Ginés, el teco (cuento) / III
Mel Toro
Tercera parte:
_ Mira, Ginés – reabre Gabi la tunda -. Algo entiendo yo de estos asuntos incómodos. Mi papá trabajó de chícharo un tiempo en el bufete de uno de estos abogados católicos, defensores del clero y sus mañas. Luego te digo con quién. Terminó asqueándose de sus marrullerías y se zafó de tal ambiente. Yo le he oído narrar algunas historias truculentas. No sé si las conozcas.
_ Habla nomás – contesta hosco Ginés, dispuesto a no romper su silencio impenetrable.
_ Pues lo que le he oído contar a papá es que el amasiato de tus católicos convenencieros no fue miel sobre hojuelas. Su presencia, como avanzada católica en la ciudad más conservadora del país, duró si acaso dos décadas. En 1957, a los jesuitas les terminó dando en cara ese fanatismo, como el que estoy pulsando en ti. Decidieron poner casa aparte. Fundaron – continúa tras otro sorbo a la cubita – su propia universidad, el ITESO. No estaban de acuerdo con que un grupo secreto controlara su institución universitaria. Tras la ruptura, los tecos ahondaron en su tendencia de secta oscurantista y anticomunista.
En este punto, el Ginés la frena incómodo: “De toda esta perorata que te he escuchado, no te voy a retobar nada. Dijiste que tu papá se enteró de malos manejos de la curia, cuando la dio de abogadito. Quiero saber eso, no más. Cuéntamelo y no me atices la ira. Si no soporto las mentiras, mucho menos las infamias”.
Gabi le empieza a medir el agua a los camotes. Nota repentino e irascible a su nuevo amiguito. Confía en que, al ser veraz su relato, no tiene por qué darle motivo alguno para sulfurarse, como la amenaza. Ofrece prepararle otra cubita a Ginés, más que nada para ganar tiempo. Pero éste la rechaza. Pasa entonces a exponerle el relato pedido.
_ Veo – arranca – que no niegas el fondo centavero de la disputa entre ambos bandos clericales. Pero como no absuelves a los jesuitas, me limitaré a narrarte, de lo que le he oído a mi padre, lo que tiene que ver con los dineros del cardenal Garibi.
Sin más aclaraciones, Gabi le abre el tapete de la disputa crematística habida con los dineros del cardenal y una figura tapatía bien conocida, don José María Sáinz Aldrete. Sus líos arrancaron con la devaluación que sufrió el peso ante el dólar en el sexenio de Ruiz Cortines. De costar ocho pesos, hubo que desembolsar los doce y cincuenta.
Aldrete era el dueño de la empresa de Cacahuates Mexicanos. Fundó luego otra, a la que llamó Aceites, Grasas y Derivados S.A. Para capitalizar su negocio, le pidió al Banco Refaccionario un préstamo por un millón cuatrocientos mil pesos. Se decía que el accionista mayor o dueño de este banco, era el cardenal Garibi. La transacción se realizó, aunque el banco tasó el adeudo en dólares. El monto original fue de ciento sesenta mil dólares. Así estaban cifrados los documentos.
Vino la devaluación. El banco informó a su cliente de un adeudo de 750 000 pesos más. Se sumaba al monto antes reconocido por las partes. El ingeniero denunció que el banco nunca le entregó una sola moneda en billetes verdes. Siempre manejaron sus operaciones en pesos. De esta diferencia arrancó la desavenencia. El departamento jurídico del banco le propuso al deudor un nuevo préstamo, al doble de la cuenta nueva, que se pretendía hacer valer. De común acuerdo se finiquitaría el nuevo adeudo reclamado por el banco y le sobraría monto para seguir trabajando.
Ya metidos en la danza macabra de los dineros, el banco buscó otra forma más de protegerse. Pidió como garantía los papeles de unas fincas. Destacaba por su valor la conocida Quinta de las Rosas. Mas la cuestión se complicó porque la dueña de las fincas era la esposa del ingeniero Aldrete y no él. La señora, doña Bertha Gómez, era hija de don Enrique Gómez Salcedo, otro tapatío rico de cepa.
Los del banco vieron que no sería fácil quedarse con estos bienes, aunque tuvieran puesto contra la pared a Aldrete. Le propusieron que, de manera discreta y sigilosa, le permutaban la garantía de las fincas por un lote de joyas de su esposa. El ingeniero la convenció y ésta accedió. Donde se les complicó el mundo fue cuando las joyas se perdieron, como por arte de magia. Nunca regresaron a manos de la señora. Aldrete tampoco pudo jamás pagar ninguno de los adeudos firmados. No pudo cubrir el inicial. Tampoco el derivado por la devaluación. Mucho menos lo finalmente redocumentado.
Los abogados del banco le intervinieron a Aldrete sus negocios aceiteros y cacahuateros. Por esos días fue cuando también se les descontroló el pleito a ustedes, los tecos, con el Iteso. Como puedes ver, aunque mucha gente no lo crea posible, toda esta boruca tenía que ver con centavos. En medio de la danza por el control de lo universitario, los dineros de Aldrete entraron a la lisa. Se dice pues que porque el dueño del banco refaccionario era el cardenal Garibi.
Aldrete demandó ante los tribunales la estafa. Involucró en su denuncia a los piadosos abogados católicos. Al lic. Efraín González Luna, a Xavier García de Quevedo, a Alfonso Alcaraz Peinado y otros socios. Les acusó de fraude usura, estafa, fraude por simulación, prevaricato, robo contra la economía pública y calumnias. El Lic. Rigoberto López Valdivia fungió de abogado patrono del caso, enfrentando a los de la Curia. Con él trabajaba mi papá; por eso se enteró al dedillo de todo este enredo.
[Continuará…]