Jaloneos de la oligarquía
Juan M. Negrete
La distancia de los poderes fácticos con los constituidos se ahonda. Se estira a tal grado que también se ve probable que no haya una pronta reconciliación. Por consecuencia, los discursos de ambas fuerzas también se han crispado. A donde volteemos la mirada nos topamos con la ira y el descontento. Es un conflicto que no nos va a pasar de largo. Vamos a tener que sentarnos a resolverlo con la mejor de las actitudes. No hay de otra.
Por una parte vemos desatinados a los señores de horca y cuchillo que se resisten en serio a dar su brazo a torcer. Estaban más que acostumbrados no sólo a no pagar impuestos, como sí lo hacemos todos los ciudadanos de a pie, sino que sus gerentes en las administraciones pasadas, que se decían gobierno, les habían acostumbrado al regalo de partidas jugosas del presupuesto. No sólo les condonaban sus obligaciones monetarias sino que les retornaban emolumentos supramillonarios. Era un contento. Pareciera ser que este juego macabro tiende a terminarse. Es obvio que estén molestos.
Por muchas vías nos enteramos de las trucuñuelas y cochupos mediante los cuales habían obtenido tales prebendas. Lo peor de todo es que tales malos modos se subieron a nivel de legalidad. Así que todos los angelitos de nuestra oligarquía presumían su cara lavada. Por ningún lado les aparecía rostro de hereje, como suele acontecerles a los grandes facinerosos. Les decimos delincuentes de cuello blanco, pero los nuestros no sólo blanquearon su cuello, sino la corbata, el chaleco, el saco, el pantalón y la camisa.
Si nos remontamos a la génesis de sus grandes capitales, no transitaremos grandes trancos. Tuvo que ver con la privatización de nuestra riqueza pública y el obsequio arbitrario y caprichoso que les hicieron los administradores nacionales en turno, iniciando la zambra en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Les regalaron las minas, las carreteras, los puertos, los ingenios, la industria telefónica, la siderúrgica, los bancos… No se cansaron en su sainete de reparto hasta llegar al atraco final de nuestra riqueza energética, que es lo que nos significan Pemex y la CFE.
La actual administración, que su caponero AMLO ha dado en llamar la 4T, se propuso rescatar ambos pilares de nuestra economía bajo la cantilena del rescate de la soberanía. Por supuesto que los ricardos favorecidos de nuestro reciente pasado tan neoliberal como desquiciante, se pararon de pestañas y pusieron el grito en el cielo. De inmediato se dieron a la tarea de descalificar y emponzoñar la imagen de AMLO en cuanto foro tienen acceso. Son muchos micrófonos y plumas. Cubren toda la geografía nacional. No les ha costado gran azogo meterle ruido al chicharrón. Nos bombardean de día y de noche. Y no dan muestra de cansancio, ni se visualizan derrotados todavía.
AMLO y sus paniaguados han respondido al reto y se encuentran en pie de guerra. Saben bien que cuentan con un público mayoritario dispuesto a meter el hombro. Pero no es tampoco una reacción en automático. Tienen que despertar de nuevo el sentido cívico de este conglomerado multifacético, que les otorgó un voto electoral masivo, por el cual están en el poder, pero que tienen que refrendar. Tienen pues que poner también en pie de guerra a aliado tan poderoso, como un centímano, el pueblo raso. No ha de permitir que vuelva a jugar de lado de los oligarcas. Así se entiende que el popular Peje haya anunciado su caravana por toda la república, para explicarle al público lo que se disputa con su iniciativa de la reforma energética. Es lo que se nos viene encima y lo vamos a vivir. Se vienen tiempos de definiciones.