Jalisco: ¡Qué vergüenza!
Juan M. Negrete
Se lleva la nota de la semana el proceso por el que la reforma judicial transitó y está por concluir. No sólo quedó emboscado en excesos de ruido mediático; desató movilizaciones y ocupó en serio la atención del sufrido público. Se vivieron momentos de intensa confrontación, a la hora de ser dirimida en los palcos de conveniencia, en muchos de los cuales no hubo sosiego y la altura de miras esperada para estos pasos. Está por llegar a su fin y las aguas volverán a correr por sus cauces. Es lo que esperamos.
Lo primero que hubo fue la iniciativa enviada por el titular del ejecutivo el cinco de febrero pasado. Es atribución suya. La tornó al congreso para su discusión. El paquete no contiene tan sólo la propuesta de esta modificación constitucional, sino de otras diez y ocho. Es pues un paquete bastante amplio. No se envió a su discusión inmediata. Se propuso para ser ventilada por la nueva camada de legisladores, una vez que se renovaran ambas cámaras, como resultado de los sufragios del dos de junio.
En la campaña electoral, el equipo de Morena y sus aliados convirtieron la bandería de estas modificaciones constitucionales en su oferta central. Eso permitió a los candidatos del espectro oficialista plantear, revisar y hasta discutir lo que significarían estas reformas. La promesa pública de exhibirla, darla a conocer y aprobarla, de obtener la mayoría calificada en las cámaras, fue pues promesa central de este bloque. Fue la esencia del llamado plan C.
Ya conocemos los números obtenidos en la jornada electoral. Aunque se le quiso meter ruido al chicharrón, la alianza del oficialismo repetirá plato en el poder. Esto es más que sabido y nos podemos ahorrar las cuentas. Pero la tozudez de los think tanks de nuestra derecha ensayó a impedir que la calificación de los comicios e instalación numérica de las cámaras se atuviera a la conformación cuantitativa de la mayoría calificada para los ganadores.
Se alegó hasta de mala manera y se agitaron los banderines contra la supuesta sobre representación. Fue demasiado el ruido, e infame, por no calificarlo sino de forma modosita. Pero al final se impuso la letra estricta constitucional y la cámara baja, la compuesta por los diputados uni- y plurinominales, se les palomeó la mayoría calificada. No ocurrió así en el senado, en donde a los ganadores les faltarían tres escaños para conformarse con tal variable. Los números primeros arrojaron la cifra de ochenta y tres para el bloque oficialista y cuarenta y cinco para el opositor.
Pero como dicen los refranes, de donde menos se piensa saltó la liebre. Como el PRD sumó tan pocos sufragios, al grado de que sus dos únicos senadores quedaron huérfanos de siglas, en lugar de arroparse éstos en la corriente opositora, se pasaron al bloque triunfante. Así, con esta incorporación, el diferencial de la cifra se cerró. Morena y sus aliados cuentan con ochenta y cinco curules, mientras que el paquete de la oposición se redujo a cuarenta y tres. Otra vez hubo demasiado ruido mediático en torno a que si con esta cifra se avalaba la mayoría calificada del senado o si no.
Para que ya no hubiera dudas, al momento mismo de los debates, una dupla de senadores del PAN, los de Veracruz que se apellidan Yunes (padre e hijo) sumaron su voto al bloque oficialista y, con esta medida particular, se acabó todo el brete. Tanto la cámara baja, de los diputados, como la alta, de los senadores, aplicaron el principio cuantitativo de su mayoría calificada y aprobaron dar curso a la reforma del poder judicial.
Claro que hubo gritos, jaloneos y desgarre de vestiduras. Bueno, hasta injurias y ofensas personales, espectáculos bochornosos que bien podríamos irnos ahorrando en estos menesteres. Pero, a gritos y sombrerazos, o como dijo el tal Borolas: aiga sido como aiga sido, los diputados se la turnaron a los senadores, ya aprobada. Los senadores hicieron lo propio y se la turnaron a las legislaturas de los estados, para que dieran o negaran el consentimiento de su aprobación. El resultado final se dio en positivo y el poder judicial tendrá que normarse mediante procesos electorales universales y directos, como los otros dos poderes. Y se acabó el corrido.
De treinta y dos estados, con diecisiete que le dieran luz verde era suficiente, para devolverla a las anteriores dos instancias legislativas federales y que éstas se la retornen finalmente al titular del poder ejecutivo para que la promulgue y entre en vigencia, como así será. Ya regresada, ambas cámaras le dieron el visto bueno final y el titular del ejecutivo, AMLO, mandó decir que la publicará en el diario oficial de la federación el día quince de septiembre, o séase, mañana. ¿Más mezcla, maistro, o le remojo los ladrillos?
De los congresos estatales, veintitrés entonces se sumaron a la aprobación. El número en positivo rebasó las expectativas. Pero lo que nos debe llenar de vergüenza y pena propia a los jalisquillos, es que nuestros legisladores hayan rechazado la tal reforma y que nos hayan puesto en la frente a todos los que habitamos esta parte del país, no una estrellita en la frente, como a los niños aplicados, sino las orejas del burro. Falta que solos nos vayamos a poner volteados a la pared, para ver si así entendemos. Pero lo dudo. Nos estamos pintando como un estado retrasado, habiendo sido siempre uno de los mejores alumnos del país. ¿No hay visos de pronta corrección? Ya veremos. Por lo pronto, nuestros diputaditos locales regaron el tepache. Y no aprenden.