Incendios en La Primavera, ¿provocados?

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Partidiario

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Mucha ceniza y hasta fragmentos de hojas carbonizadas y una hoja completa de roble apenas chamuscada que guardo por ahí, cayeron en la azotea de mi casa después de recorrer más de 12 kilómetros en línea recta, durante el voraz incendio del pasado fin de semana –segundo en esta temporada– en bosque de La Primavera que duró más de 24 horas, hasta que valientes bomberos, cientos de brigadistas y cinco helicópteros le pusieron fin la tarde del sábado.

Peores consecuencias, aparte de las llamas y el humo irrespirable, sufrieron quienes viven en las cercanías de la tan codiciada área natural “protegida” –supuestamente– por los gobiernos. A cada paso en todas las temporadas de secas padece no una sino varias conflagraciones de esa naturaleza, más que por simple descuido o negligencia, por presuntas manos pirómanas o, para ser más precisos, por presuntos incendiarios criminales.

Durante muchos segundos, quizás más de 60, ese viernes 12 de abril, la enorme capa de humo que el viento arrastraba de oeste a este, el cielo se oscureció mucho por mi zona, como si se tratara de un eclipse total del sol poniente.

El olor a quemado perduró hasta el día siguiente en zonas remotas, pero aún persiste en las cercanías y los vientos nos siguen trayendo el hollín a todas partes.

Como nunca, o en escasísimas ocasiones que se recuerde, una nube de humo que iba de lo rojizo a lo café y a lo gris oscuro había cubierto prácticamente toda la zona metropolitana de Guadalajara durante la tarde y noche del viernes y hasta el sábado, por las llamas que iniciaron en San José de la Montaña, en el municipio de Tlajomulco, en la parte sur sureste de La Primavera, atrás de las colonias El Palomar y El Cielo.

Las consecuencias por tanta contaminación atmosférica nadie las conoce todavía. Tampoco las de tamaña devastación (alrededor de dos mil hectáreas) de la zona arbolada, principalmente de añejos pinos y robles, el gran pulmón que ha sido, cada vez más disminuido, del área conurbada tapatía.

Grandes y lujosos fraccionamientos se han construido y se siguen construyendo en las partes altas del bosque en donde antes hubo muchos árboles.

Pero también ha habido incendios intencionados para desarrollarlos y dar lugar a las viviendas de los más pudientes y la posibilidad a unos cuantos, muy pocos, a hacerse multimillonarios –o simplemente más y más ricos todavía–, casi siempre de la mano de funcionarios municipales, estatales y hasta federales.

Muy poco o nada les importa a unos y otros –desarrolladores y autoridades corruptas– que la naturaleza, y la ciudad, pierdan sus áreas verdes y que todos suframos el cambio climático que se refleja cada día con aire menos puro, más elevadas temperaturas y que las grandes avenidas de agua durante las lluvias sean incontenibles y más destructoras cada vez, porque lo que antes eran áreas arboladas, de recarga de acuíferos, hoy las han convertido en casas, edificios y calles y banquetas grises, llenas de cemento, totalmente impermeables.

Hasta donde mi memoria alcanza, gobernantes de toda índole, color de partido y de toda laya, han hecho promesas y más promesas y hasta ordenamientos, planes y proyectos de desarrollo para evitar el desorden en el crecimiento de la zona conurbana y cuidado de áreas protegidas, y tales disposiciones y leyes no las aplican al poderoso.

Hubo también quienes, demagogos, prometieron que después del Periférico no crecería más la ciudad y he aquí que está desbordada en todas direcciones, de norte a sur y poniente, preponderantemente, y ya es más extensa afuera que adentro de ese anillo.

Si observamos bien, en la barranca de Huentitán y todo ese hermoso cañón que limita el crecimiento de la gran ciudad hacia el oriente, no sufre prácticamente de incendios, afortunadamente. ¿Por qué? Por dos razones fundamentales: una porque la metrópoli no puede extenderse hacia allá por los límites naturales, y la otra es porque a los inescrupulosos, avariciosos desarrolladores, a los gobernantes, a la clase más acomodada, no les interesa fraccionar ni vivir por aquellos rumbos.

Ergo ¿a quién se le va el fuego? ¿Quién o quiénes queman o manda quemar La Primavera de manera cíclica, mientras las autoridades guardan silencio y no hay investigación y menos castigos?

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