Israel y la moral
Carlos Delgadillo Macías
La coyuntura
Israel se había planteado como objetivo destruir el programa de enriquecimiento de uranio desarrollado por Irán, con el argumento de que la finalidad de ese programa era la construcción de ojivas nucleares.
Para tal fin, Israel necesitaba de Estados Unidos, más allá del apoyo diplomático, político, económico y militar habitual. En particular, necesitaba bombarderos estratégicos capaces de transportar bombas especiales contra búnkeres e instalaciones subterráneas.
El objetivo específico era la central nuclear de Fordow, que fue excavada en una montaña, a decenas de metros de profundidad. Lo que necesitaba Israel de Estados Unidos era un ataque con bombarderos B-2 Spirit y bombas GBU-57 de trece toneladas y media.
Trump dudó en principio, pero Benjamin Netanyahu logró convencerlo, quizá con la advertencia de que Tel Aviv se vería obligado a utilizar armamento nuclear o de que Irán estaría muy cerca de contar con ese tipo de armamento.
Según el presidente norteamericano, la central nuclear de Fordow habría sido destruida, junto con las instalaciones de Natanz e Isfahán.
Se trata de ataques sumamente riesgosos en sí mismos, por el peligro de radiación y contaminación nuclear. Pero, además, por la reacción de Teherán, que puede arreciar sus ataques contra Israel y cerrar el Estrecho de Ormuz, que une el Golfo Pérsico con el Golfo de Omán y el Mar Arábigo. Por ahí transita alrededor de una quinta parte del petróleo comercializado a nivel mundial.
Si Irán intenta cerrar ese paso, muy probablemente Estados Unidos tendría que forzar su reapertura con más ataques, esta vez en un escenario marítimo y con el uso de portaaviones, que ya se dirigen a la zona.
Irán no puede competir militarmente con Israel y los estadounidenses. Y Rusia y China, próximos a Teherán, no se involucrarán en un conflicto bélico. Tarde o temprano los iraníes tendrán que ceder.
No habrá Tercera Guerra Mundial por ahora. Y tampoco caerá el régimen iraní. Lo más probable es que haya una negociación que le permita a Irán retirarse con algo de dignidad. Israel ya logró su objetivo. Y Washington no piensa en una guerra a largo plazo.
Lo que veremos en los próximos días y semanas sólo será el cierre, a manera de epílogo, de este capítulo en el que Israel ha salido triunfador, no sin riesgos, no sin rasguños, pero triunfador.
La moral y el poder
Aproximarse al tema de Irán con preceptos morales podría ser edificante, pero no es muy útil para entender el fenómeno.
Son cuestiones de poder. Estados Unidos es una superpotencia e Israel es su principal aliado en Medio Oriente. ¿Cómo esperar que permitieran que Irán construyera un arma nuclear? Nunca lo van a permitir.
Permitirle a Irán obtener armamento nuclear implicaría que Estados Unidos e Israel perdieran su posición hegemónica en Medio Oriente, una zona especialmente importante y conflictiva. No hay ninguna razón desde la lógica del poder por la cual podrían dejar de actuar para mantener su predominio en la zona.
Cualquier país que obtiene armas nucleares comienza a jugar en otra liga y se vuelve prácticamente invulnerable por su poder de disuasión. El ejemplo más claro es el de la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte). A ese país se le puede sancionar, condenar, descalificar, criticar, pero no atacar, porque tiene armas nucleares. Su gobierno puede resistir hasta el límite sin temer intervenciones militares.
Israel y Estados Unidos no permitirán jamás que Irán alcance una posición similar. El “argumento” de que Israel sí tiene armas nucleares y, por tanto, carece de “autoridad moral” para evitar que Irán las tenga puede ser correcto en el ámbito moral, pero completamente trivial e irrelevante en el ámbito geopolítico. Las potencias no se sostienen siguiendo pautas morales.
Sí, Israel no tiene “autoridad moral” para prohibirle a Irán acceder a la capacidad nuclear. Lo que tiene es una posición de poder que mantener, para garantizar no sólo su hegemonía sino su existencia misma como Estado. Y para tal fin utilizará todos los medios a su alcance, sean morales o no.
Si las potencias se esfuerzan por justificar sus acciones como moralmente correctas o aceptables no lo hacen por motivos morales, sino políticos: necesitan un discurso que valide lo que hacen para no ganarse más enemigos, para no generar más tensión interna o descontento entre la población, propia y ajena.
Personajes como Benjamin Netanyahu pueden asumir las descalificaciones y los señalamientos oprobiosos, sin mayores problemas. Lo que les importa, como hombres de poder, es que su gobierno se sostenga y que su país siga prevaleciendo sobre sus adversarios. Y es justo lo que está haciendo Israel.
Que logre sus objetivos no justifica sus métodos, por supuesto, pero es lo que termina por ser importante en el análisis. En la política, desde el municipio hasta el escenario global, la moral sólo cuenta, si acaso, como discurso para enaltecerse a uno mismo y atacar a los contrarios, pero no como fuente de principios para conducirse. Quien se planteara hacer política desde la moral no sólo pecaría de ingenuo, sino que se enfilaría directamente al fracaso.
Quien quiera comportarse moralmente debe alejarse de la política, como ya sabían los sabios antiguos, los cínicos, los epicúreos, entre otros. Quien entre a la política y espere tener éxito no va a buscar el bien o la justicia, sino el poder. Y el que diga que busca el poder para implementar el bien y la justicia sólo está haciendo propaganda.