Jalisco y sus calamidades

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De calamidad en calamidad, algunas naturales y muchas otra humanas y cada vez peores, Jalisco ha venido tropezando desde hace muchos años, sin que se vea forma, capacidad ni voluntad política para contenerlas, disminuirlas y atenuar sus impactos.

Las adversidades o desastres que la naturaleza nos envía son inevitables casi siempre –ciclones, temblores, tempestades y sequías–. No obstante, algunas de las dos últimas podrían evitarse si no fuera porque el hombre mismo ha ocasionado el cambio del clima con el calentamiento global por el uso súper intensivo de combustibles.

Paralelo a todo esto, hemos visto, en nuestros frecuentes recorridos por las zonas centro, sur y costa de Jalisco, la deforestación y los incendios, frecuentemente provocados para dar paso a fraccionamientos –es el caso del bosque de La Primavera en el área conurbada de Guadalajara–; al cultivo intensivo del aguacate en áreas serranas en zonas de Zapotlán El Grande, Sayula, San Gabriel y Tapalpa.

En dichos lugares hacen desmontes de árboles maderables como pinos, encinos y robles, o hacen como que se les fue la lumbre y, finalmente, como ha ocurrido en Tonaya y sus cercanías,  desmontan hasta con maquinaria pesada, como lo hacen los demás y queman extensiones considerables de caducifolios en lomas y cerros para extender el cultivo de agave, sin que nadie les ponga un alto.

Entonces, el calor es insoportable en estos tiempos, aun en la sierra; no se diga en El Bajo, en donde se asienta El Llano Grande (El Llano en llamas). En esos lugares sólo importan las ganancias de los que ya son ricos de por sí. En varios de los casos están involucrados, o lo han estado, políticos de distintos partidos, de gobernador hacia abajo.

A estas gentes no les importa acabar con microclimas, erosionar las tierras, evitar lluvias y acabarse la poca agua que hay, sobremanera en la Sierra del Tigre y la que va del Nevado a la de Tapalpa-Atemajac de Brizuela, en donde no es raro encontrar camiones cargados con grandes trozos de pino.

Esa es una de las grandes calamidades de nuestro tiempo provocadas por el hombre.

Pero hay otras peores, que se han ido sumando en los últimos decenios. Son el narcotráfico, la drogadicción, la desaparición forzada de personas, los ajustes de cuenta y las ejecuciones que, señaladamente, llegaron a estas tierras por el llamado efecto cucaracha, tras la Operación Cóndor en Sinaloa entre los años 70 y 80 del siglo XX.

Luego vino la tragedia del 22 de abril de 1992, con la explosión de los colectores y su estela de muerte y destrucción. Todo, ya lo he señalado aquí, por el entonces incipiente huachicol o robo de combustible en las narices del centro de distribución de Pemex en La Nogalera.

Un año después, el 24 de mayo de 1993, el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, que este viernes cumple 26 años, aunque la causa de su muerte, si bien fue imputada intencionalmente por el gobierno de Carlos Salinas a un fuego cruzado entre narcos, eso es mentira. Fueron disparos “directísimos” en contra del arzobispo, y la responsabilidad se carga al mismo Poder Ejecutivo federal en donde se habría armado el complot.

A partir de esas fechas, se desataron  en Jalisco las ejecuciones y los feminicidios con una saña diabólica, y la desaparición forzada de personas que en Jalisco sumaban hasta hace una semana 17 mil 152, entre ellas 928 mujeres.

En este marco, el viernes 17 se efectuó una manifestación a las puertas de la residencia oficial del gobernador para exigir la aparición de sus familiares. Sin embargo, personas encapuchadas y violentas vandalizaron el inmueble, presumiblemente para desprestigiar,  y dieron al traste con movimiento tan noble, como si los familiares desaparecidos no hubieran sido víctimas de la violencia.

Y hay más todavía: cientos de víctimas fatales de esas desapariciones, ejecuciones y feminicidios no descansan aún en paz, y a la fecha hay todavía 450 cadáveres en el Semefo todavía no reconocidos por sus familiares.

Parte de esos cuerpos (322) deambularon por la zona metropolitana en septiembre de 2018 en aquellos ya famosos tráileres de la muerte, que provocaron escándalo nacional e internacional.  Todavía no encuentran reposo.

No obstante ese ultraje a los muertos que no tuvieron espacio en la morgue por tantos muertos fruto de la inseguridad y la violencia reinantes, fue apenas ahora, ocho meses después, que la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) emitió la recomendación 10/2019, cuando, se suponía, que debió hacerlo antes de que Jorge Aristóteles Sandoval concluyera su mandato para que respondieran él y su equipo a lo acontecido. Fue una calamidad más.

Por último, y por si lo todo lo antes descrito fuera poco, dentro de los males que aquejan a esta entidad, un magistrado federal radicado en el estado –Isidro Avelar Gutiérrez– fue removido de su cargo por sus presuntos nexos con el CJNG, al haber liberado a culpables de narcotráfico y apresar a gente presumiblemente inocente, como el líder de las autodefensas michoacanas, el doctor José Manuel Mireles.

Y eso no es todo. Se padece un altísimo grado de impunidad porque la justicia, salvo honrosas excepciones –como ya lo hemos apuntado aquí–, se negocia al mejor postor, o simplemente se exige dinero o bienes a cambio, desde la misma presidencia del Poder Judicial: el Supremo Tribunal de Justicia.

Y, por si fuera poco, rechaza este poder someterse a la prueba de Control y Confianza si no es que ellos mismo crean su propio sistema a la medida.

Son estas algunas de las grandes calamidades que sufrimos…, y sin visos de solución, porque no hay ni capacidad ni voluntad política para hacerlo.

 

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