Felipe Cobián, el latinista

Felipe Cobián, el latinista.

Gabriel Michel Padilla

 

En 1961, Felipe Cobián abandonó el pueblo de El Chante, a donde había llegado del rancho de los González, para ingresar al Calmécac diocesano de Autlán, para formarse en los estudios sacerdotales. Su personalidad aunada a su aspecto físico y sus ojos claros desbordaban sencillez y al mismo tiempo un profundo espíritu de observación. Pronto, entre las materias que llevaba, se comenzó a familiarizar con el idioma originario de la región de Lacio, y que había dado nombre precisamente al “Latín” la lengua de la Roma Clásica. Pronto escuchó de los antiguos juristas aquel aforismo consignado en el Códice de Justiniano que definía el Derecho: Ars boni et aequi, (El arte de lo bueno y de lo justo) y a La Justicia: Uniquique suum tribuere (darle a cada quien lo suyo).

Luego tocó el turno con los apologistas, entre los cuales, de Tertuliano aprendió que: Anima humana, naturaliter christiana (el alma humana es cristiana por naturaleza). Todas esas frases comenzaron a forjar su espíritu noble y servicial, y aquella mente fue refinando los valores que ya había comenzado a recibir de sus padres.

De la Biblia de San Jerónimo, concretamente de Mateo 5-6, aprendió aquella máxima del Nazareno que sacudió el mundo: Beati qui esuriunt et sitiunt justitiam, quoniam ipsi saturabuntur. (Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados)

Por eso cuando Felipe decidió que convertirse en levita no era su camino, decidió escoger la noble carrera del Periodismo. Un comunicólogo no es un mercenario de la palabra, no es un vendedor de su silencio, ni un agiotista de la tergiversación de los hechos. Felipe se planteó que hacer periodismo no era una acción mercantil sino una realización ética, una escultura llamada Verdad y apellidada Justicia. Por eso lo vimos desde la trinchera de los medios para los que colaboró convertido en un pregonero de la Verdad que los filósofos medievales definían como: Adequatio mentis ad rem. (Concordancia entre la mente y la realidad) aplicado a la realidad histórica, económica o política. Esas cuatro palabras encadenaban a cualquier pluma a no traicionar o entregar la historia, a una interpretación facciosa. De la importancia de la letra escrita ya había aprendido: Quod no est in litteris non est in mundo (Lo que no se escribe no existe), de ahí que su aforismo periodístico es muy parecido: Scripta manent (Los escritos permanecen)

En esta venturosa ocasión en que nuestro querido amigo ha sido reconocido por su dorada trayectoria, no podemos menos que regocijarnos por ese hecho y desearle que siga dando frutos y reproduciendo los talentos que le fueron entregados y que son una buena noticia para quienes somos beneficiarios de su valiosa actuación, diría yo de su combate a favor de la verdad y de su espada flamígera, terror de los corruptos.

Yo, en lo personal, agradezco su interés por mi trabajo a favor del rescate arqueológico de la región Sierra de Amula, del que publicó un valioso escrito en Proceso, la revista de sus amores periodísticos. Me favoreció cuando hice una denuncia contra la policía que llegó al pueblo de El Limón a cometer atrocidades y publicó una carta dirigida a Peña Nieto en la misma revista. Como titular del capítulo El Limón de la unión de Cronistas Rurales, regenteada por el insigne maestro Alberto Osorio, agradezco sus aportaciones al conocimiento y análisis de la obra rulfiana, de la que hemos aprendido mucho.

Amigo Felipe: recibe este insignificante ramillete de renglones en señal de nuestro sincero aprecio y cariño, porque con tu personalidad, cargada de carisma, nos has regalado mucho de lo que recibiste.

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