Filosofando: Intensa actividad electoral

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Juan M. Negrete

06 de noviembre de 2022.- Iba a escribir ‘electorera’ a la hora de abrir esta colaboración. La dejamos como está, porque tuvimos una semana movida en el espectro mundial, donde sobresalen los resultados de Brasil. Es fiebre que aún no baja, pues en esta semana se vivirá un espectáculo similar al brasileño en la unión americana, si bien con diferentes coordenadas y protagonismos. Pero de tales resultados ya se hablará, cuando los tengamos más precisos y claros sobre la mesa.
Lo que estamos viendo en Brasil es que, una vez concluida la jornada general de los sufragios, el perdedor Bolsonaro está reeditando una mala versión de la chapucería armada y sostenida por Donald Trump en Estados Unidos. Esta historia concreta nos resulta más que conocida, porque a los primos les encanta el huateque de pasársela dando atole con el dedo a todo el mundo. Si se lo recetan a sí mismos, que no se lo apliquen a los pueblos que les rodean, entre los que quedamos incluidos los mexicanos, aunque no nos guste, pues compartimos con ellos una frontera de tres mil kilómetros de longitud.
Pero vamos al entretenimiento electorero, que es la dinámica con la que la democracia liberal nos mantiene distraídos desde hace muchos años. En Brasil hay un formato electoral que se sigue en muchos otros países, pero que a nosotros no nos resulta familiar porque no nos lo hemos instrumentado. Es la modalidad de una segunda ronda de elección cuando se elimina de la lista a la mayoría de los contendientes y se concentra la decisión final en sólo los últimos dos que encabezaron los resultados. Se evita una segunda vuelta, cuando el ganador supera porcentajes del 50%, o bien cuando el ganador le saca una ventaja de más de diez puntos a su segundo perseguidor. Las variables no son las mismas en todos los países donde se aplican estas figuras, pero más o menos así viene a ser la dinámica de este formato.
Pues bien, hace un mes se realizó la elección general en Brasil y Lula, el gran tornero carioca, se la llevó de calle. Lula es un personaje al que conocen más que bien sus paisanos y aun los que no lo somos. Tanto es así que Obama mismo, en una visita que hizo como mandatario a aquel país, le saludó llamándole el político más popular y conocido del planeta. No anduvo tan errado en su apreciación y podemos suscribirla sin mayores complicaciones. Ganó sin sombra de dudas la primera vuelta, pero no superó los límites antes mencionados. Por eso tuvo que batirse en una segunda vuelta con Jair Bolsonaro, el actual presidente, quien buscaba reelegirse.
Fue un duelo cerrado éste de la segunda edición, en el que vimos sorpresivamente que se estrecharon las distancias porcentuales. En la primera, Lula llegó al 48%. Bolsonaro se quedó en los 43 puntos. Pero en el segundo round, Lula subió apenas a 51 puntos; Bolsonaro en cambio sumó 49. Como dicen los jueces parejeros, en las carreras de caballos: éste ganó, el otro perdió y se acabó el corrido. Aunque parece que esta norma tan de sentido común pretende no ser aceptada por el perdedor. Crece entre todos los opinantes versados que este señor perdedor revivirá, con sus propias variantes cariocas, la negativa trumpiana a dejar la silla y meterá al público brasileño a aumentar los jaloneos sociales en los que andan ya desde hace una década.
Eso de no jugar claro o de no aceptar lo que deriva de lo que se establece como logro final de la contienda, es lo que llamamos en nuestro argot mexicano como chapuza. El perdedor de la elección brasileña se pinta de cuerpo entero ante la opinión mundial como un chapucero, como un jugador que no sabe perder. Ocurra al recurso que sea, como pasa con su mentor gringo, el tal Trump, les vale un comino exhibirse como poco o nada dignos de confianza. Ellos quieren seguir tocando las cuerdas del poder y no soltar el pandero, que en el fondo es el secreto de conservar bajo su dominio el manto de la impunidad y lo que todo este juego sucio signifique.
Valdrá la pena ocuparse con más detenimiento de estas triquiñuelas en torno a la disputa por la posesión del manto de la impunidad. Porque esto es lo que nos explicaría con más claridad muchos de los fenómenos políticos tan actuales, con los que convivimos y que no terminan de ser deglutidos en su dimensión precisa. Nos referimos por un lado a los fraudes electorales, que al parecer están más extendidos de lo que se decía. Los mexicanos tenemos soportando tales lacras años y felices días. Pero se nos ponía de ejemplo de democracia impoluta a la de los primos gringos. Y ahora nos resulta que todo este castillo de naipes de nuestros vecinos se está desplomando al suelo. Y aun así hay muchos entre nosotros que se niegan a aceptarle su debacle.
Con lo nuestro, a resultas de sernos tan familiar, terminamos metiéndolos a la dinámica misma de nuestra cultura, de nuestras canciones, de nuestra chunga colectiva. ¿A quién se le ocurriría defender por ejemplo como una elección pulcra el enjuague que se nos hizo para sentar en la poltrona a Carlos Salinas de Gortari en 1988? Tan fue pública e indefendible su chapuza, que el compositor veracruzano Manuel Eduardo Toscano le compuso la famosa parodia de Rata de dos patas. Tal canción fue popularizada por Paquita la del barrio y en el galillo de todos los mexicanos muchas veces se han deglutido los infamantes versos que pintan de cuerpo entero a dicho personaje: Rata de dos patas, te estoy hablando a ti. Porque un bicho rastrero, aun siendo el más maldito, comparado contigo se queda muy chiquito.
Ya le seguiremos, porque se está poniendo muy sabroso el tequio.

(Foto principal: lasexta.com)

 

 

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