Sábado 24 de febrero de 2024.- Siempre nos acuchillan las mismas dagas. Algo así como si pesara sobre los miembros de esta bicentenaria institución una especie de maldición de la gitana. No es extraordinario el espectáculo que se vivió este jueves 22 de febrero. Se inscribirá en el catálogo de nuestras vergüenzas. Pero vayamos a su desglose para entender mejor su mala entraña, que la tiene y seria.
Se trata de un asunto sobre las pensiones de los trabajadores de nuestra benemérita alma mater. Cuando atracaron la bolsa recaudatoria que atesoraba el fondo para jubilación a todos los trabajadores del país, viniendo la orden del gobierno federal, a los que laborábamos en la UdeG no nos azotó el viento. Aquí se jugaron los dados de otra manera.
La orden del atraco se promulgó como ley el año de 1997, cuando se dispuso que los fondos para el retiro ya no se rigieran con la modalidad del beneficio definido, sino que se convirtiera el monto de cada trabajador en una cuenta individual personalizada. Obviamente había que abrirle una cuentita a cada trabajador en una institución bancaria. Y esa institución le iba a administrar su fondo, a cuidárselo y a pagarle intereses. Cuando se llegara el momento de su retiro se lo iba a entregar. Eso no ocurriría antes del año del 2021. Las administradoras se llamaron Afore. Todo esto ya nos es bien conocido.
Lo nuevo de la modalidad consistía en que el monto mensual de la pensión iba a resultar raquítico. Ni cuándo que se contemplara que el pensionado fuera a recibir la misma cantidad de lo que percibía cuando estuvo en activo. Cuando mucho recibiría la mitad de tal cantidad, si le iba a ir bien. Y eso, mientras le durara lo que había atesorado en su cuentita personal. Acabándosele las monedas a la bolsita, se acabaría la pensión. ¿Y qué va a hacer el viejito? Pues rascarse con sus uñas e irse con su música a otra parte. Así de justos y así de generosos nos vemos en estos nuevos tiempos neoliberales.
Bueno, pues para ahorrarnos estos malos tratos, la UdeG nos sacó a todos de las nóminas del IMSS. No estábamos inscritos con lo que devengábamos realmente, sino con uno o dos salarios mínimos. Nos sacaron y nos armaron una bolsita propia, dizque para que no pasáramos calenturas ajenas. Montaron un fideicomiso del que se tomarían los fondos para el retiro, cuando ya se llegara su tiempo. Ese fondo se armó con un capital semilla y luego con otras aportaciones. Pero lo grueso de la aportación consistió en un descuento permanente del diez por ciento del salario de cada trabajador. La patrona (léase UdeG) iba a aportar una cantidad igual a la de los trabajadores.
Con este fondo, bien administrado desde luego, íbamos a llegar al 2038 sin necesidad de tener que revisarlo ni complicar nota alguna. Podíamos dormir el sueño de los justos. Era período más que amplio y suficiente para dedicarse a otra cosa, mariposa. Si los descuentos empezaron en el 2003 y se garantizaba un período de seguridad hasta el 2038, estábamos hablando de treinta y cinco años de seguridad financiera. Claro que para eso el tal fondo debería permanecer intocado, no desviado para otras tareas y además sólo estaría invertido en cuentas seguras y no de riesgo, para que no se fuera a perder nada en tales maromas, que suele pasar.
Pues pasó. No sólo le estuvieron metiendo mano para otros fines, como un préstamo de setenta millones que le facilitaron al congreso del estado y otro de ciento veinte millones que le dieron al equipo de los leones negros. También se pusieron a hacer inversiones de riesgo y, como es previsible para estos casos, la bolsa sufrió perdidas en la inversión y se le desplomó su solvencia. Por supuesto que los reportes de los rendimientos de estos fondos, que se hacían públicos al principio, como se volvieron negativos dejaron de publicarse. La página se oscureció. Este punto particular sigue pendiente.
Apenas en la edición pasada de la FIL había dicho el rector Villanueva que el régimen de pensiones de la UdeG era el más sano del mundo y que estaba garantizada su vigencia hasta el año del 2038, como era la cantaleta triunfalista de siempre. Un mes después, en enero de este año, nos salió con la sorpresa el mismo personaje de que era muy necesario que se ampliaran las aportaciones que hacemos los trabajadores al fideicomiso, pues ya no estaban garantizados los pagos. El quebranto estaba a la vista.
Citaron a sesión al Consejo General Universitario para este jueves 22 de enero y ahí, por vergonzosa unanimidad de 170 votos a favor, ninguna abstención y ninguno en contra, aprobaron que se nos descuente más a los trabajadores. Ahora será el uno por ciento de los aumentos al salario que nos vengan en los próximos cinco años. Determinaron hacer lo mismo con el dos por ciento de las prestaciones. Y que todo ese dinero se vaya al fideicomiso.
170 votos completitos. ¿Cómo le harán? ¿Todo mundo está de acuerdo y de manera total en cada una de sus cláusulas? ¿170 votos universitarios deciden legalmente por el destino de una parte del dinero de 22 mil trabajadores? ¿Qué está haciendo ahí, en esta cuenta, el tercio de votantes que representa a los estudiantes y que no llevan vela en este entierro? ¡Más respeto, señores consejeros! Ya es tiempo de haber aprendido al menos las formas atinadas de las decisiones colectivas y de atenerse al buen sentido por el que se ha de conducir el tequio. Pero a lo que vemos, no aprenden un ápice de las lecciones necesarias de la vida. Ya veremos qué se siga de tanto despropósito. O ¿nos iremos a dejar lastimar otra vez los siempre perjudicados?