Fragmento de “Rapsodias de Anáhuac”

 

 

A manera de prefacio:

Resulta para nuestra sección cultural Garbanzos de a libros un verdadero timbre de distinción el hacer llegar a nuestros lectores, por voluntad propia de su autor, un fragmento de su texto Rapsodias de Anáhuac. En un encuentro de políticos ilusos (andábamos en los fatigosos trabajos por echar a andar al PRD), Gabriel y quien esto escribe se encontraron en un auditorio de Guadalajara. Coincidencia de ideales, hay que asentarlo.

En dicho encuentro, la casualidad hizo que conociera en borrador el trabajo literario del que aquí y ahora se presenta un fragmento. Interesado realmente por leerlo, le solicité una copia. Le prometí una reflexión a su lectura. Me regaló una copia de su texto y le hice llegar la reflexión prometida. ¡Cuál va siendo mi sorpresa que unos años más adelante, dicho trabajo mío, sin merecimientos de nota, apareció como el estudio introductorio de la edición príncipe de Rapsodias de Anáhuac! El honrado pues terminé siendo yo, con gesto tan generoso de parte del autor.

Gabriel nos regala ahora un fragmento de tal texto. No hay de otra pues, sino sentarnos a disfrutar su lectura. Muchas gracias, don Gabo.

Juan M. Negrete

De la obra Rapsodias de Anáhuac, de un servidor, el canto 19 que narra el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortes.

Gabriel Michel Padilla

19   El encuentro

Ataviado con plumas y joyeles

apareció a lo lejos en sus andas,

majestuoso y galán Motecuzoma.

Bajo palios de plumas relucientes,

viene cruzando el barrio de Huitzílan                5

entre cantos y flautas que sonríen.

Lo reciben los príncipes de Anáhuac.

Ahí está Cacamátzin de Tetzcoco,

donde hay cantos tejidos en sus libros;

Cuitlahuacatzin, rey de Itztapalan,                    10

donde bogan floridas las chinampas,

y Tetlepaquetzaltzin de Tlacópan

donde se forjan príncipes guerreros.

También están ahí todos los príncipes

que rigen la ciudad de Tenochtítlan:                  15

el jefe de guerreros Atlixcátzin,

el que organiza las gavillas de hombres,

también el tlacochcálcatl Tepeoátzin,

el que cuida la casa de las flechas,

y muchos nobles más que le acompañan.           20

Vienen a dar encuentro al que retorna,

finas flores rebosan las bateas,

que son de calabazas ahuecadas,

ahí vienen las flores protegidas:

la flor del corazón, la del escudo,                  25

la fragante amarilla, la valiosa,

son guirnaldas y flor del buen aroma;

ya traen sus travesaños para el pecho,

llevan también joyeles primorosos,

y ajorcas engastadas de turquesas.                      30

En Huitzílan, al pie de las pirámides,

las que tienen excelsa escalinata,

los recibió el señor Motecuzoma.

Hace dones primero, al gran heraldo,

el que salió del mar, de entre la niebla,                 35

hace también honor a sus guerreros,

en sus pechos les pone los collares,

los sartales de flores, las guirnaldas,

que vienen protegidas en bandejas.

También les obsequió collares de oro,                  40

toda clase de dones y de obsequios,

les da la bienvenida con presentes.

Cuando hubo terminado de obsequiarlos,

de ofrecerles collares y guirnaldas,

dice Cortés al rey Motecuzoma:                            45

-¿En verdad eres tú Motecuzoma?

¿En verdad eres tú? ¿Acaso tú?  

Motecuzoma dice: -Sí, yo soy.                                        

Y se pone de pie, deja su icpali,

deja su solio para darle encuentro                         50

y le hace una profunda reverencia,

doblega cuanto puede su cabeza.

Entonces florecieron sus palabras,

brotaron de sus labios hilos de oro:

-Señor, te has fatigado, te cansaste,                      55

has arribado a tu ciudad: a México,

a tu trono llegaste, hasta tu solio,                 

por breve tiempo te lo habían cuidado,                           

los que partieron ya, lo custodiaron,              

tus sustitutos, los antiguos reyes,                          60

los tlatoanis: aquel Acamapíchtli,

Huitzilíhuitl, Itzcóatl, Motecuzoma,              

Tizóctzin, Axayácatl, Ahuizótzin.                        

¡Oh cuán breve fue el tiempo que reinaron,             

que para ti guardaron este pueblo!                       65

¡Cuán leve fue la espera en tu retorno!

Bajo su abrigo perduró la gente,                    

bajo su amparo subsistió tu pueblo.                  

Yo por mi parte estoy embelesado,                             

¿Sabrán ellos acaso de sus pósteros,                    70

lo que yo con asombro estoy mirando,

lo que ahora se cumple en mi persona,             

el residuo que todavía perdura,                    

el último de todos, el postrero?                              

Esto no es sueño, ni visión alguna,                        75

no estoy aletargado ni dormido:

he puesto yo mis ojos en tu rostro,                                        

la angustia me acechó por largo tiempo,             

he puesto la mirada en el Misterio;                       

y tú, entre nieblas, de entre nubes llegas,              80

tal como ya lo habían establecido

los que antes gobernaron este pueblo,                   

que habías de reinstalarte en tus palacios.         

Pues ahora se cumple, ya llegaste,                     

con gran fatiga, con afán te muestras                    85

en medio de la niebla, de las nubes.

¡Toma tu tierra, ven, toma descanso!                  

Recibe en posesión tus casas reales,              

da placer a tu cuerpo y refrigerio,

disfruta de las danzas, de los cantos.                     90                        

¡A la tierra llegad, nobles señores!                   

Cuando hubo terminado su discurso,

Malíntzin se lo explica, lo trasvasa,

y cuando hubo captado su sentido,

en labios de Malíntzin le contesta,                         95

en montaraz lenguaje le responde:

-Tenga sosiego y paz Motecuzoma,                   

escuche mi palabra, sólo un labio,

que deponga la angustia y desconfianza,           

que dejen de angustiarse sus entrañas,                100

mucho en verdad nosotros le queremos,               

estamos muy contentos de mirarlo,

mi corazón se encuentra satisfecho,                       

hemos puesto los ojos en su rostro,                             

en el gran esplendor de sus murallas,                  105

deslumbrados quedaron nuestros ojos,                 

quedaron en silencio nuestros labios.

Hemos llegado a su mansión, a México,           

hace tiempo lo estábamos deseando,                    

ahí podrá escuchar nuestros discursos,                110

con calma escuchará nuestras palabras.              

Luego le dan palmadas en el dorso,

así le manifiestan su cariño,

lo toman de la mano, lo acompañan.

Los españoles mientras tanto atisban,                 115

cosa por cosa miran, inspeccionan,

ya se apean del caballo, ya se suben,

de nuevo bajan para ver las cosas.

Cuando Motecuzoma fue apresado,

los príncipes corrieron a esconderse,                   120

tan sólo se ocultaron con perfidia.                       121