Sábado 23 de septiembre de 2023.- Por extraña coincidencia, a la aparición sabatina de esta colaboración le tocó en esta ocasión emparejar dos fechas, la del dieciséis y la de hoy, día veintitrés. Como la rutina le dicta a este redactor ocuparse de lo ocurrido en la semana y coge como tema lo que pudiera ser la nota más relevante, por ahí corre su contenido. No es así siempre, pues a veces la atención se manda a la luna o a asuntos de otra relevancia. Pero la rutina tiende sus dictados de este modo.
Es la razón por la que el artículo del sábado pasado (días de gritos y desfiles) nos ocupamos de las ocurrencias festivas que solemos gastar en este mes sabrosón. Vamos a decir que es el aspecto jocoso, o gozoso, aunque no necesariamente jarioso, tampoco. Parece ser que a una buena parte de los amigos lectores que nos dan seguimiento les gustó la nota. No es fácil dirimir bien a bien los que dan coba de los que lo dicen con sinceridad. Pero los registros salieron positivos esta vez.
Un amigo lector, que aparte es amigo personal muy cercano, hizo el señalamiento que le faltó agregar una nota. Tenía que decir que ya es también el mes de los temblores y no precisamente ligeritos. Algunos de ellos hasta parecieran hasta mal intencionados. Puestos a reflexionar sobre los tales sacudimientos telúricos, tal vez no quepan en el listado hecho para los días de guardar, armado a la ligera, sino para otro aspecto de nuestra vida común, que es del que vamos a hablar el día de hoy.
Si nos habíamos ocupado del lado festivo y jacarandoso del mes, que lo es; toca hoy referirnos a la otra cara de la moneda, que también está ligada a septiembre. Justo el día veintitrés se ajusta la fecha con la masacre ocurrida en Ciudad Madera, Chihuahua, con la que se marca el inicio de nuestra deplorable guerra sucia. Harta la población norteña de las arbitrariedades y sordera de las autoridades constituidas, unos jóvenes generosos y valientes (aunque haya muchos que les califiquen de temerarios y acelerados) decidieron iniciar una campaña de enfrentamiento armado en contra del poder constituido. El resultado fue desastroso para los alzados. Más de una decena de ellos perdió ahí mismo la vida; otros quedaron heridos; los más afortunados huyeron y tuvieron que esconderse y andar a salto de mata, para salvarse de la persecución que se desató en su contra. La incitación a la lucha por esta vía no consiguió de pronto el éxito buscado.
Con el paso de los años se armaron otros grupos subversivos, que empuñaron las armas y le declararon la guerra a los oligarcas que manipulan nuestra economía y deciden el destino y forma de reparto de la riqueza nacional. Está claro que es el reparto del león, como bien enterados estamos todos, aunque nos hagamos patos. Tal vez el grupo más fuerte de todas estas movilizaciones vino a ser la que tomó para sí, como homenaje, el nombre de la fecha misma del levantamiento en Ciudad Madera. Se llamó: Liga comunista veintitrés de septiembre, o LC23S, para acortar su mención. Mucha gente la identificó simplemente como la Liga, por antonomasia.
Este capítulo, mal conocido y peor redactado todavía, de nuestra guerra sucia engloba en su vientre tenebroso las resultas traumáticas del movimiento estudiantil del 68 con su colofón de la noche de Tlatelolco; también hay que incorporarle aquella tétrica tarde del jueves de corpus; la cacería de los lanzados al monte con los profesores Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. Es lo más mentado de aquellos años, pero de proponerse a elaborar un listado a fondo habría que poner la atención a todos los grupos de aquellos años que se montaron al macho de la lucha armada y que no conocieron un final feliz.
La experiencia del hado maldito de nuestra violencia no se agotaría en el recuento de tales luchas. Tenemos que elaborar alguna vez el inventario de masacres sufridas por nuestro pueblo, de las que no sabemos bien si quepan o no en la denominación infeliz de guerra sucia. Se trata de acontecimientos públicos, impunes y silenciados: Para un recuento mínimo de lo que no hemos de callar, hay que mencionar a vuela pluma muchos otros: San Juan Lalana, Oax. (1977), Tehuipango, Ver. (1978), Tlacolula, Ver. (1978), los muertos del río Tula (1980), Pantepec, Pue. (1981), penal de Tepic (1988), Aguililla, Mich. (1990), Tlaxicoyan, Ver. (1993), Aguas blancas, Gro. (1995), Acteal, Chis. (1997), El bosque, Chis. (1998), El charco, Gro. (1998), represión de altermundistas en Guadalajara (2004), San Salvador Atenco, Mex. (2006) …
Estas son las masacres más mencionadas. Pero a partir de la llegada al poder del espurio Felipe Calderón, desde la silla misma desató la persecución abierta de los opositores al régimen, con el nombre de guerra contra el crimen ogranizado. El recuento nos resulta simplemente insufrible ya, y no parece tener para cuándo conocer fin. Pero el espacio de esta columna sí exige que ya le paremos. Porque estamos englobando lo que, de esta página negra, tiene que ver con el mes de septiembre, mencionamos la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Ya no nos ocupamos de la masacre de san Fernando, de la de Tlatlaya y más. De los muchachos de Ayotzinapa ni la información pertinente sobre sus cuerpos ha podido ser esclarecida. Es pues la otra cara setembrina nuestra, la cruel, la sádica, la pervertida, de la que no puede estar orgulloso ningún mexicano. Es la manifestación de nuestro canibalismo, del dios azteca Huichilobos, que aún no logramos sepultar.