

Provenientes de familias tradicionalmente poco evolucionadas, aprendieron a adquirir todo a través de la “ley del menor esfuerzo”. Consistente en esforzarse poco y lograr mucho. Hijos de una sociedad cuya enseñanza consistió en hacer creerte un “listo”. Y en tu listura, oscilar entre parasitar y dedicar tiempo a la holganza. Desafortunadamente, la vida tiene ciclos, mismos en los que, de manera obligada, hemos de llenar los casilleros vitales con las experiencias precisas.

El conocimiento académico o experiencia vital, enfocados a enriquecer la vida, con la plena convicción de que el conocimiento académico, no suple la experiencia vital y viceversa. El esfuerzo debe alcanzar para ambos. Es decir, el tiempo dedicado a la academia se debe favorecer. Lo mismo el dedicado a la experiencia vital. Cómo el desafío a la vida y sus conflictos. Quedarse sin empleo, sin comer, sin aquello que te daba seguridad. Cambiar lo confortable por un futuro prometedor. Por alcanzar objetivos más ricos y genuinos. Esos que tengan el sello personal.

Luego, hay quienes priorizan lo académico. Lo vital lo evaden. Buscan al líder. Al fuerte. Al macho alfa de la manada. Al que les brinda la seguridad. Al que, por la única condición de serle “leal”, logran escapar de la mencionada experiencia vital. “Académicos” exigen “argumentos”. Pues al tener el hueco en relación a la experiencia vital, su único refugio es la retórica. Misma que debe de sazonarse con rimbombancias del tamaño de sus respectivos egos. No importándoles las distorsiones que pudieran causarle al conocimiento universal. Ellos creen estar contribuyendo con sus disonancias y perversiones cognitivas.

Para esos tristes personajes, es indispensable la figura paterna. Siempre irán de la mano de algún patrocinador o patrocinio. No aprendieron a pensar por cuenta propia. Siempre serán voceros de algún personaje. En lo académico de determinados autores, a quienes, según su gran sapiencia, están por encima de los demás. En lo político, de algún mesías trasnochado. Lleno de promesas y hábil embaucador. Figuras necesarias para el personaje citado. Mismas que llenan su ego y su vacío existencial.

Dicho personaje, también gusta de proyectarse. Ve en el otro sus deficiencias emocionales, físicas y hasta viriles. Cree que mencionando posibles deficiencias del otro, será concebido como el portento mostrado en su pobre palestra. “La mucha erudición, no da sabiduría” “Los buscadores de oro remueven mucha tierra y encuentran poco metal” Heráclito.

El caso es que estos personajes, cuando se dan cuenta de su problema ya es demasiado tarde. Ya ha pasado su vida productiva. “Chango viejo no aprende trucos nuevos”. Sus prácticas e ideas de dependencia no les dejan ser. Siempre irán por la existencia aparentando. De “perdonavidas”. De “inteligencia superior”. Impecabilidad y selectividad a toda prueba. De estudios aquí y allá. De roces con grandes y trascendentes personajes etc., etc. Aunque en el fondo, no sean más que simples marionetas. Seres que siempre ocupan ser “bendecidos” por manos externas. Ser beneficiarios de la risa y movimiento aprobatorio de cabeza. Y cuando alguien les muestre su ridícula pobreza, se lanzan al ataque.

¿A defender su honor? ¡Claro que no! No les da para tanto. Defienden a aquel que, habiéndoles introducido la mano, les mueve la boca, ¡las ideas y todo aquello que les mantiene vivos!

¡Saludos amig@s!