Sábado 22 de abril de 2023.- Empieza a menguar ya en la atención del público tapatío la morbosidad en torno a la muerte del licenciado por antonomasia. Dentro de la batahola de discursos que se han vertido por la desaparición del último capo de la universidad estatal, poco se habla de lo que les espera a los docentes de nuestra máxima casa de estudios estatal. ¿Seguirá su estatus como hasta ahora lo han sufrido? ¿no se perciben visos de corrección? Sería una verdadera lástima que así ocurriera. Pero es una de las opciones y, para decirlo con propiedad, la peor de ellas.
Este redactor se ocupó con mucha frecuencia, mientras estuvo activo como docente en la UdeG, de las desviaciones, los cochupos y las situaciones anómalas que soportaba el gremio magisterial en los hechos. Como profesor activo, estaba atento sobre todo a lo que tuviera que ver con cuanto movimiento salarial o de otro tipo que tuviera que ver con nuestras jornadas laborales. Era mi obligación como ciudadano y no la descuidé. Pero el paso de los años hizo su tarea y llegó el término de la jubilación. Aunque ya no esté en activo, sigo interesado en enterarme de lo que ocurra en tales parcelas. Y si no fuera así, invocaría mi simple derecho como ciudadano por enterarme.
La claridad en estas percepciones, como queda dicho pues, es de vivo interés para todos los ciudadanos, no tan sólo para el segmento retirados. Pero los que no pueden escabullir el bulto son los que siguen en activo en tales instancias. Habrá que mirar con detenimiento si lo estatuido como normas laborales y/o constitucionales se corresponde con lo que se vive al interior de esta casa de estudios. Es una tarea que no pueden eludir ni los administrativos que realizan la talacha de cuidar lo que ocurre al interior de sus espacios, ni mucho menos los docentes que son quienes sufren en carne propia los desvíos, las suplantaciones y disimulos que se hacen por no cumplir con tales dictámenes. Es tarea propia que ninguno de los bandos interesados, confrontados o no, ha de escamotear.
En el pasado reciente, Algunos de los colegas docentes armamos focos de resistencia para conseguir a cuentagotas los beneficios establecidos por ley. Se decía que nos llegarían y no ocurría tal. Terminamos elaborando un diagnóstico cruel de tal situación laboral. Pintamos con pinceles descarnados lo ahí vivido. En síntesis, lo reproduciría así: La academia está mal ponderada. A la docencia se le tolera como un mal necesario, pues se le mantiene en un descuido total. A la investigación se le usa como pretexto recurrente para estar exigiéndole aumentos en el presupuesto.
En este tétrico panorama, la que resulta la gran mandona es la burocracia universitaria. Esto es una distorsión perversa que ha desnaturalizado las relaciones escolares al interior de esta casa de estudios como jerárquicas. El ‘mando’ universitario radica en las instancias administrativas. El discurso en torno a supuestas ‘autoridades universitarias’, que viene siendo una alegoría distorsionante, aquí se ha convertido en la pintura real de lo que ocurre intramuros. En las relaciones interpersonales y gremiales con que se opera aquí impera el sojuzgamiento, la imposición y hasta la arbitrariedad.
No hay reglas claras para el ingreso, la promoción y la permanencia en los espacios docentes, aunque existan por ahí documentos que supuestamente lo abarquen. Son letra muerta tales prescripciones. Es duro afirmarlo, pero lo afirmo con conocimiento de causa: el ingreso y la permanencia al interior de estos trabajos se atienen y se rigen por la abyección y la ignominia. La resistencia a tales parámetros vergonzosos, casi inapelables pues de trata de las reglas no escritas, primero que nada es negada. La estampa que se difunde se presenta como idílica y hasta paradisíaca. Pero en los hechos es vapuleada, perseguida y anulada. No hay tolerancia pues para los dictados que proceden de los despachos del ‘poder’. Así de simple.
Todo este esquema de relaciones laborales, por más que sea aberrante y defectuoso, es el que se les aplica a los docentes y aún a los investigadores que pululan en nuestra máxima casa de estudios estatal. La coyuntura presente está que ni mandada a hacer para que esta masa laboral, que ronda una numeralia un poco superior a los veinte mil trabajadores del gis y del borrador, le ponga un alto y reivindique sus derechos inalienables. No tenían por qué haberlos perdido o rebajado a tales limosnas, pero es el tranco que se espera que se decidan a implementar.
Supongo que la gran masa magisterial no entrará a la distorsión de la polémica absurda de que quién vendrá a sustituir al recién suicidado. No se sumirán en la resignación de aceptar que aparezca otro dictador tras el trono, iluminado, impune e intocable, que manipule los hilos y los dineros del presupuesto de esta casa de estudios y que vaya a durar otros treinta años en el mando ineluctable. O la base magisterial, fundida con la estudiantil, endereza el barco, toma el timón en sus manos y pone a la universidad estatal otra vez de pie, o triste será la calavera del estado, con una institución de educación superior enajenada y rendida en la pleitesía de los oropeles y la inverecunda, en que ha vivido desde que la conocemos. Son sus trabajadores quienes tienen que hacer la tarea. No habrá actos mágicos de liberación. Así que, apunta el despertar de la reivindicación. Que no se sigan distorsionando tantos recursos pecuniarios y humanos que transitan por estos lares. Ya veremos.