Enrique Alfaro en su laberinto

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Bajo severos cuestionamientos a su persona el nuevo gobernador de Jalisco, enfrenta con desconcierto el desinterés y la falta de confianza de la  opinión pública, que ha sido testigo de sus errores y de su círculo cercano. Surge Enrique Alfaro con el aval de dos familias jaliscienses valoradas y estimadas por la sociedad, una del Bajo Sur, ligada a la historia telúrica de la región y con parentesco con el  tenor José Mojica, la otra al regionalismo y la cultura empresarial de los Altos. Significan ambas, sustento e identidad en la formación de un liderazgo que despertaba esperanza e inspiraba certidumbre.

Al lograr el liderazgo, el hoy gobernador fue conocido por su afán de autenticidad, en su lucha contra los intereses ilegítimos en su paso por la administración pública. Aunque obtuvo los puestos a través de los partidos políticos, no se ciñó a la disciplina tradicional impuesta por éstos, antes bien se negó a ser instrumento de las decisiones cupulares.

Cuando logró ser presidente municipal de Tlajomulco de Zúñiga, después de tropiezos y zancadillas de los grupos que se sentían amenazados, impuso políticas y decisiones administrativas que la sociedad venía reclamando. El freno del desarrollo urbano anárquico, en el que la especulación se convirtió en forma y política de gobierno, la disposición discrecional de las finanzas municipales y el menosprecio de los recursos naturales como el sensible caso de Cajititlán.

Sin embargo la condición humana empezó a flaquear, su círculo de amigos pasó a convertirse inadvertidamente en un coro de adoradores y la amistad, sin que se dieran cuenta, pasó de relación afectiva a sociedad de intereses. El antiguo amigo y protector, fue ahora socio inmobiliario y de obras públicas, el otro, confiable y honrado financiero, operador de presupuestos ortodoxos y heterodoxos, de finanzas irregulares, personales y públicas, el pretexto fue, dinero para campañas. El profesional técnico en construcción es ahora socio de obras, uno más, de esforzado y eficiente administrador, pasó a cobrador de porcentaje en compras y adquisiciones. El estratega adquirió considerable número de acciones de una televisora local, en tanto que el ideólogo terminó como simple corifeo.

Con las habilidades adquiridas los negocios florecieron y la administración pública languideció,  los nuevos adoradores aprendieron rápido y adoptaron sus nuevas funciones con especial entusiasmo. Nacieron las complicidades con la delincuencia organizada, el crecimiento urbano se convirtió en política privilegiada y la lucha por los recursos naturales en desechable y conservadora. La nueva estrategia fue acumular riqueza a cualquier precio, aun sacrificando los antiguos escrúpulos.

Surgieron presidentes municipales y funcionarios, como plaga bíblica con gran entusiasmo, urgencia  e iniciativa, por acumular riqueza. No hicieron esfuerzo para obtener socios, cómplices y compadres en negocios de vivienda, de la construcción y de acciones delictivas. Las políticas prioritarias de alguna época, lago de Cajititlán, abatir los delitos, frenar el crecimiento desordenado de la Zona Metropolitana, pasaron al último lugar. La moda ahora es, emprender negocios, crecer el número de admiradores, ha llegado el momento, ¿por qué no?, de construir un imperio.

Lo que olvidaron fue que todo se construye con la confianza de los electores, de una sociedad urgida de resultados. Perdieron de su radar a quienes habían depositado su confianza en ellos, los que votaron por sus candidaturas y creyeron en sus promesas de mejora de vida, de la seguridad de las familias y sus patrimonios, creación de empleos, del cuidado de los recursos naturales, del rescate de Chapala, de Cajititlán, de los valiosos bosques y selvas jaliscienses.

En la tergiversación de valores, convirtieron el voto democrático y de buena fe en un voto utilitario, comprado, es decir clientelar. No les preocupó pervertir la democracia en principio, ahora no les preocupa pervertir la administración pública. Pensaron que con el reparto de puestos burocráticos a líderes de grupos, compraban la opinión pública, confundieron los valores. Tampoco resistieron la tentación de asociarse con los líderes de la antidemocracia y la deshonestidad, antes vilipendiados por ellos mismos, como fue el caso del líder real de la Universidad de Guadalajara.

En un mal cálculo, planearon el rescate del envenenado río Santiago, la primera gran propuesta que se pensó sería espectacular, el tema lo era, la solución para el problema arrastrado por más de cuarenta años, todo mundo la compraría. Ofrecían resolver mediante inversión multimillonaria, había ahí un gran negocio, pero no se deberían lastimar los intereses que generan el problema, pensaron que nadie vería a manipulación. La fría respuesta social fue para ellos desconcertante, inesperada, habían perdido la confianza de la sociedad.

La comunidad recelosa después de la simulación de los gobiernos anteriores, no compró la oferta, vieron en Enrique Alfaro las mismas conductas distorsionadas que se manifestaron en otros momentos y en otros temas y desconfió. Las organizaciones ambientalistas se negaron a participar, el planteamiento es simple, quienes contaminan deben resolver, no la sociedad con inversiones desmesuradas y absurdas. El desconcierto corrió por los pasillos de gobierno, los cortesanos callaron y nadie supo que decirle al que nunca se equivoca.

La solución para el otro tema que lastima a los jaliscienses, la violencia, la impunidad y el abuso, tampoco encontró eco en una sociedad que se siente burlada y abusada. La decepción y el desánimo es el denominador común con los funcionarios designados por Enrique Alfaro, torpes, insensibles y con severos cuestionamientos de honradez.

De esa manera inicia un gobierno, cuyo líder en algún momento significó esperanza para mejorar la vida de los jaliscienses. Se extravió en el camino, política y mentalmente, al tiempo que arrastra a la sociedad en su fracaso y que lo vio en algún momento como alguien confiable. Así se extinguen los liderazgos superficiales, como estrellas fugaces que pierden la energía que los impulsa, hasta convertirse en un pesado lastre de la comunidad.

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