Hurgar con catalejos
Amado Aurelio Pérez Castañeda
De las fuerzas de los pueblos unidos de Nayarit Literatura e Historia /III
Tercera Parte:
Los tiempos que corren son escenario de un cambio de paradigma y todo cambio de modelo, en la ciencia, en la vida, en la política, exige un nuevo lenguaje, además de nuevas maneras de vivir esa vida e interpretar, construir y manejar ciencia, política y el lenguaje; nuevas formas, porque los límites de nuestro mundo son más que los límites de nuestra expresión oral o escrita.
Manuel Lozada en su natal estado de Nayarit, donde se le atribuye el triunfo de la independencia de Jalisco, reconoció al gobierno liberal de Benito Juárez.[1] Su movimiento ha sido investigado por algunos como el precursor del movimiento agrarista, que formó parte importante en los eventos de la Revolución Mexicana, en el período de 1910-1940. En la sierra alta, que una vez merodeara, incluso ha sido impregnado con cualidades sobrenaturales por los pueblos na´ayeri y wixaritari
Del conflicto religioso, conocido como guerra cristera, comenzaron a aparecer algunas obras firmadas por quienes habían participado, tanto del lado del gobierno como de las milicias cristeras. Estas narraciones se caracterizaron por un sesgo apologético y no pocas veces caían en visiones maniqueas.[2] Poco se analizó en sus raíces, hasta la aparición del libro de Jean Meyer La Cristiada, editado por siglo XXI. (1977).
Pero vayamos por partes. Del siglo xix mexicano abundan las “historias”. Se han ido apilando, empolvando, haciendo sosas, anticuadas y, no pocas veces, mentirosas. Los fusiles cargados de pólvora política, conservadora y liberal han tejido una cortina de humo tan densa, que sólo el redescubrimiento, la relectura y sobre todo el cariño a la huella del hombre real, no del mito, va disipándola, va haciendo surgir aquí y allá perfiles sugerentes, nuevos, abiertos a la entraña humana y no sólo al fantasma de siempre; el poder. El antecedente de la guerra cristera fue la promulgación de la Constitución de 1917, que negaba a los ministros de la iglesia la participación política en la vida civil. El culto público fuera de los templos se restringió, sumado a la prohibición de poseer y usufructuar los bienes inmuebles donde se efectuaban dichas manifestaciones, más la entrada en vigor del Código Penal, que fijaba penas concretas para todo aquel que incumpliera lo establecido por la Constitución en materia religiosa (popularmente conocida como ley CALLES).
La Ley Calles, ocasionó la muerte de unas 250.000 personas, entre los combatientes de ambos bandos. Concluyó en 1929 con un acuerdo entre el gobierno y las autoridades eclesiásticas, que promovió la coexistencia entre Iglesia y Estado.
Plutarco Elías Calles fue una figura central en la historia política mexicana posrevolucionaria. Fue presidente entre 1924 y 1928 y tuvo una enorme influencia en los gobiernos posteriores a la muerte de Álvaro Obregón en 1928, quien había sido elegido presidente ese año, pero no llegó a iniciar su mandato.[3]
La llegada al gobierno de Emilio Portes Gil en 1928 y el inicio de una serie de negociaciones, con la mediación del gobierno de Estados Unidos y la Santa Sede, se estima que apenas 14.000 de los 50.000 combatientes depusieron sus armas. De todos modos, el modelo de convivencia conseguido requirió de una constante negociación, y algunas facciones cristeras siguieron llevando a cabo acciones violentas durante la década de 1930.[4]
El verano de 1893 fue muy lluvioso en el Sur de lo que desde 1884 era Territorio Federal de Tepic y, por la voluntad bien informada del Papa León XIII, diócesis del mismo nombre a partir de la bula “Illud in primis” del 23 de junio de 1891. Las lluvias presagiaban buenas siembras y cosechas y, por consiguiente, sonrisas, bodas, bautizos y alivio de miserias. Pero también caminos difíciles, derrumbes, lodazales y atascos.”
Para el Dr. Manuel Olimón Nolasco, la erección de la diócesis de Tepic, ante los embates más fuertes de un anticlericalismo que se convirtió en persecución religiosa, el Corazón de Jesús se transformará en Cristo Rey, el Único que tenía derecho a reinar en la conciencia de los mexicanos. Una escultura que presenta a Jesucristo sentado en un trono, pero con las señales del Corazón de Jesús en una capilla lateral en la basílica de Jala, encargada a Francia en 1899 y probablemente obsequiada por el general Mariano Ruiz, jefe político del Territorio, otra vertiente devocional, cuya insignia fue el Templo Expiatorio Nacional de San Felipe de Jesús en el centro de la Ciudad de México, cuyo altar se hizo de piezas de altares destruidos por “la piqueta de la reforma” y abrió sus puertas en febrero de 1897, a cuarenta años de la promulgación de la constitución liberal de 1857[5]
[1] Aldana, Alonso: Manuel Lozada y las comunidades indígenas de México (1983)
[2] González Morfín, J. (2024): La historiografía de la guerra cristera dentro de una historia oficial católica. Revista De Historia De América, (168), 155–187. https://doi.org/10.35424/rha.168.2024.5740
Fuente: https://concepto.de/maximato/#ixzz8kyIcsPOY consultado 04.09.2024
Fuente: https://concepto.de/maximato/#ixzz8kyIcsPOY consultado 04.09.2024
[5] https://diocesisdetepic.mx/historia-diocesana/ consultado 04.09.2024