En picada, como la avioneta de Sala, las regulaciones futboleras

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En medio de la tragedia tras la desaparición en la que se trasladaban el futbolista argentino Emiliano Sala (q.e.p.d) y el piloto David Ibbotson─cuando el primero se aprestaba para cambiar de club─,el negocio, las cifras, la operación por los derechos federativos del pampero, se atascaron justo a la mitad del camino, en el momento más inoportuno.
El club francés Nantes, expropietario de la carta del jugador argentino, levantó la voz para exigir al Cardyff City el pago de los 17 millones de dólares, costo del traspaso del jugador de la Ligue 1 en Francia, hacia la Premier League inglesa.
Dicha exigencia no tuvo la paciencia de aguardar a que se terminara la búsqueda de los restos de la avioneta en la que se trasladaban ambos personajes, lo cual abre el debate sobre las lagunas que existen en el balompié en cuanto a contratos y leyes laborales en todas las naciones avaladas por la FIFA.
El accidente aéreo bien debe ser considerado un accidente de trabajo, debido a que Sala se trasladaba de Nantes hacia el Reino Unido para iniciar su nueva etapa. Las grandes compañías de seguros aún están en deuda con los clubes y propios jugadores─y sus familias─para cubrir accidentes, lesiones y otras circunstancias en las que el jugador termina siendo simple y llanamente materia prima, parte de los activos de una empresa.
La FIFA no permite entre sus agremiados el que las secretarías o ministerios del trabajo intervengan en asuntos entre particulares, clubes y jugadores. Lejanos también están los institutos de seguridad social o médica para el jugador, que depende de sus piernas, de un buen estado físico para desempeñar su actividad, de lo contrario será desechado.
En ocasiones la opinión pública afirma que los altos salarios de un futbolista profesional no se equiparan al del trabajador convencional en la sociedad.
Sin embargo, están mucho más desprotegidos y son tratados como mercancía, ya que se justifica que ante tal capacidad económica ellos mismos deben generar durante su actividad y para sus familias, seguros de gastos médicos mayores, planes de retiro, inversión y condiciones para el final de sus carreras.
Ante las tragedias o despidos, incumplimientos de contratos o bajos rendimientos, no existen en ambos lados de la moneda equilibrio ni regulaciones legales. Por lo que hay un limbo en este sentido, que se agudiza en situaciones como las de Sala o las de cada draft del fútbol mexicano en el que el deportista es tratado como materia prima u obrero de mano de obra calificada.
El futbolista en el mundo no puede acudir a instancias públicas para reclamar por temas de contrato, despidos, transferencias a otro clubes. En contraparte los riesgos de trabajo (lesiones) son muchos para estos trabajadores con altos salarios, pero pocos derechos.
 Si un jugador decide recurrir a una instancia pública como Conciliación y Arbitraje, Secretaría del Trabajo o incluso organismos de derechos humanos, corre el riesgo de ser desafiliado y por ende de no ser contratado por otro club, debe recurrir a las oficinas dentro de FIFA o bien al tribunal de arbitraje deportivo para defenderse.
En este contexto la búsqueda de Sala corrió a cargo de su familia quienes no escatimaron en recursos para saber qué ocurrió. Los equipos no utilizaron parte de los 17 millones de dólares de la transferencia para esta labor. Se trata, y perdone usted la manera de expresarlo, de un paquete (Emiliano Sala) que ya había sido negociado, no llegó al destino y del cual nadie se quiere hacer responsable de su paradero, pero sí se busca se cierre la operación.
El gran dilema moral es que Sala como futbolista no es solo es un activo del club, es un ser humano y no se le dio ese trato.

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