George Orwell y la política

George Orwell y la política

Carlos Delgadillo

George Orwell, como casi todo escritor de primer nivel, es objeto de disputas políticas. Su crítica mordaz al estalinismo lo ha convertido en un autor aprovechado por el liberalismo. En “Rebelión en la granja” pinta a Stalin y a sus secuaces como cerdos que usurpan la revolución que había traído momentáneamente la libertad a los animales.

Esa “liberación” (léase la Revolución Rusa) terminó en una opresión aún más espantosa. Los “liberadores” (los revolucionarios) construyeron un régimen que, con los símbolos del comunismo, en realidad fincaron un Estado totalitario. El marxismo se convirtió en catecismo, se multiplicaron las estatuas de Marx, Engels y Lenin, para apoyar la figura del dictador. La Unión Soviética derivó en una gran contradicción y una ironía, que Orwell no sólo supo reconocer, sino también criticar con una fábula que atraviesa las épocas.

“1984” es una obra de mayor calado, por su extensión y por su profundidad. También aludiendo a la Unión Soviética y a Stalin, Orwell muestra su simpatía por Trotsky, que una década antes de la publicación de la novela había sido asesinado brutalmente en Ciudad de México, por un agente soviético infiltrado. El “hombre de la barba de chivo” fue expulsado y anatematizado por los que regían el “Gran hermano”, ese ojo omnipresente del cual no es posible esconderse y que se alimenta de la simulación.

La contradicción es la característica de ese régimen. El ministerio de la paz se dedica a la guerra. El de la verdad oculta, manipula y tergiversa toda la información. El del amor reprime, tortura, persigue, golpea. Y el de la abundancia se encarga de que todos los ciudadanos vivan con lo mínimo, para que, atrapados en la inmediatez, no sean capaces de pensar en rebelarse o criticar al sistema.

Orwell criticó el estalinismo, pero eso no quiere decir que fuera liberal o que rindiera honores al capitalismo. Luchó en la Guerra Civil Española contra el fascismo. Y fue ahí que él, como hombre de izquierda, se enteró de la traición de Stalin al movimiento obrero. Eso no lo hizo anticomunista, más bien lo acercó al socialismo libertario. Y, de hecho, lo alejó aún más del liberalismo y el capitalismo. Durante la Segunda Guerra Mundial llegó a ser vigilado (¡qué ironía!) por los servicios secretos británicos. Era sospechosamente izquierdista.

Hablando de Mussolini, Hitler y Stalin, escribió en una reseña de Mi lucha:

Los tres grandes dictadores han incrementado su poder imponiendo cargas intolerables a sus pueblos. Mientras que el capitalismo, e incluso el capitalismo de manera más reticente, le han dicho a la gente: “Os ofrezco pasar un buen rato”, Hitler les ha dicho: “Os ofrezco lucha, peligro y muerte”, y el resultado es que toda la nación se arroja a sus pies. Quizá más adelante se harten y cambien de idea, como al final de la última guerra.

Es aguda la observación de Orwell, armoniza incluso con intuiciones de filósofos de la Escuela de Frankfurt, como Theodor Adorno y Herbert Marcuse. En su exilio en Estados Unidos, los frankfurtianos, judíos marxistas que habían quedado decepcionados del “comunismo” soviético y habían vivido el ascenso del nazismo en su propio país, conocieron la sociedad capitalista en todo su esplendor.

Su diagnóstico no fue un elogio de occidente y su “libertad”, fue, más bien, una crítica a la sociedad de consumo de masas, regida no tanto ya por el Estado sino por la industria cultural y las grandes corporaciones, con el fetichismo de la mercancía como premisa. Las masas de los países capitalistas son explotadas en su tiempo de trabajo y después “administradas” en su tiempo de ocio. Su “libertad” no es sino el anhelo de consumo, el círculo de continua insatisfacción y placer efímero, el give me more y el take my money.

Marcuse, en particular, determinó que la dominación de las masas en la sociedad norteamericana alcanza(ba) niveles más profundos: no es “externa” sino “interna”. La gente ha sido moldeada en sus deseos según los requerimientos del mercado. Y es “feliz” cumpliendo los imperativos de consumo. No es oprimida desde fuera sino más bien manejada desde dentro, tripulada, programada, sin capacidad alguna de resistencia. El resultado es el “hombre unidimensional”.

Orwell, en una línea parecida, enemigo de la dictadura estalinista y también del nazismo y el fascismo, se distanció también de las sociedades capitalistas occidentales. Y señaló un problema que aún hoy nos afecta: cómo los llamados a “la lucha, el peligro y la muerte” pueden llegar a ser más fuertes que la autocomplaciencia de las sociedades de consumo.

Cuando pensamos en los jóvenes británicos, franceses, norteamericanos que se unen al ISIS y a otros grupos fundamentalistas, son adoctrinados por internet, se marchan a Medio Oriente e incluso dan la vida por esas ideas, entendemos mejor el mensaje de George Orwell.

El consumismo occidental es vacío, muchas personas siguen necesitando un fondo, un sentido para sus vidas, más allá de ir a un mall durante el fin de semana a comprar zapatos, videojuegos y pantallas 8K. En algunos, ese vacío se traduce en búsquedas religiosas, en orientalismos y tendencias espirituales New Age. Pero en otros eso se combina con ideas políticas y radicalismos.

La crisis del capitalismo no sólo es económica o política, también es cultural, ideológica y podríamos decir que espiritual.

Los vacíos se llenan. Y si alguna vez lo hicieron Hitler, Mussolini o Stalin, ¿por qué no pensar que ese vacío pueda llenarse con nuevas formas de totalitarismo?

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