Partidiario
Criterios
Cuando muchísimos mexicanos nos aprestábamos, la noche del jueves 17 a descansar, y a soñar, que por fin se hacía lo propio para pacificar al país, con pesimismo fuimos despertando del sueño, sin cerrar los ojos, al enterarnos de la liberación de Ovidio Guzmán López (El Chapito).
“Fue por falta de orden de cateo del juez”, se informó oficialmente esa misma noche. Incontables personas creímos en una negociación o que, para las autoridades, había bastado con quejarse con “su mamacita” y que, “con abrazos y no con balazos”, se había resuelto todo.
Pero en miles y miles de mexicanos permaneció la sospecha de alguna negociación inconfesable entre los contendientes cuando las balaceras se escuchaban por todos lados y Culiacán ardía en llamas.
En la misma noche, el secretario de Seguridad y responsable ídem del Consejo, Alfonso Durazo, mal informó al decir que fue un tanto casual la acción militar al asegurar que en un “patrullaje de rutina” se toparon con gente armada, etcétera.
Después, ante las evidencias de videos tomados por muy distintas personas y en muy diferentes lugares de Culiacán, tuvo que reconocer que se trató de un operativo con fines de extradición, para capturar al susodicho sucesor y heredero del imperio del narcotráfico de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, preso de por vida en Estados Unidos
A la mañana siguiente, el pleno del Consejo de Seguridad ya instalado en la capital sinaloense con sus cuatro integrantes además de él mismo, los titulares de Defensa Nacional, Marina y Guardia Nacional, notablemente nervioso, cambió la versión. Expresó que la liberación de Ovidio fue a cambio de la entrega de militares que tenían como rehenes sus huestes al servicio del Cártel de Sinaloa, o del Pacífico, en pleno.
Y también oficialmente, en la conferencia de prensa, los integrantes del Consejo reconocieron el fracaso del operativo que supuestamente se hizo sin la autorización superior.
Esa fue, al menos, la salida que dio el secretario de la Defensa, general Luis Crescencio Ballesteros, cuando es bien sabido que un militar, y menos un mando, no da un paso en tratándose de asuntos tan delicados, sin recibir la autorización del mando máximo.
Antes se habían difundido ya videos en los cuales se aprecian acercamientos y hasta saludos entre algunos uniformados y sicarios, que hizo que un diario se preguntara si se trataba de amigos o de enemigos.
Todo este escenario hizo que una reportera preguntara a los cuatro integrantes del Consejo si ante el evidente descontrol y la vergüenza del fracaso no iban a presentar su renuncia.
Otra contradicción del equipo de seguridad nacional de Andrés Manuel fue la afirmación de que Ovidio Guzmán nunca estuvo detenido, que sólo habían sitiado su residencia.
Pero hay fotografías de cuando el objetivo principal del despliegue castrense, aparece sentado en un auto, con uniforme militar y semicubierta la frente con una tela del mismo color. Además, se observan videos donde hay infinidad de disparos en la barda perimetral de la casa referida.
El periódico norteamericano, The Wall Street Journal, informó de dos videos enviados al gobierno federal. Uno mostraba a varios militares en su poder. El segundo, a un militar ejecutado con un tiro en la cabeza. Estas filmaciones habrían doblegado a las autoridades.
De ser así, este hecho es cierto y, por cuestiones humanitarias valía salvar esas vidas.
Pero ¿cómo fue, si estaban en un operativo -no iban desprevenidos-, que los atraparan, o se dejaran atrapar? Ahí está el quid.
Las corresponsales del diario The Los Angeles Times de Kate Linthicum y Cecilia Sánchez, destacaron en su información del viernes que: La victoria del cártel con las autoridades sometidas fue una humillación impresionante para el gobierno mexicano, que ha luchado por sofocar la creciente violencia en todo el país.
En tanto el matutino español, El País, en su edición internacional adelantada de este sábado arremetía con el encabezado: El narco impone su ley en Sinaloa y exhibe la debilidad del Estado mexicano, al señalar que “México ha vuelto a firmar una de las páginas más tristes de una historia de violencia que acumula ya demasiados volúmenes. La debilidad del Estado para combatir al crimen organizado quedó de nuevo en evidencia (…) en un operativo con más dudas que certezas y los argumentos del presidente López Obrador desvelan la falta de rumbo para frenar la violencia que consume al país”.
Aparte, en un demoledor editorial antes no visto en contra del gobierno mexicano:
“Resulta inadmisible, no obstante, que el mandatario, ante los flagrantes errores del operativo, no haya asumido las responsabilidades que le corresponden como máxima autoridad de la seguridad del país y tache las críticas de “conjeturas de expertos”. Su estrategia para poner fin a la violencia, que no se sabe muy bien en qué consiste, está fracasando. La inseguridad no se ha detenido y lo ocurrido en Sinaloa es el último ejemplo. El contraste con su vaga retórica resulta cada vez más desconcertante. El presidente de México debe dejar de culpar a la herencia recibida y asumir los retos que tiene por delante, empezando por tomar medidas contra los responsables del operativo de Culiacán”.
El mandatario López Obrador había resaltado que con la liberación de un criminal o presunto criminal, se había salvado la vida de muchas personas y que ese es el amor al prójimo.
Los parabienes de la familia Guzmán, no se hicieron esperar a través de su despacho de abogados, y dieron las gracias a AMLO, “un presidente cristiano”.
Lo que ignoramos hoy es qué cambiará después de todo esto. ¿Habrá un antes y un después de Culiacán o todo seguirá igual?
Acaso nos preguntaremos: ¿Quién, o quiénes, gobiernan este país?
Por lo pronto, ante la carencia de organización, de estrategia, de servicio de inteligencia, el ridículo y el desconcierto, el temor de conocedores, expertos e ignorantes, es que ante la incertidumbre y la falta de una política definida en contra del crimen organizado, es que se repitan estos hechos y continúen otros más como amenazas, ejecuciones, desapariciones, tumbas clandestinas, embolsados…