Galimatías de Alfaro

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Filosofando

Criterios

Para entender en su contexto los disparates que le generan a Enrique Alfaro Ramírez, el actual gobernador del estado, desafectos notorios entre la población, hay que poner en perspectiva las definiciones políticas. La aplicación de esta precisión no es rasero de descalificación. Al contrario, tendría que estar presente siempre al revisar el actuar de cada político, individuo o grupo. No es costumbre arraigada. Más bien se opera a la inversa. Poco o nunca se para frente a los operativos pragmáticos que nos suceden. Esto pasa en las cada vez más frecuentes críticas al gobernador estatal.

Ampliando un poco más esta previsión de método, hay que decir que cuando los propios políticos o bien los defensores de posturas políticas en uso desean que este rasero no entre al juego, lanzan al ruedo el famoso dicho de que ‘no hay que politizar la cuestión’. Como se formula con desparpajo, los poco atentos se tragan la píldora por su dulcecito. Mas es estribillo que no resiste la más mínima crítica. ¿Cómo puede pedirse que no se tome en cuenta el filón de público que tienen los asuntos públicos? Sin embargo muchos interesados se meten a defender tales posturas ilógicas, cuando viene al caso.

En contra de las cada vez más frecuentes críticas, que se elevan al poco oficioso desempeño de nuestro actual gobernador, aún no ha aparecido defensor alguno que retobe con tal eslogan que diga que no se politicen posturas. Y no va a aparecer pronto tal clissé de arrebato de ignorancia, porque al menos la gente que rodea a Alfaro ha estado metida siempre en tareas políticas y va a seguir haciéndolo. Se puede decir que se trata de círculos profesionales de políticos, sean malos o buenos, éste es otro cantar.

Alfaro, sus amigos y contras, son todos gente grilla de nuestro estado. Tienen años metidos en la danza de los dimes y diretes que es nuestra política local. Se conocen muy bien entre sí. Han estado juntos todos ellos. Ahora toman distancia unos de otros, pero luego se vuelven a apilar y forman nuevos grupos, aunque siempre sean los mismos. Pareciera ser que juegan al juego de las sillitas y que saben muy bien hacerlo. En otros espacios se utilizan figuras felices como la del chapulineo. Pero se use el nombre que sea, todos nuestros políticos locales se conocen entre sí muy bien, lo que quiere decir que se saben bien las mañas unos a otros y se cuidan de no dar pasos en falso, para no ser zancadilleados y seguir en el rejuego.

Por esta razón y por algunas otras, resulta medio estrafalario escuchar los deslindes externados por los días que corren. Unos han venido por iniciativa propia y otros sacados como por tirabuzón mediante encuestas periodísticas o radiofónicas. Puede consultarse para esto el permanente y cansón esfuerzo del mismo Alfaro para convencer a propios y extraños de que no hay distancia entre él y Obrador. Otro esfuerzo inútil son las entrevistas hechas al maestro Esteban Garaiz, a Bernardo Jaén y a Candelaria Ochoa, por mencionar unas cuantas. Los citados se deslindan de Alfaro abiertamente y coinciden en señalar que lo hicieron en el momento mismo en el que Alfaro rompió con Obrador. Es afirmación que debe revisarse con cuidado, independientemente de que sea tesis que pueda aceptarse o que tenga sustento pragmático de peso.

Sentenciar que Alfaro está equivocado por haber abandonado la trinchera de Obrador abiertamente hace un año, para hacer campaña del codo con los panistas de Anaya, puede ser una tesis viable a la definición de posturas políticas. Pero eso debió hacerse hace un año, cuando se vivió el hecho. No está de más recordar que hubo muchos colgajos de campaña electoral en los que se repetía la fórmula: Obrador, para la nacional; Alfaro para el estado. Y muchos de quienes ahora se deslindan de Alfaro anduvieron izando y ondeando dichas banderas, de las que ahora abjuran.

Distinta postura y más clara asumieron otros, por ejemplo, Alberto Uribe. Cortó amarras con la nave de Alfaro, jugando él mismo en el cuarto de los controles. Se pasó a Morena, en juego abierto. No es el único. Hay más casos.  En la banda opuesta y en su momento, trajinaron igual. Veamos a Raúl Padilla y a sus corifeos. Ya tenían años haciendo alhacara en el PRD. Es más, ya habían confiscado el partido. Lo hicieron cera y pabilo. Pero Padilla les hizo saltar las trancas. Se fueron directitos al PRI, porque por sus propios errores el PRD se les enjutó. Y cuando vieron que también el PRI iba a hacer agua, saltaron sin rubor alguno a la barca del PAN, a hacerle el caldo gordo a Anaya.

Eso de que hayan terminado con las siglas del MC, pero en el bando del PAN, es mero juego de abalorios, son panderetas y castañuelas nada más. Cuando Raúl Padilla buscó convencer a los feligreses del PRD de armar una bandera de unidad, vociferaba con discurso antipanista radical. Los del PRI no eran, a sus ojos, los malos. Los demonios anidaban entre los panistas y había que nulificarlos. Fue su fórmula retórica para instalarse en el PRD. Los del sol azteca mordieron el anzuelo y fueron engatusados. Así les fue.  Quién sabe qué recurso retórico utilizaría ahora para convencerlos a que cambiaran de estandarte y aceptaran luchar con las siglas del PRI, del PRD, del PAN y del MC, en contra del señuelo de Morena, la sigla de Obrador. ¿Anduvo entre esta tropa engañada el propio Alfaro, que se había definido antes abiertamente antipadillista? Todo apunta a que sí. Por eso, los deslindes actuales, posteriores en un año a su gestación, suenan a justificaciones a toro pasado. Hay más, mucho más de estas exclamaciones políticas sin sustento. Habrá que revisarlas.

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