Las crisis no son democráticas. No impactan de la misma manera a la población. Tienen un mayor efecto negativo sobre los grupos más vulnerables. En ese sentido, la capacidad de respuesta de la sociedad para hacer frente a las crisis depende de varios factores.
Frente a una crisis de salud como la generada por el coronavirus, los grupos de mayor fragilidad no solo son las personas adultas o los menores de edad, sino toda la población (ancianos y niños incluidos) que subsisten en la informalidad del empleo, de la salud, de la seguridad, de la económica, de la educación.
La informalidad representa el eslabón más débil y donde se rompe la fortaleza de la sociedad. La informalidad erosiona el tejido social. A pesar de ello, la hemos construido y mantenido como la última frontera para no perecer. Es nuestra última madera para no morir ahogados en el mar de la incertidumbre y la precariedad.
No obstante, esa última frontera es débil por definición y no cuenta con la capacidad de respuesta ante una crisis de salud como la que enfrentamos hoy. La pandemia global del Covid–19 nos alerta sobre la imposibilidad de seguir viviendo en la informalidad. A pesar de eso, nos hemos visto obligados a aceptar la informalidad como la única salida en nuestras vidas.
La informalidad se ha convertido en un sistema paralelo para sostener los endebles aparatos de gobierno, económico, político, partidista, de salud, comercial y financiero. La informalidad significa crear inseguridad que a su vez es el principal motor que la produce. Es un círculo perverso. La pérdida de la seguridad por parte de las instituciones formales es un signo de la informalidad que recorre el mundo entero. Las instituciones estatales han perdido la capacidad para atender las demandas de la sociedad, y la población no ha tenido más opciones que refugiarse en la informalidad.
El problema se agudiza cuando el tamaño de la crisis es mayúsculo y la informalidad no puede hacer nada contra él. Cuando la población envuelta por la informalidad se mira abandonada a su suerte, orillada a utilizar sus propios y escasos recursos porque las políticas de los gobiernos y de la iniciativa privada están pensadas, y así, se ponen en marcha para las personas que se mantienen en la formalidad.
Llamar a parar las actividades económicas es fácil, pero no en la informalidad. No en la urgenciaeconómica cotidiana. No cuando se trabaja para vivir día a día. No cuando el empleo depende de seguir saliendo a laborar. No cuando los descansos obligatorios se dan sin goce de sueldo. Seis de cada diez empleos en México son informales.
Con todo ello, no estoy diciendo que no debemos parar, reducir al mínimo nuestras actividades no sustantivas, guardarnos en casa unos días, mantener la sana distancia. Lo que digo, es que hacerlo no implica el mismo esfuerzo para toda la población, y eso no debemos de olvidarlo.
@contodoytriques