Sábado 13 de abril de 2024.- En la entrega de la semana pasada hablábamos del asco de la publicidad que se nos deriva de que las campañas políticas ya se hayan desatado en todo su furor y, al reportar sus avances, tengamos que tragar sapos, ranas y ajolotes, sin hacer gestos desde luego. Adelantamos que la semana cerraría con broche de oro con el primer debate de las candidaturas nacionales, como así fue. No adelantamos, porque no somos augures, que no iba a servir; o que no iba a ser debate. Por no tener el don de la profecía, no nos atrevimos a pronosticar tanto de él. Pero ya pasó y ahora sí podemos decirlo.
Lo primero que se ha asentado sobre dicho evento es que fue seguido o contemplado por 11. 6 millones de espectadores. Es difícil darles crédito a estos números, porque no todo mundo se lo escabecha en su teléfono celular particular. Ante una pantalla de televisión casi siempre hay más de un espectador. Pero como sea, la cifra que se le abona nos habla de un evento masivo, del que pueden hablar muchos, como ha sido el caso.
Un segundo elemento por ponderar es el hecho de que casi toda la semana que está por concluir se han ocupado de él los analistas, los de oficio y los ocasionales. Se da por descontado que no ha habido unanimidad de juicios en estos trabajos. Pero resulta sorprendente que una buena corriente de opinócratas, que enderezan sus dardos contra AMLO y le dan el gane a la actual oposición, se hayan pronunciado por descartar a la señora Xóchitl como ganadora. Más bien la calificaron muchos de ellos como la gran perdedora.
Darla por perdedora y descalificarla, no implica necesariamente el pronunciamiento o la aceptación de que su rival acérrima, la señora Claudia Sheinbaum, la abanderada o candidata del oficialismo de Morena y sus aliados, lo haya ganado. A tanto no llegan sus concesiones. No lo profieren así. Pero se queda como elemento deducible y de oportunidad. Si era un combate de dos y a una se la da por perdedora, ya no es imprescindible cantar la victoria para la otra. Viene implícita la deducción en el veredicto.
Aunque dentro de nuestros embelecos, siempre hay quienes paran el dedo y no necesariamente con rigor lógico. Eran dos los figurines que se estaban disputando el cetro o el cinturón de la victoria. Pero curiosamente hubo un tercer contrincante arriba del ring. Pues a algunos de sus paniaguados les pareció, y así lo expusieron los que traen consigo plumas de analistas, que este tercero en discordia fue el que ganó el debate. Pero como no disputaba él el trofeo, daba lo mismo que lo ganara o no. Algo así como para descarrilar lo implícito de proclamar la derrota de doña Gálvez. Nomás nosotros con nuestro surrealismo cocinamos estas ollas podridas.
También se ha centrado la atención en torno al mal manejo del cronómetro de las intervenciones de los participantes. Vamos a decir que no tuvieron cuidado los conductores con este aspecto que es crucial. También se ha señalado la pésima elección de las preguntas, tan deshilvanadas y tan poco vinculantes con los agonistas, para que se cogieran del chongo y se dieran de catorrazos. O sea, que aventaron a las ramas los temas para discutir y se les fue el santo al cielo. Los cuestionados candidatos se encontraron fuera de baranda y cada cuál le dio salida al tiempo asignado en pantalla como mejor pudo.
Se han hecho pues muchos señalamientos al evento y no todos favorables. Algo así como si lo hubiesen dirigido meros aprendices y no un INE que lleva casi un cuarto de centuria trabajando para que haya elecciones entre nosotros positivas e imparciales, como lo manda la ley. Es deducción válida, aunque nos duela aceptar que llevamos demasiado tiempo metidos en las meras tareas del aprendizaje y no acabamos de dar el do de pecho. O somos muy burros, o ya nos gusta reprobar y transitar como fósiles escolares en esta materia.
Tal vez coincidirán algunos con el juicio que medio adelantamos en esta columna, en el sentido de que, como no se trata de un hábito nuestro muy favorecido, no iba a haber debate. Ya a toro pasado podemos suscribir muchos este juicio sumario. Estuvieron los tres protagonistas hora y media, transmitida su imagen por las cámaras, y no hubo entre ellos una sola discusión de peso. No discutieron sobre propuestas o programas a llevar adelante con el gobierno que pretenden constituir. No le dieron a deglutir a su público materiales o banderas para salir a ondearlas y sumarse a sus contingentes masivos.
No se nos otorgaron entonces estímulos reconocibles como para salir a las calles a pronunciarnos por uno o por cualquiera de las otras dos. Y si esta es la conclusión de esterilidad con la que nos tenemos que ver, hemos de aceptar que no hubo debate. Y tal vez ni esperábamos que lo hubiera. A la gran mayoría de los críticos de la derecha, que le endilgan con su dureza habitual la derrota a doña Gálvez, les urgía mirar a esta señora disparando boñiga y estiércol contra la señora Claudia y enviarla toda embijada y llorosa a los camerinos. Pero no ocurrió así y por eso le llaman perdedora.
No perdió un debate que no hubo, sino la oportunidad de exhibición que habían programado con tanto ahínco e ilusión, y que desaprovechó doña Xóchitl, por andar vendiendo gelatinas y vistiéndose de candidata ciudadana. Ahí para la otra. Pero con más realismo y autenticidad, por favor. Basta de burlas o nos llevamos el balón para otra cancha. Aunque pensándolo mejor: ¿A dónde iremos que más valgamos?