Sábado 23 de marzo de 2024.- Como a todo mexicano medio, a este redactor le desbordó sus entendederas el fatídico hecho del asesinato del candidato del partido del gobierno en 1994. El titular del poder ejecutivo de ese sexenio era un señor medio chaparrón de estatura, pero dueño de un cerebro muy maquiavélico y una lejanía muy evidente para los valores culturales humanitarios que cultivamos en México. La referencia es para Carlos Salinas de Gortari, de quien siempre dijimos que no había ganado por las buenas, es decir en las urnas, el derecho a sentarse en la silla presidencial, sino que la ocupó a resultas del más escandaloso fraude de nuestra historia, en 1988.
Para las nuevas generaciones estos datos son rastreables sólo en reseñas y en crónicas. Pero los que tuvimos la suerte de ser contemporáneos de tales acontecimientos, sí les dimos la cuerda vital que contienen, los sufrimos, los apechugamos y nos ligamos a la dureza del destino que nos depararon tales infortunios. No es lo mismo vivirlo que oírlo contar y éste es el caso que hay que acotar, en la referencia central al asesinato perpetrado en la humanidad de Luis Donaldo Colosio, del que hoy se cumple el treinta aniversario.
La liga que hicimos todos los que nos esforzábamos por enterarnos del fondo de estos hechos, por duros que fueran, nos llevó a conectar la decisión, como autor intelectual, sobre la desaparición física de Colosio, con mano dura aunque escondida por supuesto, de Carlos Salinas. Lo menos que dijimos fue que se trató de un crimen de estado. Y como este tipo de hechos duros jamás conocen su esclarecimiento, pues llevamos los treinta años pasados esperando que se desenreden las cuerdas y los nudos con que nos lo escamotearon, y nada. Así podremos continuar esperando otros treinta años y el dato final de la prueba de nuestra sospecha acusadora no aparecerá. Es lo que hay.
Como se trata de una fecha de peso en los avatares de nuestra historia, se puede comparar con hechos similares de nuestro pasado. El más cercano a la muerte de Colosio tiene que remitirse unos setenta años atrás, es decir a casi un siglo de nosotros, en 1928, en plena guerra cristera, cuando fueron masacrados los generales Gómez y Serrano, quienes se dispusieron a disputarle la candidatura a Obregón. Pero si nos metemos a tales andanzas históricas, la veta nos llevaría a muchos otros crímenes cometidos por estas causas, como la de nuestro Ramón Corona. Pero esta cadena sí la vemos más que lejana y mejor será volver a lo de Colosio, que es el más reciente.
Los medios le buscan todos los pies posibles al gato, sabiendo que tiene cuatro. Pero de pronto se afirma que tiene tres o que se sobrepasa y trae cinco o hasta seis. Por ejemplo, en la cárcel está preso Mario Aburto, quien se confesó como el asesino solitario. Como cumple una condena de treinta años, ciertas coordenadas jurídicas le proporcionan la opción de que ya salga del bote. Hay otros vericuetos legales mediante los que le adosaron una condena de cuarenta años. Ya veremos si lo liberan en estos días o no.
Pero dentro del corpus integrado del expediente hay más datos que nunca se han aclarado del todo y nos siguen dejando a oscuras. Uno de éstos es central: que hubo más de un tirador. Parece ser que el parte médico final asentó que en la humanidad del cuerpo abatido se encontraron dos balas, no sólo una. ¿Hubo o no un segundo tirador? ¿O esa segunda bala que le perforó la humanidad a Colosio, se vino a posar a su cuerpo desde otra galaxia y mediante trucos de magia, de manera que nadie la detectara en el momento en que se levantó el parte oficial de los hechos?
Otro elemento que generó, y del cual se nos debe una seria explicación, tiene que ver con las muertes colaterales que se siguieron al magnicidio. Se maneja la cifra de por lo menos unos quince asesinatos de gente que estuvo ligada al cuerpo de seguridad del candidato victimado, o de gente que trabajó en la investigación de los hechos y que fueron silenciados para que no nos dieran a conocer descubrimientos suyos que incriminaran a entes poderosos.
Como se ve, no sólo se nos manipula el escenario de los hechos de sangre, se altera el cuerpo del delito, los expedientes de la investigación han sufrido correcciones de fondo y los responsables o autores intelectuales nunca son desenmascarados. El crimen de Lomas Taurinas en Tijuana, el de hace treinta años desde luego, es una más de nuestras verdades históricas. Lo de Ayotzinapa no es novedad. Y como los mexicanos somos bien crédulos, pues batimos el agua y nos la bebemos y ya. No hay que hablar más del peluquín.
Se leía ayer, de entre las minucias que se reportan de aquel hecho, que el candidato llevaba ya 75 días en campaña. Eso equivale a dos meses y medio. Y como apenas era la última semana de marzo, a la campaña le faltaban todavía otros tres meses para que concluyera. Casi seis meses de campaña abierta. Y ahora el INE no para su cencerro en torno al respeto a los límites de noventa días nada más, para nuestras campañas actuales. Como que se nos han modificado demasiadas cosas y no todas para bien.
Pero, en fin. Ya volveremos con la plaga de langostas y chapulines que estamos sufriendo por los días que corren, para irle midiendo el agua a los camotes presentes. Mas era conveniente no dejar pasar el recuerdo, la memoria de uno de los candidatos que más huella han dejado en nuestras historias comiciales y cuya presencia aún no se diluye del todo. Esperemos que la crueldad y el sadismo de este evento no se vuelva a repetir.