Sábado 14 de octubre de 2023. – El enésimo estallido de la violencia en Gaza, en Israel, no es una mala noticia. Es pésima. Los datos concretos de estos deplorables hechos están abiertos, circulan en todos los medios y son del dominio público. El grupo palestino Hamas realizó una incursión al territorio de Israel. Fue un ataque sorpresivo y cruento, que dejó centenares de víctimas mortales y más alto número aún de lesionados. También se habla de rehenes, a los que se les mantiene en cautiverio, seguramente para obligar a la parte israelí a negociar.
La respuesta del gobierno israelí fue idéntica a la palestina. Bombardearon barrios enteros de la franja de Gaza y están preparando una invasión terrestre, con la consigna de encontrar a los agresores palestinos. El número de las víctimas mortales y lesionados de ambos lados anda parejeando.
El origen de estos cuadros espeluznantes, que siempre concluyen en derramamiento de sangre, se vincula con una sinrazón dual. Por un lado se autorizó la creación de un estado, el israelí, en terrenos que pertenecían a los palestinos. Y por el otro, éste hostiga y persigue a los palestinos para evitar que puedan consolidar y gozar la existencia de su propio estado, en su propio territorio. Es lo complicado del enredo. Es un fondo complicado y no se otea en el horizonte ni la voluntad ni las posibilidades de que se alcance pronto un acuerdo, que ponga punto final a una sangría demasiado larga.
Como siempre, el gobierno israelí y su contlapache gringo calificaron al grupo Hamas, y en consecuencia a todos los palestinos, como terroristas. Condenaron los hechos y desataron sus presiones a todo lo ancho del planeta para que todos los gobiernos constituidos condenen la operación. Descalificar a los palestinos y avalar al gobierno de Netanyahu. Pero no será fácil transitar por pistas tan amañadas y manchadas de cieno. Buscar, mediante presión diplomática, el apoyo a las medidas castrenses y patibularias que aplica Israel a los palestinos complica en serio el reconocimiento del estado palestino que es la demanda en contraparte y que tiene sentido.
En la ONU se aprobó en 1948 la creación del estado de Israel. No se ocupaba crear al de Palestina, pues era el que existía y se asentaba en tal territorio. Han pasado entonces ya 75 años de que se tomaron tales medidas, pero en lugar de cuajar en positivo, se ha generado una serie de atropellos y despojos que no paran. Muchos especulan llevándose el asunto hasta los tiempos bíblicos, a lejanías en el tiempo que son anteriores a la vida de Jesús. Mas los hechos presentes son crueles y hay que afrontarlos.
Cesaron las hostilidades de la primera guerra mundial, en 1918 y se inició un proceso de repatriación de los judíos. Vivían desperdigados en todo el planeta. Como que decidieron poner fin a su antigua diáspora. Los palestinos tenían ocupando estos territorios por lo menos dos mil años. Pero no se opusieron a que se asentaran estos nómadas. Convivían en sana paz. Pero concluida la segunda guerra mundial, las potencias dominantes se sacaron de la manga en la recién fundada ONU la creación de un nuevo estado, el israelí, dentro del territorio ocupado por los palestinos, por supuesto.
A los viejos pobladores se les empujó para hacerles desocupar la mitad de la zona. Dejaron campo a los advenedizos y ahí se fundó el nuevo estado. Por voluntad o por la fuerza, así ocurrieron los hechos. Lo que no se esperaban los viejos posesionarios es que los inquilinos recién llegados se iban a comportar como el sapo que les pidió a los grillos que le dejaran entrar a la cuevita, para protegerse del agua. Lo dejaron entrar, se empezó a inflar el glo gló y los grillitos abandonaron la cuevita.
Van 75 años de expansión ininterrumpida de los que podríamos calificar como intrusos, que son los israelíes. Tal vez a estas fechas, los viejos posesionarios no ocupen ya ni el diez por ciento de su viejo territorio. El gobierno israelí, sus colonos en junta, no se han detenido en ninguna consideración para apropiarse de estos territorios y desplazar a los viejos ocupantes. Crímenes, desalojos, invasiones, paracaidismo, lo que al caso venga.
El doble o triple rasero con el que se juzgan estos hechos debería obligarnos a pensar en que no todos los mecanismos de convivencia que tenemos aprobados, de los que echamos mano y que calificamos como civilizados, se corresponden a la calificación positiva o aprobatoria que les damos. Haber autorizado la creación de un estado nuevo en un territorio ocupado por otros ¿iba a suscitar los aplausos y la complacencia de los desplazados? Que saquen a los palestinos a patadas de sus propiedades, demoliendo sus casas, criminándoles y hasta asesinándoles, ¿iba a generarles aprobación y respeto para con los intrusos? ¿Ha de calificarse una reacción violenta de la parte agraviada como terrorista, cuando el terrorismo es la medida persistente con que les masacran los agresores, sean o no el gobierno constituido israelí? Somos demasiado inocentes o estamos metidos en dinámicas de estupidización masiva, para ya no llamar a las cosas por su nombre. Y lo peor de todo es que no alumbra luz alguna que reclame el final del túnel. Cómo se parecen estos hechos a los que en 1836 generaron la creación del estado de Texas, despojando a nuestros abuelos de su posesión y empujándoles a desalojar, bajo el grito de guerra: ¡Remember the Alamo! con él les pintaban de terroristas y subhumanos. Caray, mucha gente que no aprende ni se corrige.