El tiempo y José Emilio Pacheco
Silvia Patricia Arias Abad
La cuestión de la temporalidad en la obra de José Emilio Pacheco se presenta de forma persistente como una preocupación literaria. Aparece como una constante en su poesía, pero también en su narrativa, lo que lleva a su producción a ser susceptible de un análisis no sólo desde una perspectiva literaria sino también filosófica. Y es que, ¿quién no ha hecho una aseveración en voz alta sobre la fugacidad del tiempo, sobre su pasar rápido y sin pedir permiso?, y es que la vida es tiempo y pensar en el tiempo nos hace pensar en la vida y a su vez en lo cerca que está ya la muerte. No es que existan temas específicamente filosóficos, sino que la literatura y la poesía fungen también desde cierta mirada como generadoras de reflexiones profundas y existenciales.
En José Emilio Pacheco hay una preocupación por lo que los humanos dejan o no en este mundo, por la fugacidad del tiempo representada en su poema “Nubes”, siendo estas pasajeras, similares a las vidas humanas y en contraste con los árboles que están ahí y permanecen: “Estas nubes inmóviles se irán, dentro de poco tiempo, cuando lo quiera el viento, y entonces, se quedarán la tarde y el bosque, sin testigos, frente a frente y mirándose”.
El tiempo se distingue en la obra de Pacheco como tiempo social, cronológico y antropocéntrico y el llamado tiempo cósmico o de la naturaleza, el cual es fijo, eterno, independiente del hombre. Aún con todas estas dualidades, lo que desencadena la ansiedad es la concepción del tiempo fugaz, ese que hace evidente la muerte de lo humano, la finitud de las experiencias y la vida, y el desgaste de los objetos. El tiempo cosmológico o de la naturaleza, ese que pone en evidencia el paso de las nubes, el discurrir de la arena o el polvo. Los procesos de nacimiento y de muerte, la fugacidad del tiempo, que lleva al olvido, el desgaste y la destrucción, aquí José Emilio Pacheco refiere a la pérdida de lo humano, la degradación de la dignidad humana y de su condición. Su época (al igual que la nuestra) caracterizada por un mundo individualista, olvidado del “otro”, de los “otros”, un mundo tecnologizado, pero no por eso más humano, el utilitarismo en su máximo esplendor.
En su poesía reconoce que en su momento (y en el nuestro), priva un mundo de destrucción y la desesperanza. El ser humano se enfrenta solo con la angustia del paso del tiempo donde la única certeza es la muerte. Frente a este desesperanzador panorama lo único que queda son los momentos, esas piscas imperceptibles de tiempo que se suceden constantemente y sin parar, ni dios puede detenerlo. Cronos es imbatible. Desde que nacemos estamos muriendo, la cuenta regresiva se dispara. En un momento ya eres viejo, sumido en la indescriptible fatiga existencial que produce una vida llena de nada, pero azotada por el tiempo, ese enemigo indomable. La vida se extingue irremediablemente y ante ello, el ser humano se observa a sí mismo miserable e incapaz de hacer algo.
Lo que queda es la memoria. La necesidad consciente de acumular recuerdos de este tiempo pasado, que ya se ha ido sin nuestro consentimiento. Se nace para morir, escuchamos decir a los más estoicos, pisoteando cualquier sentido optimista que se pueda adoptar frente a la verdad indubitable, como aquella que buscaba Descartes y que encontró en un momento peculiarmente místico. “Nació conmigo la muerte, le dieron cuerda, y la echaron andar, pero en silencio…, cuando se acabe la cuerda, conoceré a la inseparable de mí…, lo único que en el mundo puedo llamar, sin jactancia y de verdad, mío” dice Pacheco.
La experiencia subjetiva del tiempo determina la fugacidad de éste, se va, se está yendo y no vuelve más, y con él se va la vida, mi vida, la de todos. ¿Habrá advertencia más contundente para que por fin te hagas cargo de tu existencia? La constante advertencia de que se disfrute el presente, ese presente fugaz, que sin darnos cuenta se convierte en pasado que ya fue y no volverá. Agustín de Hipona ya reparaba en ello. Pero la memoria ayuda, y también desaparece, al final, es lo único que el ser humano posee para enfrentar al tiempo fugaz. Hay que retener el pasado en la mente, dice José Emilio Pacheco en “Hoy mismo”: “Mira las cosas que se van, recuérdalas, porque no volverás, a verlas nunca”.
El transcurrir del tiempo es el transcurrir de la vida hacia la muerte, y de ahí ya no hay nada más. El poeta descree toda idea de un más allá y lo deja claro en “Ritos funerarios”: “… en esta ceremonia de la fugacidad compartida, sabe que nunca habrán de verse en otro mundo, (no hay otro mundo)”.
Sea pues, una invitación a acercarse a la obra de un escritor mexicano clásico y a la reflexión del tiempo como el tiempo lineal que angustia y extingue toda posibilidad y que a diario amenaza, frente al tiempo eterno que nos lleva a revalorar la condición humana frente a la naturaleza.