“¡El que no brinque es macho!”

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Con el sol de las 18:00 horas sobre sus cabezas, un reducido grupo de mujeres comienza a congregarse alrededor de la antigua Plaza de Armas de Guadalajara, sitio de reunión para la sociedad tapatía desde finales del siglo XIX. Jóvenes, en su mayoría, portan pañoletas verdes ─ de la educación sexual para decidir, de los anticonceptivos para no abortar y del aborto legal para no morir─, símbolo inequívoco del feminismo moderno que se ha extendido desde Argentina a toda América Latina.

Esparcidas, por grupos, entre amigas y compañeras de lucha, arrodilladas, en cuclillas o recostadas sobre el asfalto, comienzan a plasmar en lienzos las consignas que más tarde elevarán ante las inertes autoridades jaliscienses: 26 feminicidios contabilizados tan sólo el año pasado.

“Al salir a la calle quiero sentirme libre, no valiente”, escribe una. “Vivas nos queremos”, plasma otra. “Si mañana me toca a mí quiero ser la última”, redacta una más.

Algunas pintan en su rostro el símbolo de Venus, el de la mujer.

Mientras esto sucede, el contingente reunido ante la sede del gobierno jalisciense, donde despacha Enrique Alfaro Ramírez, va ensanchándose. Ya no son 10, ya no son 20, ahora se cuentan por cientos.

Alrededor de las 18:30 horas han concluido los preparativos. Quienes permanecían sentadas comienzan a incorporarse. La hora de exigir justicia ha llegado. La hora del glitter violeta. La hora de solidarizarse con la Ciudad de México toca a la puerta.

El sito no es un espacio común: Iglesia y gobierno resguardan los laterales de la también llamada Plaza de la Constitución. El quiosco de estilo francés es inmediatamente ocupado por mujeres que van colgando de él, uno a uno, escritos, los siguientes mensajes: “Con ropa o sin ropa, mi cuerpo no se toca”, “alto a la violencia contra la mujer” y “ni una más”.

La ambigua tranquilidad de la escena se rompe con un grito desgarrador. Le sigue un cántico coral.

─ ¡Eeeeeeh…! Alerta, alerta, alerta que camina la lucha feminista por América…arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer…

El clamor atrae la atención de tres policías municipales. Se acercan, titubean y vuelven a alejarse: hacen lo correcto. El uniforme policial se ha vuelto una afrenta para el feminismo.

A casi 600 kilómetros, en la Ciudad de México, sus homólogos han perpetrado presuntas agresiones sexuales contra mujeres. #NoMeCuidanMeViolan es el lema. Y es que es así, quienes deberían preservar la tranquilidad de la ciudadanía se han convertido en transgresores de la ley.

Los cánticos continúan. Una bengala de humo violeta envuelve el ambiente y le da vida al panorama nublado del cielo tapatío: se avecinan dos tormentas.

─ ¡No queremos machos!─. Gritan las presentes al unísono.

En las voces, aveces desgarradas, se percibe dolor, rabia almacenada, impotencia.

El grito común traspasa las paredes del recinto del Poder Ejecutivo, ubicado a escasos 30 metros del contingente feminista, reclamando a su ocupante principal el asesinato de Vanesa Gaytán Ochoa, apuñalada por su marido frente a Casa Jalisco.

Reclamando la desaparición de Karla y Nayeli.

Reclamando muertes más allá de límites territoriales.

Reclamando la muerte de Valeria, asesinada en Ciudad Neza.

Reclamando las 22 puñaladas propinadas a Xitlalhi, en Nayarit.

Reclamando por Jessica en Mérida.

Reclama por Kristell, Anahí González y Lucy, en Veracruz.

Reclamando los “piropos” no solicitados, el acoso constante y las miradas lascivas.

Reclamando 154 carpetas abiertas bajo el protocolo de feminicidio en lo que va del año en Jalisco.

Los cánticos cesan. La humareda violeta, aún pendiente en el aire, arropa a las mujeres y las conduce hacia el Palacio de Gobierno. Con paso decidido y en tropel, arrinconan el recinto de paredes de cantera.

Comienza la lluvia de diamantina rosada que expresamente se solicitó para levantar protesta, símbolo del repudio vertido contra Jesús Orta, dirigente de la Policía de la Ciudad de México, el pasado 13 de agosto.

Quienes resguardan la entrada del edificio observan pasmados el pelotón que se arremolina en torno a ellos. Tratan de mantener cerrada la puerta. Una granizada de polvo rosa le da color a sus negras vestiduras. Triunfantes, algunas se fotografían junto a ellos y les recuerdan que su deber es cuidarlas, no violarlas. Ya no es una exigencia unitaria, es una causa común. Una lucha de las mujeres por las mujeres, sin importar que hechos violentos ocurran a casi 600 kilómetros de distancia.

El cielo, grisáceo por completo, comienza a arrojar agua a borbotones, dispersando a las asistentes.

Muchas emprenden la huida, buscan refugio y se pierden entre los corredores y comercios del centro histórico de Guadalajara. Otras se abrazan, cantan y gritan bajo la lluvia que para entonces se ha convertido en diluvio, mientras su piernas se impulsas el asfalto: “¡el que no brinque es macho!”.

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