¿FIN DE LA PUERCO-SEXO-80?

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Por Gabriel Orihuela

Subo al primer escalón. No llego más allá. El deseo de mantener un poco de espacio personal de unos choca con el afán de otros de arribar a su destino. Y yo, entre los dos. Ambos bandos muestran fuerzas
similares. Los codos se clavan en las costillas. Los cuerpos se rozan, algunos sin quererlo y algunos que parecen haber subido solo para eso. Los olores se mezclan. Los calores suben. Es un sábado a las dos de la tarde y en la 380 no cabe nadie más. O eso creería un testigo inexperto en el transporte público de la ciudad.
Es apenas una de las 260 rutas que recorren la Zona Metropolitana de Guadalajara, pero es la más larga de todas. La “380” circunda la ciudad a través del Periférico. Sin embargo, a estas unidades, que en otras condiciones merecerían el mote de “La Nao Victoria”, se les conoce por los más mundanos de
“La puerco-ochenta”, por la forma en que las conducen, o “La sexo-chenta”, por el acoso al que someten a las pasajeras cuando, como casi siempre, la unidad va repleta.
El chofer, más cercano a los 40 que a los 30 años, de playera con inconfundibles e impronunciables siglas de un sindicato, lleva prisa. Tanta, que al arrancar está a punto de hacer tropezar a una joven
delgada que lleva en los brazos a una niña de poco más de un año. No cae simplemente porque no hay lugar.
Mientras, desde dos paradas atrás un par de señoras puja por llegar a la puerta trasera.
–Bueno, ¿dónde nos vas a bajar? ¡Puerco! ¬–Le grita una de ellas al chofer, que hace como que no las escucha. El enojo es comprensible: no bajar en la parada correcta en Periférico implica andar 10 o 15 minutos por un camino de tierra al lado de coches a exceso de velocidad.
La razón de la prisa del conductor aparece poco después: otra unidad, con la que irá peleando el pasaje durante buena parte del camino. A los camioneros se les paga por cumplir cierto tiempo en cada recorrido, lo que provoca que cualquier tardanza afecte su estado de ánimo… y el de los pasajeros.
***
Universidades y empresas que investigan el tema afirman que hablar por celular mientras se maneja equivale a conducir ebrio. De ser así, en Guadalajara no hay camioneros sobrios.
Antes de que se adoptara un dispositivo que impide puertas abrir puertas en marcha, los choferes tenían que coincidir: el de la izquierda abría la puerta mientras que el de la derecha se asomaba por la ventanilla y discutían, hubiera o no “alto”, con o sin autos tocando la bocina.
Ahora, ese rito no es necesario. Los choferes parecen tener los números del gremio y sólo les basta marcar los diez dígitos para arreglar cuentas con plática que inicia con un “¿Dónde vas?”
– ¿Para eso querías que me dejara venir, para que me la vuelvas a dejar caer? ¡Vas bien tarde! –
cuestiona el chofer a su colega.
– …
– ¿Cuarenta y cinco? ¡Cincuenta y dos! Me faltan tres y estamos a 9.
Los pasajeros no saben qué son esos números, pero adivinan lo que sigue: más velocidad, paradas que
no se respetan, frenazos y acelerones abruptos, luces rojas que no importan, gritos a la gente.
Así, en cada parada, el conductor insta a las personas con una ansioso “súbale, súbale” y un: “recórranse para atrás”, frases infaltables en el repertorio de los camioneros, junto con “¿Ya subieron?”,
“¡Ahí va la puerta!”, “Recórranse, atrás hay lugar”, “La bajada es por atrás” y “Aquí no hay parada”.
Otros suplen parte del esfuerzo de ir gritando con la inversión en unas pegatinas como las que hay en un camión Ruta 54 en las que se lee: “Súbase, cállese y agárrese” (con la imagen de un pato Lucas tan asustado como los pasajeros) y “Señor, dame serenidad para aceptar errores ajenos; paciencia para escuchar pretextos pendejos, pero no me des fuerzas porque les rompo la madre”.
Y es que, en Guadalajara, la violencia se tasa en 9.50 pesos, más el tostón del vuelto para los camioneros.
***
–Recórrase, señora –grita desesperado un chofer de la ruta 24 cuando pasa por Plaza del Sol.
–Ya cállese, no me voy a recorrer.
–A mí no me grite, vaya a gritarle a su marido.
–Pues ya cállese, ¿qué no ve que no hay lugar?
–Si quiere, le regreso su dinero y se baja.
–No me regresa nada porque está para prestar un servicio y cállese.
Las risas de los pasajeros irritan más al chofer, que prefiere dejar ahí la discusión. Al bajarse de la unidad, la señora amenaza con reportarlo y sólo recibe una risa burlona.
El conductor sabe que el reporte es improbable. Según un estudio gubernamental, todos los días se hacen 2 millones 772 mil desplazamientos en transporte público en la zona metropolitana y el Centro de Información al Usuario recibió en promedio nueve reportes diarios por mal servicio en un semestre.
Las quejas más frecuentes son porque el chofer fuma, niega el servicio, es grosero, maneja a exceso de velocidad o no sigue la ruta. Contra a suma de esos reportes hay 7 felicitaciones.
Y si llega a reportar, lo que las autoridades entienden como sanción es trasladar la queja a alguna de las 15 asociaciones privadas o los dos Organismos Públicos Descentralizados que operan el transporte
metropolitano.
Por si las dudas, en un camión de la ruta 358, a las calcomanías que indican los asientos preferenciales para personas embarazadas, de la tercera edad o con alguna discapacidad le han extirpado el teléfono de quejas.
Las que sí están completas son las pegatinas de anuncios comerciales.
A pesar de esa indefensión, algunos pasajeros están menos dispuestos a la tolerancia que otros.
***
Cifras de un Estudio de Demanda Multimodal de Desplazamientos de la Zona Metropolitana de Guadalajara, a diario más de un millón 150 mil tapatíos viajamos en transporte público. Estos números se notan en el recorrido de la 380 que ahora cubrirá el Peribús. En cada parada hay al menos 10 personas esperando, lo que provoca que el interior del camión se convierta, hasta ahora, en un reto para la física, y dos cuerpos, cinco, diez, cincuenta, luchen por ocupar el mismo espacio al mismo tiempo.
Dependiendo de a temporada, la temperatura afuera no es la misma la de adentro. En el ambiente se confunden los aromas de los obreros, de las estudiantes de las universidades públicas y privadas que hay en esta parte del periférico, de las trabajadoras de la miríada de empresas que hay sobre la vía y de los jóvenes que regresan a casa después del Servicio Militar.
El conductor es el único que combate un poco el calor con un ventilador, ventajas de ser el amo y señor del sistema eléctrico del camión.
A las 14:45 llegamos a la estación Periférico Norte del Tren Ligero. Buena parte de la gente se baja, lo que permite ver las casas después de avenida Alcalde. Estas viviendas poco tienen que ver con las mansiones de las zonas residenciales de los nuevos ricos que dejamos atrás hace apenas unos minutos.
Y es que, en esta ciudad, permanecer en un camión por tiempo suficiente es también comprar un boleto para ver el espectáculo de la desigualdad que impera en la urbe.
De pronto, comienzan a aparecer letreros que a un pasajero poco acostumbrado a estos lares le pueden hacer pensar que el calor lo venció, que está dormido y sueña con carteles como “Motel sin cochera $250” o “Baño del 1 y del 2” en un lote en medio del cual se levanta apenas una pequeña choza de ladrillo.

Alas tres con cinco, poco después de una hora de que lo abordé, la 380 se acerca a la frontera entre Guadalajara y Tonalá. El grafiti está en todos lados, como si a un niño gigante con una crayola en las

manos lo hubieran dejado sin supervisión. Aunque, en vez de casitas y animalitos, ese niño imaginario parece optar por las firmas ininteligibles con las que las pandillas marcan su territorio.
Sentados en un paradero, cuatro muchachos llevan intrincados diseños de tinta en sus brazos y, uno de ellos, en la cara. Como una extensión de las pintas en las paredes, como una señal de que ellos son del barrio y viceversa. Otro más no deja de inhalar algún solvente. Nos ignoran más de algún pasajero que respira tranquilo. De este lado de la ciudad, el camión se convierte en un lugar seguro, aunque cada vez menos porque han aumentado los asaltos a choferes y pasajeros, al estilo de la CDMX y Edomex.
***
Por primera vez en casi hora y media de recorrido, la 380 tiene asientos disponibles. Da una vuelta, la primera en toda la ruta, y Avenida Tonaltecas se convierte en una calle de apenas dos carriles, pero al chofer hace rato que se le acabó la prisa.
Una nueva vuelta nos lleva a la Calle Independencia, en donde está el paradero de su ruta. El chofer se baja, pero nadie lo sigue, si acaso la gente cambia de asiento buscando la sombra que en unos minutos no será necesaria, pues en Guadalajara el temporal aparece casi siempre por las tardes.
El hombre regresa con un agua fresca y un lonche. Enciende el camión y vuelve al recorrido. A la salida de la terminal, un altar a la Virgen de Guadalupe.
Unos metros más adelante, la primera parada de su nuevo ciclo, 17 personas ya lo esperan, lo que hace que el conductor regrese a su mantra: “súbale, súbale”. En la siguiente parada, en una calle de
terracería, en una colonia en la que las promesas de los políticos se han quedado en eso, vuelve la amenaza: “ahí va la puerta”.
De pronto, una muchacha de ojos grandes y el gafete de una de las trasnacionales de tecnología que la búsqueda por abaratar costos trajo a la ciudad, sube con rapidez y hace todo lo posible por pasar desapercibida. Pero no lo logra. Debe de sentir cómo la recorren al menos cinco pares de ojos y ella responde sentándose derecha, volteando a cualquier punto que no la lleve a la mirada de alguno de sus acosadores y acomodándose el fleco, en ese movimiento que en su lenguaje no verbal debe significar, por lo menos, que vayan a mirar a la más vieja de su casa. Si alguien la pasa mal en el camión son las pasajeras.

Hoy las cosas no están mejor.

 

 

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