El nuevo fanatismo
Pseudo Longino
En el siglo XX, el nazismo revalorizó el término “fanático” y la actitud del fanatismo. Siendo una ideología que ponía por delante la voluntad sobre la razón y la masa o pueblo sobre el individuo, el fanatismo se consideró algo positivo, que, de hecho, se exigía y se reconocía en los militantes del nacionalsocialismo.
El filólogo judío Víctor Klemperer no salió de Alemania con la llegada de Hitler al poder. Ya era un académico consolidado, con cátedra universitaria y estudios avanzados en filología francesa, cuando los nazis construyeron su régimen totalitario.
Klemperer se libró de ir al campo de concentración o de exterminio porque estaba casado con una mujer “aria”. Sin embargo, perdió su empleo, se le prohibió incluso acceder a las bibliotecas y prácticamente fue confinado a su casa y a diversos trabajos en duras condiciones. A partir de 1933, comenzó a redactar unos diarios, en los que se enfocó en analizar las deformaciones del lenguaje en esta época.
El resultado se editó como “LTI”, las siglas de “Lingua Tertii Imperii“, la “Lengua del Tercer Imperio”, en latín, por referencia al Tercer Reich de Hitler. En el capítulo IX, Klemperer recogió unas reflexiones sobre el término “fanático”.
Con la perspectiva de un especialista del lenguaje, Klemperer apunta cómo la recuperación del término en la propaganda nazi transparenta una rebelión contra la Ilustración, la Modernidad y el racionalismo, si bien diferente a la del romanticismo. El “fanático” era el auténtico nazi, el que podría dar la vida por el partido, el que se arroja a la muerte en el campo de batalla, el que deja de lado su racionalidad y se entrega completamente a la ideología nacionalsocialista, al Führer y el Tercer Reich. El régimen lo ensalzaba, lo promovía y lo premiaba.
Terminada la guerra, Klemperer dio forma a sus diarios, que sólo se completaron de forma total hasta los años noventa. Sin embargo, ya en 1947, en zona de ocupación soviética, se publicó lo correspondiente a lo lingüístico.
En varias partes de la obra, el filólogo vacila en si creer que, después del hitlerismo, la lengua alemana logrará recuperarse del todo. Sin decirlo abiertamente, parece que sus deseos es que tarde o temprano el alemán cotidiano lograse librarse de las deformaciones nazis. A veces lo duda.
¿Qué opinaría hoy Klemperer? Es de llamar la atención que el término fanático siga empleándose, tanto en el ámbito político, como en el religioso y, cosa que Klemperer no contempló, el mercadológico.
Si bien, en nuestro contexto, el “fanatismo religioso” y también el “fanatismo político” tienen una carga negativa, cosa distinta parece ocurrir con el fanático de un grupo musical, de un videojuego, de una celebridad, de una película, un equipo de futbol, una serie de televisión o saga de libros. Los “fans” son más o menos aceptables.
El “fanático” deportivo es el que, por supuesto, sólo tiene un equipo, al que se entrega completamente. Compra la playera, ve los partidos, va al estadio, incluso se tatúa el escudo y sufre por los resultados. Es una “locura” si acaso pintoresca, graciosa.
Igualmente, los “fans” de un grupo musical adolescente hacen “locuras” como dormir afuera del lugar del concierto, llenar de afiches sus habitaciones, llorar de emoción cuando ven a sus “ídolos” y coleccionar sus artículos.
Si el fanatismo comenzó en el ámbito de la religión y pasó, en la Modernidad, al ámbito de la política, como algo que se combatió en la Ilustración y algo que se ensalzó en los totalitarismos, ahora su lugar es el del consumo, en la industria del entretenimiento, sobre todo. Esto no quiere decir que no haya ya fanatismo religioso o que no haya fanatismo político, por supuesto, pero el fanatismo que reproduce más claramente el statu quo es el económico.
Víctor Klemperer abrió un camino de investigación que ofrece mucho para ser explorado.