Sábado 06 de mayo de 2023.- La chapuza acusa. Éste es dicho que soltábamos a la menor provocación en nuestra infancia, cuando descubríamos a un contrincante de juegos haciéndonos trampa. No se espetaba en el momento mismo en que nos dábamos cuenta de la infracción del adversario, sino cuando se le dejaba venir a él mismo la secuela negativa de sus trampas. A veces se contradecían. En otras, se enredaban. Lo cierto es que el desarrollo natural y normal del juego venía a ser alterado, o echado a perder y todo por culpa del tramposo. Era el dictum de la condena, de la que resultaba complicado el sacudirse.
Por ahí habría que empezar a tender el tapete de los juicios con que nos bombardean todos los días los medios de comunicación masiva y también de la infección que sufren en este sentido las redes sociales. No viene a ser novedad alguna esto de la invasión de fake news en la carpeta de la comunicación pública, para destantearla y confundirla. Se trata de viejos esquemas empleados de siempre. Tampoco debemos de sorprendernos de las campañas de odio y de los vituperios a mansalva que obnubilan los discursos en contra de los personajes a quienes se busca descalificar.
Pero vamos bajando estas someras reflexiones al campo concreto de los hechos. Ya tienen días nuestros vecinos con la cantaleta de que la droga del fentanilo les entra por nuestras fronteras. Los mexicanos no sólo somos vistos por los gringos como los responsables distribuidores de tal droga, sino que también somos señalados como los productores, los tracaleros, los lavadores de tales ganancias ilícitas y los corruptores de quienes las consumen. Somos pues una generación que no sólo amerita ser contenida y castigada, sino, de ser posible, exterminada. Por ahí va el extremo de dicha propaganda.
Nos son conocidos los discursos radicales y sus fuentes. Es banderola que izan algunos personeros del partido republicano de con los primos. Y algunos se fueron tanto de la lengua que hasta proponen declarar a los cárteles mexicanos como terroristas, para perseguirlos ellos mismos, con sus fuerzas armadas, en nuestro territorio, bombardearles sus posiciones y destruirlos. Si se da o no de por medio una invasión, la ruptura de los acuerdos en el respeto de las fronteras, eso les tiene completamente sin cuidado.
Otros, más colgados aún, les enjaretan el cargo a los pobres migrantes. Como estos humildes paisanos o colegas de países hermanos cruzan las líneas de nuestras fronteras de forma ilegal y sin papel alguno, ahora cargan el sambenito ominoso de que son las mulas, los burreros, los trajineros de estas drogas, que están envenenando a muchos ciudadanos legales en territorio gringo. Los malos, en todo este recuadro, son los mojados. Los pervertidos son nuestros braceros. Da lo mismo que sean mexicanos, colombianos, venezolanos o centroamericanos. El que les lleva la droga a los consumidores gringos es latino, es hispano. Viene a ser el malo de la película y tantán.
Desde el podio de sus mañaneras, el bueno de AMLO les ha estado retobando a todos estos voceros güeros su falta de atingencia en un litigio tan espinoso. Por una parte, ha sostenido la tesis de que la materia prima de tal droga no se produce en nuestro territorio, sino que viene del continente asiático. Luego, hay que buscar las fuentes de dicha producción por allá con los chinos, en la India, o por aquellos lares lejanos a nosotros.
En segunda instancia, también deben los vecinos entrarle al ruedo y coger su propio toro por los cuernos. ¿No tienen ellos, los gringos, en su propio territorio, cárteles de compra, venta y distribución? ¿Realizan sus instancias de investigación y rastreo, como son la DEA, la CIA y el FBI, sus respectivas tareas con la responsabilidad que corresponde, o se ligan a los cochupos y a los entretelones de la simulación y la corrupción, como se dice que ocurre por fuera de sus fronteras, concretamente entre los cárteles y las policías nuestras, donde paran el dedo las mexicanas?
Habría que revisar con detenimiento analítico de fondo todos estos puntos de discusión, porque no se trata de una lacra social menor. Es la producción, distribución y consumo de enervantes muy extendidos y peligrosos, que están cobrando ya demasiadas víctimas. ¿Pero qué sentido tiene estarle sacando al parche a un problema tan complejo, como es éste de los enervantes? ¿Para qué construir pinturas idílicas, en las que los ciudadanos gringos son completamente ajenos a los contagios de trasiego, venta y distribución y sólo ocupan el final de la cadena, lo que viene a ser el consumo?
Y ¿cómo está este disparate de poner a los pobres migrantes como los responsables del transporte de dichas drogas, cuando ni siquiera cargan en sus talegas la comida que consumirán al final del día? ¡Vamos, ni el dinero para conseguirla! No tiene ningún sentido cerrar los ojos ante una complicación tan gruesa, si es que realmente hay interés en buscarle soluciones adecuadas a tales lacras. Hay muchas. Pero la presente ya desbordó. Y más valiera que nos aplicáramos a ella a fondo, con varas atinadas. Con mentiras no se llega muy lejos. O se distorsiona el panorama y se pierde de vista la meta buscada. Mas vale entonces que nos apliquemos todos a desenredar estos entuertos, por ver si conseguimos dar con el puerto ansiado. Gracias.
(Foto principal: DW)