El siglo XX (reseña)

EL SIGLO 20 DE ANDRÉS GÓMEZ

Alfredo Sánchez Gutiérrez

El Siglo Veinte, la novela de Andrés Gómez toma como pretexto un lugar, cantina, antro, lupanar, cabaret, centro social o como quieran nombrarlo, para jugar con una metáfora: El Siglo Veinte hace tiempo que pasó, ya no existe, del mismo modo que tampoco existe Guadalajara. Al menos no la que muchos vivimos durante el tiempo en que transcurre el relato de Andrés.

Si me permiten, cuento un poco de mi historia personal: llegué de adolescente a vivir a esta ciudad en 1970.  Hubo una vez una Guadalajara que parecía tranquila y provinciana. Recién había llegado, en seis años antes en 1964, al millón de habitantes y sí, era la segunda en importancia en el país.  Desde el centro la miraban con condescendencia: una especie de paraíso bucólico y atrasado donde los problemas de las grandes urbes eran ajenos, la gente tomaba tequila y usaba sombrero de charro, le iba a las chivas en el futbol y proliferaban los maricones.  Aquella era, por supuesto, una visión pobre, alejada de la realidad.  La ciudad se publicitaba, sí, como hermosa, amable, de buen clima, llena de flores, apacible y provinciana, pero al mismo tiempo vivía sus convulsiones, sus fracasos y sus éxitos mayores y menores.

Apenas dos años antes, en 1968,  los jóvenes habían tomado las calles en la capital del país.  Surgían grupos guerrilleros que, desesperados, y a veces con métodos violentos buscaban cambiar el rumbo de las cosas. El contagio también se vivió en la bucólica ciudad, y fue justo en Guadalajara donde se fundó, en 1973, la Liga Comunista 23 de Septiembre que unificó en un solo grupo a organizaciones guerrilleras dispersas en todo el país. Muchos de sus integrantes provenían de los barrios tapatíos: San Andrés, Oblatos, Analco, Talpita, en el oriente, al otro lado de esa cicatriz llamada Calzada Independencia.

Una ciudad desigual. Desde que se entubó el río San Juan de Dios, la Calzada dividió o marcó más claramente la división entre la ciudad opulenta y la pobre. Las familias pudientes se alejaron del centro para dejar atrás las escamochas que se vendían en el subterráneo de Juárez y 16 de septiembre y se refugiaron en las colonias, las nuevas zonas residenciales del poniente, elegantes ellas, con su propia arquitectura que renegaba del pasado tradicional.

Eran tiempos de rudos pleitos estudiantiles, guerras de siglas: la FEG -con estudiantes de la Universidad de Guadalajara- contra la FEJ de la Autónoma de Guadalajara-.  Los primeros se decían socialistas y acusaban a los segundos, los tecos, de fascistas; y éstos últimos denunciaban a los otros de comunistas.  También surgió la FER, que decía buscar la democracia en la representación estudiantil de la UdeG y no eran pocos los enfrentamientos, muchas veces violentos, entre las dos agrupaciones.  Salían armas a relucir, y muchas veces se usaban.

Nomás cruzando la Calzada, en los alrededores del mercado de San Juan de Dios, la vida nocturna era intensa y musical: antros, centros nocturnos, prostíbulos, salones de baile y menuderías  ofrecían variedades, sexo y espectáculos musicales de todo tipo. Son célebres los nombres de aquellos sitios: el Luna de Miel, el Sarape, el Dandy, la Tarara, el Zombie, el Nopal, la Cachucha, entre muchos otros que hoy ya no existen.

El Siglo Veinte del que escribe Andrés podría ser uno de estos lugares cercanos al barrio de San Juan de Dios. Con el pretexto de ese tugurio Andrés describe una ciudad remota, y también habla de personajes que caminaron por sus calles, bailaron en los antros de la época, pelearon rabiosamente en los barrios y las calles, se incorporaron a la lucha armada de la guerrilla y, muchos de ellos, perdieron la ilusión del cambio social al verse víctimas de la represión estatal o al saberse vulnerables ante la desconfianza de sus mismos compañeros de lucha. Se nota en el libro la intensidad y desesperación de quienes cuentan lo ocurrido aquellos años, la decepción y la duda de involucrarse en algo peligroso que acaso no serviría de mucho.

En el relato aparecen la vida nocturna de aquella Guadalajara, sus mujeres, el sexo clandestino, la violencia latente en los lugares oscuros de una zona roja que hoy pertenece al territorio de la nostalgia.  Es la Guadalajara de la penumbra, la violencia oculta, las pandillas, pero también la del baile, la música de arrabal, el erotismo y el disfrute de los placeres de la noche.

Foto: Cortesía

Andrés habla de ese tugurio, El Siglo Veinte y dice:

Un día desapareció y nadie supo que había sucedido. No es posible localizar la puerta por la que se entraba, era una puerta pequeña por donde se pasaba con cierta dificultad, que se cerró y no se volvió a abrir. He llegado a pensar que el lugar nunca existió y que sólo fue el fruto de mi imaginación, sin embargo, he preguntado a varios conocidos y ellos también lo recuerdan, sería mucha coincidencia que todos hubiéramos tenido la misma ilusión.

Quiero pensar que Andrés se refiere lo mismo a aquel antro y a la propia ciudad que hoy es ya muy otra, y acaso también al mismo siglo veinte, el siglo pasado, ese espacio temporal que se mira tan lejano, tan desconocido a estas alturas.

La novela se divide en varias secciones. La primera, llamada El Lugar, describe El Siglo Veinte, lugar de baile, música y rituales nocturnos, de personajes que enseñan las múltiples facetas de la debilidad humana.

Al penetrar por la pequeña puerta se sentía la impresión de entrar a otro espacio. No era una sensación que sobrecogiera o asustara, sólo era un lugar extraño de luces multicolores y acogedor. Se presentían mil sorpresas que implicaban aventura o placer, o bien el gusto de tomarse una copa en un lugar con olor a desodorante. Ahora que lo pienso nunca lo sentí real, tenía la impresión de estar en un sueño, desde luego agradable.

En la segunda, El Callejón, se habla del peligro que enfrentan quienes deciden involucrarse en la guerrilla, las purgas internas en la organización, el temor de saberse vulnerables ante las fuerzas del gobierno y ante la desconfianza de los propios camaradas. El tema es polémico, por supuesto. En los tiempos recientes se ha vuelto a poner sobre la mesa el tema de aquella guerrilla urbana en buena medida incomprendida, a sus participantes se les vuelve a calificar lo mismo de valientes y héroes que de villanos, intolerantes o ingenuos. Cito párrafos donde se muestra en el libro ese desánimo y decepción:

Fuimos un detonador en el vacío y a destiempo, que sólo sirvió para desatar la represión; en lugar de adeptos ganamos enemigos, no resolvimos nada, antes bien lo complicamos, en lugar de ganar solidaridad logramos recriminaciones (…)

Tarde o temprano todos caerán, no hay salida de esta ratonera, no habrá escapatoria. Es una gran trampa que empieza a cerrarse y de la que nosotros hicimos los barrotes. Es probable que la historia nos juzgue con severidad, que sólo nos considere unos ilusos que no supimos interpretar la época (…)

Tengo miedo y estoy confuso, no sé si mi causa en realidad deba pelearse así, como la estamos peleando. Temo que me encuentren, tengo terror de que me maten, a pesar de todo no soy héroe.

Foto: Cortesía

En la tercera sección, La Noche, un narrador describe a los jóvenes que observa, trata de entender sus motivaciones. Aparecen personajes como un profe que es al mismo tiempo prefecto de disciplina y basquetbolista; un joven boxeador; la vida nocturna y sus excesos, el sexo y las pesadillas, la sombra oscura del amor.

sentir que todo te hierve por dentro, que un volcán interno hace erupción, lanza lava caliente al contacto con la violencia, hipnotizado por la seguridad, por la naturalidad con que se desenvuelven estos personajes hombres-niños violentos, la forma en que toman la vida, sin respetar a nadie ni a nada

La cuarta parte, El Navegante, nos enseña a Fermín, inspector municipal con historia larga y  que es una especie de síntesis de la vida urbana de aquellos años, un caminante que recorre las calles de día y se refugia en las noches del siglo veinte:

Fermín de la calle, trotacalles, caminacalles, pisacalles, pisapavimentos, pisabanquetas; Fermín de las infracciones, Fermín de las actas, Fermín de las clausuras, Fermín de los dolores … Fermín de los Vikingos, Fermín de la revolución,  Fermín de los mítines, Fermín de las asambleas, Fermín de los comerciantes ambulantes… Fermín de las verduras, Fermín de los pollos, Fermín de los tacos, Fermín de los pobres, Fermín de las cantinas, Fermín de El Baratillo, Fermín de la ciudad… Fermín de la moral, Fermín de las buenas costumbres, Fermín del buen gobierno, Fermín de los danzones, Fermín de la música antillana.

La última sección, Los Días por Venir, es una especie de síntesis y conclusión, que parece sugerir una ciudad fantasmal o habitada por fantasmas que ya no están aquí:

Veo los edificios y los comercios cerrados a ambos lados de la Calzada, me regresan las ideas, pienso que en esta calle no hay ni una alma, que en toda esta zona no hay nadie y que a lo mejor en toda la ciudad no hay nadie, que está sola y que nada más yo vago por ella, a lo mejor no camino por la Calzada y todo lo estoy imaginando, que ni vengo de ningún lado, ni bailé con ninguna mujer, ni tomé rones, ni acabo de tararear una canción, ni estoy caminando, no estoy seguro en dónde estoy en realidad ni de lo que hago, me siento confundido, luego pienso que a lo mejor nada existe, ni la ciudad, ni las calles, ni yo, ni la Calzada y todo lo demás, que sólo soy parte de una idea, creo que estoy olvidando de dónde vengo.

Termino diciendo que El Siglo Veinte es una obra intensa y apasionada que nos hace reflexionar -o al menos a mi me ocurrió- sobre una época fundamental de esta ciudad, en la que se transformaron la vida cotidiana y el entorno social, donde fuimos testigos de historias convulsas y dramáticas que sentaron las bases de aquello en lo que se convirtió nuestra ciudad a partir de entonces, una ciudad que, como dije, ya no existe o tal vez sí, solo que se volvió otra, ¿mejor, peor o simplemente distinta?.

Foto: Cortesía
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