Germán Pintor, creador olvidado del Premio Rulfo

Partidirio

Criterios

 

(In memoriam)

Junto con un grupo de amigos, todos marginados y olvidados después, el sayulense Germán Pintor Anguiano fue el iniciador, en 1986, del Premio Juan Rulfo, del que se apropiaría Raúl Padilla López, cuya primera edición, ya como evento cumbre de la Feria Internacional del Libro (FIL), tendría lugar en 1991, siendo el antipoeta chileno Nicanor Parra el primer galardonado.

El último en recibir el llamado oficialmente Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo fue el español Tomás Segovia, en 2005, luego de que la familia del escritor jalisciense retirara de la FIL su apoyo “por el mal uso que le habían dado” al mismo sus patrocinadores.

Pintor Anguiano, quien falleció de un infarto al amanecer del pasado viernes 27, me narró, en una entrevista que le hice para Proceso Jalisco a finales de noviembre de 2006, cómo fue que nació el galardón entre un grupo de amigos de su tierra y de Guadalajara.

De aquella larga conversación con Germán –miembro de las comunidades de base de la Teología de la Liberación, militante de izquierda y coordinador de la campaña de Rosario Ibarra y, además escritor de dos libros: Nos dejaste la noche y Migrantes–, extraigo ahora, en su memoria, partes esenciales de cómo dio cuerpo al homenaje:

“El premio es de creación colectiva, de los egresados de la generación 70-72 de la Prepa Regional de Sayula, antes incorporada (…) En una ocasión les propuse, en 1984, que fundáramos el premio de cuento Juan Rulfo. Nadie de nosotros lo había buscado cuando aún vivía. Yo tenía la secreta ambición de que el premio lo entregara él en vida, pero muere el 7 de enero de 1986”.

Recordó que antes de que se conocieran las actas de su nacimiento –de bautismo y del Registro Civil– publicadas en La Jornada y Proceso, “yo andaba desmoralizado por la muerte de Rulfo. Creí que dirían que nació en San Gabriel, en Apulco, en Tonaya… pero cuando publicaron que Rulfo era sayulense, eso me motivó a hacerle un homenaje aquí y convocar al premio para el 15 o 16 de mayo de 1986”. Siempre con el apoyo de su esposa Clara Aparicio y de sus hijos, aclaró.

“Me fui a Guadalajara y hablé con algunos amigos como Mario Alberto Rodríguez, compañero de generación; con mi compadre Jesús Parada, con don Luis Sandoval Godoy (periodista y escritor, respectivamente); invitamos al padre jesuita Javier Gómez Robledo, a Salvador Urteaga, a mi maestro Genaro Ocaranza y a don Federico Munguía como cronista e historiador de Sayula. Hubo el primer concurso de cuento  que fue un éxito. Los ganadores fueron Eugenio Partida Gómez, Ramón Muñiz Sosa y Genaro Ocaranza”.

Al año siguiente se suspendió el concurso porque hubo un homenaje nacional. Regresó el concurso en 1988, en el que se ratificó “a varios miembros del jurado y otros habían entrado nuevos, como Dante Medina y el jesuita Miguel Romero”.

–Luego entran la UdeG, Raúl Padilla, la FIL a organizar el concurso –le digo yo-

–Antes habían dedicado una feria a Juan Rulfo a la que asistió doña Clara. Estuvieron todos los Rulfo (…) El segundo premio fue para (Juan José) Arreola. Yo ya no estaba (en  el comité organizador). Bueno, nunca estuve. Siempre iba de colado o de invitado de última hora porque los Rulfo me jalaban.

En ningún momento se le tomó en cuenta. Y aunque Padilla López no había aparecido físicamente en el comité, sí estaban personas de su equipo como Dante Medina, Fabián González y su esposa Rosa Rojas. “Me dijeron que lo incorporara al comité organizador del  premio que habíamos registrado como Asociación Civil en 1988. A cambio, yo entraba a trabajar en la Universidad de Guadalajara, así, en general, no a Letras, no a Filosofía, no a la FIL, sino a la UdeG. Era como un cambalache. Consulté con la almohada, porque en esas cosas me movía solitariamente. Les dije que sí, que estábamos de acuerdo en que apareciera Raúl Padilla en el acta constitutiva”.

“Después fui a Dicsa (Dirección de Investigación y Superación Académica) que dirigía Raúl y le dije: ´Queremos que usted sea presidente de los miembros honorarios de la A.C. Estamos de acuerdo”.

“Vino Heraclio Zepeda. Dijo un discurso muy bonito en el Hospicio Cabañas (…) pero ese año (1988), Raúl se negó a apoyar y no se repartieron  los carteles que venían desde la Ciudad de México con el programa.

–¿Qué pasó después?

–Yo nunca fui consultado para el cambio de formato. Pero te voy a contar algo que le consta a Parada: cuando terminó el homenaje del 88 le dije: “Mira compadre, te recibo con mis dos trofeos: el garrafón de tres o cinco litros de tequila y las obras completas de Juan Rulfo, publicadas por el Fondo de Cultura Económica.

“Ya en las copas, le dije algo y no sé si era yo el que hablaba o era el espíritu de Rulfo; que como yo no sé qué será de mí –le dije a Parada-, cuéntales a los nietos que su abuelo se atrevió a ser grande y que soñó que un día el premio se entregará de este lado del charco –como contraste del premio Rulfo que se entrega en París. Esta es la dimensión que le dio la UdeG que nosotros no hubiéramos logrado”.

–¿Raúl Padilla ya estaba como presidente honorario?

–Sí, aunque el nombramiento fue verbal, no quedó asentado en el acta. Él nomás quería aparecer (en la A.C.). Quien lo nombró presidente honorario fui yo –responde Germán al tiempo que se golpea tres veces el pecho con la mano derecha.

–¿Qué pasó luego?

–En la FIL del 89 me pasé presentando libros, peleándome con el director del Departamento Editorial (de la UdeG), un tipo que está más loco que yo, dizque psicoanalista, Gabriel Vallejo Zerón. Me corrió de la Editorial.

–No te tomaron en cuenta en la entrega del primer Juan Rulfo?

–No.

–¿No participaste?

–No.

–Ni te consultaron

–No.

–¿Te lo arrebataron, entonces?

–Pues fue como una negociación (…) Obviamente no me invitaron. Si no me invitaron a la FIL, ya no me iban a invitar a trabajar con ellos en la UdeG ni Dante, ni Fabián, ni Rosa Rojas. Fue nada más de palabra.

Cuenta que por intervención de Lupita Morfín, después lo invitó Humberto Ortega a trabajar en la FIL. “Le dije: mira Humberto, la última vez que me metí en esta danza, terminé en el psiquiatra; y dicho y hecho”.

Germán Pintor cayó en una depresión severa después de todo esto, además de  problemas familiares, y coincidió con que el psiquiatra le retiró repentinamente los medicamentos y terminó dañándose el ojo izquierdo que luego perdería. Años después, la ruptura con su esposa lo llevó al desastre: terminó vaciando la otra cuenca y el mundo se le oscureció por completo.

Así, el resto de su vida, como Edipo Rey en su desventura de la mano de su hija Antígona, Germán la pasó atado a alguien que lo guiara: uno u otro sobrino. O alguien más que le sirviera de lazarillo.

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