El tumor que hizo metástasis en la conciencia social

Licón, junto a Alfaro, destapó una cloaca de corrupción judicial.

Hostal

Rogelio Campos

 

Cuando se filtraron las grabaciones del magistrado Daniel Espinosa, se habría anticipado una ola de indignación compartida. Las revelaciones sobre  la injerencia descarada en la selección de jueces y magistrados y la venta de sentencias, socavando la autonomía judicial, constituían un escándalo según cualquier estándar. Sin embargo, lo que se encontró fue un silencio sepulcral.

Se trata de revelaciones de corrupción sistemática y de la admisión explícita de prácticas corruptas que reflejan la captura del Poder Judicial y la corrupción al interior como modus operandi.

¿Qué nos dice esto sobre nuestra sociedad? Que la corrupción en el Poder Judicial ya no es un problema aislado. Como un tumor sin tratar, aumentó al grado de propagarse e invadir la conciencia colectiva. La indignación, la noción de justicia y la obligación moral de los miembros de la comunidad parecen haber sido engullidas por el letargo debilitante y una regularización de lo inaceptable.

Captura del sistema judicial

Las grabaciones no solo exponen la intromisión durante el ascenso de Espinosa Licón a la cabeza del Poder Judicial, sino que también apuntan a un sistema legal subvertido para el enriquecimiento político y económico. La justicia en Jalisco no es un derecho, es un vil  negocio basado en la corrupción institucionalizada y en la compra de sentencias como modus operandi.

 El Índice de Estado de Derecho 2023-2024 del World Justice Project sitúa a Jalisco en 0.38 en la escala (0-1), clasificándolo entre los estados más ineptos. Esto no es casualidad. Se argumenta que la corrupción estructural está generalizada en todos los aspectos del sistema judicial, desde sus administradores hasta sus fallos.

 El desgarrador caso de la niña víctima de abuso sexual, cuya búsqueda de justicia se vio comprometida por intereses privados, resume el fracaso del sistema para proteger y honrar a los vulnerables. Este sistema manda un mensaje aterrador: tener dinero significa impunidad si lastimas a otros, o podrías salir lastimado porque la gente querrá aprovecharse, sabiendo que no los van a castigar.

 El silencio de las políticas, diputadas y feministas sobre la niña abusada, evidente en la grabación, es sumamente grave. Su inacción no solo contradice los principios que profesan, sino que también fomenta la impunidad y el abandono de las mujeres más vulnerables de nuestra comunidad.

La hipocresía de los actores sociales

Lo más preocupante de esta situación no es la corrupción judicial en sí, sino el profundo silencio de sus observadores.

Los empresarios del estado, que en múltiples ocasiones similares y de menor gravedad se pronuncian, guardan silencio, que termina de enterrar cualquier compromiso con la verdad y la justicia.

Los partidos políticos que a menudo discrepan, en este caso han encontrado consenso en hacerse de la vista gorda. Su omisión no es neutralidad. Es complicidad activa.

En los actores de Jalisco existe una dicotomía cuando se trata del Poder Judicial federal -y otros temas de ese ámbito- y cuando se trata del de Jalisco. En uno son leones y en el otro mansos corderos. Lo mismo colegios de abogados que académicos, la mayoría de los periodistas y hasta los medios de comunicación.

Quizás esta hipocresía o dicotomía sea una característica del ADN de lo que se llama “al estilo Jalisco”. 

El costo humano de la corrupción

Lo revelado en el audio es un ataque directo a los derechos humanos (el ecosistema de los Derechos Humanos también ha decidido hacerse de la vista gorda) y la confianza pública. Es el tormento de una niña abusada y además privada de justicia, la angustia de una familia desamparada y el temor de una sociedad consciente de que la “justicia” no es para ellos, porque no pueden comprarla. Cada caso de corrupción solo causa más daño a la estructura social, debilitando la fe en el futuro.

La justicia vendida no solo roba del presente. Hipoteca en el futuro. Como un pastor que entrega su rebaño a un lobo, los jueces corruptos abandonan a quienes han jurado proteger, saqueando la casa común.

La justicia es un templo profanado. Este lugar que debería servir como un refugio equitativo, se ha transformado en un mercado -donde los jueces son mercaderes- donde los derechos se venden como baratijas.

Los jueces y magistrados obtienen su tajada del pastel. En realidad son migajas del principal beneficiario, que es el que compra la sentencia. Todo con cargo al socavamiento de lo público, de lo legal, de lo ético, de lo justo.

Metástasis y el pacto roto

 El tumor de la corrupción pasó de estar localizado, ha hecho metástasis y ha permeado la mentalidad colectiva, paralizando la indignación y la reacción social. Mientras, los impartidores de justicia llenan las alforjas (¿o acaso esos favores los hacen gratuitamente?) y se hartan de privilegios, mientras atienden con lentitud kafkiana los asuntos rezagados -por ellos mismos-, se aprestan a re$olver aquellos que urgen y por los cuales les pagan. 

Los máximos exponentes de la prevaricación, tras acumular privilegios institucionalizados y riqueza mediante la corrupción, se jubilarán con pensiones generosas financiadas por los mismos ciudadanos que fueron despojados, violentados o ignorados por el sistema judicial que juraron proteger. Así, las víctimas terminarán pagando, incluso en su derrota, a quienes traicionaron su deber.

Quizás la próxima generación

Estamos ante un escándalo de dimensiones mayúsculas, se trata de una crisis moral profunda y terminal. Como un tumor maligno que se expande sin control, la corrupción se ha apoderado de nuestra comunidad, sin mostrar signos de remisión. En este momento, no hay garantía de que nada pueda preservarse, porque a medida que el tiempo transcurre, el aparato desciende progresivamente a su propio vórtice.

Es una batalla que parece perdida mientras la indignación colectiva permanece anestesiada. El futuro sigue siendo salvable; sin embargo, debido a su implacable retroceso, se transforma en una presencia elusiva que se desvanece en medio de nuestra confrontación indiferente. Ante el fracaso y deserción de mi generación y de la que me antecede, quizás la generación más joven pueda hacer algo para volver a empezar. 

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