Sábado 27 de abril de 2024.- Prometimos entrarle a la discusión sobre nuestras pensiones en la UdeG y aquí vamos. Estaban en puerta algunos temas de debate en el congreso federal, entre los cuales ocupa un lugar central el asunto de las pensiones. La confrontación está abierta. Les nombran pensiones-bienestar y ha acaparado la atención de todos. Pero ensayemos a traer el asunto a casa. No lo agotaremos en una sola pasada, pero hay que empezar por algo.
El día 25 de abril, el sindicato de los académicos udegeístas, el STAUdeG, nos metió un autogol a todos los trabajadores de este gremio. Habría que decir que el otro sindicato, el de los trabajadores manuales, es decir el SUTUdeG, vapulea a sus miembros de la misma forma inmisericorde que se hace en el de los académicos. Bueno, aquí, en nuestra bicentenaria UdeG, los únicos que son tratados con pincitas y algodones son los de la cúpula del grupo administrativo, que siempre se ha despachado con la cuchara grande y a la que no se les toca ni con el pétalo de una rosa. Éstas son verdades tan conocidas, que podemos obviarlas y seguir adelante.
Habría que calificar las modificaciones a los ingresos pensionarios como un atraco. Si revisamos con detalle la que se está llevando por estos días en la UdeG, veremos que no varía un ápice de la modalidad de golpear y recortar los beneficios de los trabajadores. Esto se practica desde hace muchos años atrás y no parece haber ni visos de mejoría. Por el contrario, se ahonda o se amplía el margen de los descuentos y no parece haber vía como para ponerle un alto a este asalto en despoblado.
Para que le entendamos mejor al punto, habría que recordar que el desarreglo de nuestra economía vino a tirar al suelo todos los beneficios que se habían buscado y se habían establecido, cuando todavía ensayaba el régimen a beneficiar a los trabajadores. En los años ochenta, por mentar un caso, un general en retiro cobraba en nómina mensual su pensión de diez mil pesos, mientras que un capitán primero recibía de sueldo ya treinta mil del águila. ¿Cómo se había llegado a esta injusticia? Fácil: la cuota pensionaria era fija. En cambio, los salarios mensuales se habían disparado con la inflación.
Este ejemplo refleja una situación generalizada. Las percepciones de retiro simplemente fueron difuminándose, hasta desaparecer. Una solución vino a ser lo de la pensión dinámica, que consiste en que la percepción de retiro sea indexada al incremento salarial de los que siguen en activo. Hay que decir que esta medida se implantó tal cual reza su esquema en el sistema pensionario de la UdeG y aún se aplica. Esta medida ha resultado benéfica para nuestros jubilados, aunque no todo sea miel sobre hojuelas.
Otra de las medidas atentatorias contra el beneficio de los trabajadores en retiro fue el modelito de los famosos estímulos. En tiempo de Salinas de Gortari se inventó esta fórmula de percepción para los trabajadores. Dizque se trataba de ingresos extra para ‘estimular’ la productividad. Suena bien. El único defecto vino a ser que tales incrementos no se sumaban al monto básico salarial. No se convertía en un derecho. De manera que a la hora de la jubilación, las cifras de los estímulos no contaban para la suma de la percepción jubilatoria. Más claro ni el agua.
Es muy ilustrativa la carta de un embajador mexicano retirado, don Sergio J. Romero Cuevas, que aparece en el correo ilustrado del periódico La Jornada el día de hoy: De recibir en activo cerca de 95 mil pesos netos al mes, pasamos primero a estar pensionados con poco más de 5 mil y, en mi caso, después de 11 años de retiro, apenas 8 mil 350 mensuales.
El meollo del asunto con las pensiones en la UdeG no se toca con la claridad y la precisión con las que debiera hacerse, a pesar de tratarse de un asunto tan viejo y tan sensible. No tiene caso perderse en las discusiones que dimos en el pasado y que fueron hasta álgidas en muchos casos. Este derecho fundamental de todos los trabajadores, en nuestra máxima casa de estudios, fue manoseado como si se tratase de un manojo de hediondilla y así nos fue. Pero como que la gran masa laboral no lo percibió, o no lo captó, o aceptó el engaño sin chistar. Y ahí seguimos.
¿Cuál es esta gran injusticia que sigue vigente? Casi nada. Para decirlo con todas sus letras, la administración universitaria renunció a erogar, como parte patronal obligada a hacerlo, el dinero para este rubro. Pero como por ley se tiene que cubrir tal concepto, recurrió al modelo antiguo de la mutualidad, en el que los propios trabajadores depositaban en una polla común, una coperacha, para autojubilarse. Esto es lo que es el famoso fideicomiso, del que dijeron que iba a ser intocable y tampoco no lo fue, porque ya lo han saqueado.
En tal fondo, los trabajadores aportábamos el diez por ciento de nuestro salario. Aún ya jubilados, lo seguimos aportando. Claro, la administración dijo que también pondría una aportación equitativa, lo que convertiría en un modelo de los llamados peso por peso. El problema es dual. Primero que se trate de una mutualidad y no de una obligación pensionaria que cubra en su totalidad la parte patronal. Y la otra, que la desfalquen y hagan que no ajuste. Ahora nos salen con que es necesario aumentar la cuota, del diez al dieciocho por ciento de las aportaciones. Pareciera que a los trabajadores sigue sin caernos el veinte. ¿Será?