Gilgamesh desaira a Ishtar
Traducción de Gabriel Michel Padilla
[Tras el éxito en el combate obtenido por Gilgamesh contra el monstruo de los bosques, Humbaba, la gran diosa de la tierra Ishtar busca seducirlo. Pero éste, haciendo un listado de sus amantes anteriores a los que abandonó, la desaira]
Respondió Gilgamesh, “alto es el precio, 45
son lejos de alcanzar tales riquezas,
se encuentran más allá de lo que puedo.
Dime tú por favor, cómo podría,
pagar los finos dones que me ofreces
aún cuando pudiera yo ofrecerte 50
perfumes y joyeles, finas ropas.
Y que sucederá con mi persona
cuando tu corazón se vuelva a otro
y se extinga el calor de tus pasiones.
Por qué habría de volverme yo el amante 55
de una hoguera que falla en el invierno,
de una ligera puerta que abre el viento,
un palacio que cae sobre los hombres
que intentan defenderlo y protegerlo,
un ratón que carcome lentamente 60
el refugio ligero hecho de junco,
chapopote que mancha a los obreros,
cantimplora que tiene un agujero
que moja sin piedad a quien la porta,
un piedra caliza que socaba 65
y desmenuza un muro hecho de piedra,
un carnero que azota con sus cuernos,
la muralla de una ciudad aliada,
un zapato que aplasta el pie del dueño.
“A cuál de tus maridos has amado, 70
quién pudo apaciguar tu gran lujuria?
Déjame recordar cuánto sufrieron,
cómo todos tuvieron un final
tan lleno de tristeza y amargura.
Déjame recordar lo que le hiciste 75
a Tammuz, bello mozo a quien amaste,
mientras ambos de juventud vibraban.
Mas pronto lo cambiaste por antojo,
lo despachaste luego al inframundo,
condenado a gemir eternamente. 80
Diste tu amor al pájaro moteado,
luego cambiaste de amorío y al punto,
lo atacaste quebrándole sus alas
y ahora lamentando sobre un tronco,
reclama lastimero un “ay mis alas”. 85
Amaste un león inigualable en fuerza,
después de que dejaste de quererlo,
cavaste siete pozos, lo atrapaste,
y sin piedad dejaste que muriera.
Amaste el garañón, sangre caliente, 90
audaz para la guerra y esforzado,
lo condenaste al látigo y espuela
a galopar sin fin y en el hocico
con un trozo de palo con el fin
de que enlodara el agua que bebía. 95
Para Silili su divina madre,
has ordenado un llanto sempiterno.
Diste tu amor al rey de los pastores,
que horneaba para ti todos los días,
y cocinaba con afán divino, 100
sus corderos recién sacrificados,
asados al carbón, bien rostizados.
Lo convertiste en lobo con tu mano.
Ahora son sus hijos pastorcillos
los que lo sacan a mirar el campo, 105
y también son sus perros los que intentan
mordisquear, sin saber, su tieso muslo.
Amaste a Ishullanú, gran jardinero,
que llenaba tu mesa de manjares,
con dátiles cortados de las palmas 110
llevados con afán en su canasta,
todos los días para alegrar tu mesa.
Primero lo deseabas con lujuria,
“Oh dulce Ishullanú, bien de mi vida,
permíteme lamer tu dulce caña, 115
acaricia mi joya, mi vagina.
Él frunció el seño, y luego respondía,
“porqué yo he de tragar tu vil comida
a cambio del pastel de la deshonra
y beber tu cerveza de vergüenza 120
y tus cañitas cuando el viento sopla”?
“Pero tú persististe con tu labia
y sucumbió a tus frívolos antojos.
En pago, tú lo convertiste en sapo
condenándole a dar saltos vilmente 125
a lo ancho y largo de su extenso huerto.
Porqué sería distinto mi destino
si yo me convirtiera en tu marido?
Estoy seguro yo, que tu impiedad,
me trataría cruelmente como a ellos”. 130