Tras un prolongado discurso, que en gran medida fue una especie de informe de lo ya dicho y hecho por él en estos cinco meses de larga transición, el presidente Andrés Manuel López Obrador, dijo ser contrario a la parafernalia del poder, que no tiene ambiciones materiales, que “no tengo derecho a fallar” y que no pretende reelegirse como se rumora cuando habla de transformación y reforma constitucional.
El centro de su mensaje fue la confirmación de sus promesas que ha venido haciendo desde sus tres campañas electorales y que “hoy comienza un nuevo gobierno con un cambio profundo de régimen político” en el que promete echar abajo ese neoliberalismo que tanto ha dañado al país desde los años 80 hasta la fecha en que imperó la corrupción y la impunidad a lo largo y ancho del país.
Expresó que bajo la convicción de que la crisis moral y económica del país se inició bajo el neoliberalismo en el que imperó “la más inmunda corrupción pública y de una pequeña minoría privada que ha lucrado con el influyentismo, causa principal de la violencia, la inseguridad y la deshonestidad”, él pretende que la “la honestidad sea una forma de gobierno”.
Con datos, AMLO señaló que hasta antes del neoliberalismo, en los gobiernos llamados de estabilización económica, el país creció, en términos cuantitativos durante 40 años a una tasa del 5% y luego, en dos sexenios consecutivos no creció al 6% anual, pero que del 70 a 82 la economía creció a 6% anual pero con grandes desequilibrios con endeudamiento.
No obstante, precisó, de 1983 a la fecha, ha sido la más ineficiente de la historia moderna; la economía ha crecido apenas al 2% y se ha empobrecido a la mayoría de la población por concentración de riqueza y la salida masiva de capitales. Así, la política económica neoliberal ha sido un desastre para el país y la reforma energética que nos dijeron que vendría a salvarnos solo ha provocado la caída de la producción petrolera y el aumento del precios de las gasolinas, gas y electricidad.
Frente al expresidente Enrique Peña Nieto, que apenas tenía ánimo de levantar un poco la cara, López Obrador refutó que cuando se aprobó la reforma energética se dijo hace 4 años que las inversión extranjera llegaría a raudales, pero que ha sido tan raquítica que el resultado es que apenas llegaron 760 millones de dólares. “Se aseguraba que íbamos a producir 3 millones de barriles diarios y solo se producen hoy un millón 763 mil barriles diarios, 41% menos de lo estimado, y con tendencia a la baja, al grado que hoy somos el país petrolero que más gasolinas importa y ya compramos petróleo”.
También lamentó que seamos ya el país en el mundo que más importa maíz, pese a que somos el lugar de origen del mismo.
“Importamos más de la mitad de lo que consumimos”, señaló.
Pero lo que más lamentó es que seamos hoy en día uno de los países más violentos del mundo y que prácticamente seamos el más corrupto, al ocupar el lugar 135 de los 136 evaluados en materia de transparencia.
En suma, López Obrador aseveró que asume la presidencia de una nación en descompuesta, casi en ruinas, que es necesario reconstruir, en donde el poder político y el económico se han alimentado mutuamente y en donde modus operandi ha sido el robo al pueblo y a la nación.
“Durante el desarrollo estabilizar los gobiernos no se atrevieron a privatizar, y menos el petróleo; pero en los últimos 30 años se han dedicado a concesionar el territorio, a transferir bienes y funciones públicos a nacionales y extranjeros mediante una red de complicidades que se convirtió en la principal función del poder político con el neoliberalismo.
Ahora que ha tomado posesión AMLO, el pueblo mexicano vuelve a renovar sus esperanzas en tantas promesas, como ha ocurrido sexenio a sexenio. Una vez más tendremos que confiar en la buena fe del mandatario y que, ahora sí, por el bien de todos, no escuche el canto de las sirenas de la corrupción que tan cerca las tiene.
A pesar del desgaste tenido durante el prolongado periodo de transición en que pulularon por todos lados declaraciones y contradeclaraciones, a veces desestabilizadoras, hay que hacer renacer la fe y la esperanza en el nuevo gobierno y concederle mucho más que el beneficio de la duda, aun con esas múltiples señales de centralismo y autoritarismo.
Brindemos por el buen inicio y fin de la nueva administración federal, por el equilibrio gubernamental y el bienestar de todos los mexicanos.