Enkidú y la muerte

Enkidú y la muerte

Traducción de Gabriel Michel Padilla

(En el capítulo ocho del libro de Gilgamesh, narra Enkidú a su gran amigo Gilgamesh todos los avatares que, en sueños, le avisan de la próxima llegada de la ineluctable muerte. No podrá impedirle su propósito por mil esfuerzos que haga. Una bellísima reflexión sobre lo inevitable).

“Oh mi querido hermano” Enkidú dijo,

“anoche tuve un sueño pavoroso,

soñé que habíamos cometido errores,

que habíamos ofendido a nuestros dioses,

y que estaban reunidos en concilio                                                5

y el poderoso Anú así decía,

“ellos han liquidado al Noble Toro

y al que cuidaba el Bosque de los Cedros,

al poderoso Humbaba, lo han matado.

Alguno de los dos debe morir”.                                                        10

Así le replicó entonces Enlil,

“debe ser Enkidú, no Gilgamesh”

Enkidú cayó enfermo sobre el lecho,

su corazón estaba muy enfermo,

las lágrimas corrían por sus mejillas.                                              15

Le dijo a Gilgamesh. “Hermano mío,

amigo muy querido, soy llevado,

me voy lejos y nunca volveré,

es hora de partir al inframundo,

a sentarme en la tierra de los muertos”.                                            20

Al oír sus palabras Gilgamesh

las lágrimas corrían por sus mejillas

y le dijo a Enkidú, “querido hermano

tú siempre fuiste un hombre razonable,

y creo que estás hablando sin sentido.                                         25

Cómo sabes que el sueño que tuviste

no es sueño favorable?  Porque el miedo

ha hecho que tus labios se estremezcan,

imitando el zumbido de las moscas”.

Le respondió Enkidú, “querido hermano,                                      30

anoche tuve un sueño nuevamente,

otro sueño funesto, infortunado,

los cielos retumbaban, y la tierra

replicaba, también se estremecía,

yo me encontraba en un valle de sombras,                                     35

un creatura apareció de súbito,

con cabeza de león, con cara horrible,

tenía garras de león, alas de águila.

Voló hacia mí, veloz, me agarró el pelo,

en vano yo intenté luchar con ella                                                  40

pues de un soplo logró que me volcara

como una balsa. Sobre mi saltaba

y como toro conculcó mis huesos.

´Sálvame Gilgamesh´, yo así gritaba,

pero no me salvaste, tenías miedo,                                                 45

nunca acudiste a mi llamado urgente.

Me tocó la creatura y al instante

mis brazos revistiéronse de plumas

y así emplumado me empujó al abismo,                                            50

me forzó a caminar al inframundo,

a la casa donde hay obscuridad,

donde el que llega a entrar nunca retorna

a los brazos amables de la tierra.

Los que habitan allá están en cuclillas,                                     55

su comida y bebida son impuras.

Todos ahí se encuentran emplumados,

sus vestiduras son como de pájaros,

nunca miran la luz y de sus puertas

y cerrojos, un polvo se desprende.                                          60

Cuando yo entré a esa contemplé,

un puñado de cetros y coronas,

y también muchos reyes vanidosos

que habían regido pueblos y naciones,

que habían estado en frente de los dioses,                             65

ofreciéndoles viandas deliciosas

y agua fresca y pasteles a los muertos.

También miré a los sumos sacerdotes,

acólitos sentados en cuclillas,

estáticos profetas y exorcistas.                                              70

Pude mirar a Etna, el rey antiguo,

a Sumugan el protector celeste,

la deidad de las fieras montaraces.

Y a Ereshkigal, la reina de las sombras,

del inframundo oscuro y a su escriba                                    75

de nombre Belet-siri, ahí postrado,

estaba de rodillas frente a ella

leyendo la tableta en que se inscriben

a los hombres que enfrentan a la muerte.

Cuando me vio la reina, feroz dijo,                                         80

´quien trajo aquí este nuevo residente´”?